martes, 1 de mayo de 2018

Primer amor, últimos ritos

El idilio entre el escritor argentino Pedro Mairal y el sello catalán Libros del Asteroide continúa, y esperemos que por mucho tiempo. Después del éxito de su novela La uruguaya (2016; Libros del Asteroide, 2017), que le valió en España el Premio Tigre Juan en 2017, Mairal vuelve con Un noche con Sabrina Love (1998; Libros del Asteroide, 2018), aunque no se trata de un nuevo título, sino de su primera novela por la que recibió en Argentina el Premio Clarín en 1998. Al igual que La uruguaya, lo primero que llama la atención de su sonado debut literario —en el jurado estaban nada menos que Adolfo Bioy Casares, Augusto Roa Bastos y Guillermo Cabrera Infante— es la austeridad estilística, la despreocupación y la simplicidad con la que parece haber sido escrita. Una noche con Sabrina Love es una novela discreta, casi indolente, si no fuera porque la vida duele, la vida escuece, la vida oprime, la vida aplasta. Vivir es saber elegir, dice Baltasar Gracián. En Las palmeras salvajes, William Faulkner hace elegir a su protagonista entre el dolor y la nada. Harry Wilbourne elige el dolor. En Una noche con Sabrina Love, Daniel Montero, un joven de diecisiete años, elige la nada cotidiana de Curuguazú, un pueblo perdido de la provincia de Entre Ríos rodeado por kilómetros de nada, pero no sin antes haber conocido la alegría y el dolor del primer amor. Ese sentimiento por el que hacemos toda clase de locuras. Después de ganar un concurso convocado por el programa de la estrella porno Sabrina Love, Daniel emprende un largo viaje a Buenos Aires para conocer a la starlette televisiva. Su ensoñación adolescente no sólo le llevará a adentrarse en la realidad de la urbe bonaerense (“Acá es todo fútbol, todo barra brava. Dicen que el argentino es de tener amigos porque no le gusta estar solo, son macanas, el argentino para lo único que necesita al otro es para putearlo”), sino también a comprometerse, en última instancia, con su realidad familiar y personal. De hecho no hay otro nervio central que el propio desarrollo de Daniel desde su deseo de perder la virginidad con Sabrina Love hasta el inevitable encontronazo con la realidad circundante. Si en su momento este bildungsroman que hace suyos los estereotipos enseñados desde el cine y la televisión funcionó —y todavía funciona veinte años después de su publicación— es porque Mairal supo capturar el angst de una generación incapaz de conjugar el angst si no es a través del sexo como vía de escape. Hay pocos libros donde el rito de paso de la adolescencia a la vida adulta se percibe como una subjetividad asombrosa y asombrada. Una noche con Sabrina Love es uno de esos casos excepcionales. Si tuviese que traer a colación algún otro, salvando las distancias, las infancias y los contextos socioculturales, sería Mi planta de naranja lima de José Mauro de Vasconcelos y Celestino antes del alba de Reinaldo Arenas.




“El disfraz a veces no oculta sino que revela... revela lo que uno es, o se considera que es, o tiene miedo de ser, o le gustaría ser y no se anima”. 

Pedro Mairal, Una noche con Sabrina Love