viernes, 25 de diciembre de 2020

Apunten estos nombres: Marías, Amat, Millet, Blais, O’Farrell

Conocido ya el título del nuevo libro de Javier Marías, Tomás Nevinson —agente secreto del MI6, y sí, están en lo cierto, marido de Berta Isla, que dio título a la anterior novela de Marías, y que en esta nueva obra regresa con un encargo muy embarazoso: “Yo fui educado a la antigua, y nunca creí que me fueran a ordenar un día que matara a una mujer. A las mujeres no se las toca, no se les pega, no se les hace daño”, una exhortación muy #MeToo, todo hay que decirlo—, disponemos ya de un buen surtido de novedades editoriales para los primeros meses de 2021. Por tanto, los nombres de Javier Marías y Tomás Nevinsonque Alfaguara publicará en marzo, están en mi lista de lecturas futuras. También están en la lista los nuevos trabajos de Kiko Amat, Revancha (Anagrama) —historia de dos skinheads neonazis inexpugnables hasta que el amor que no se atreve a decir su nombre resquebraja los cimientos de ese gran simulacro que es el odio a lo diferente, a lo desconocido, a lo nuevo—, y de José Ignacio Carnero, Hombres que caminan solos (Literatura Random House), quien, en su primera novela, Ama, ya nos advertía que Dios no camina a nuestro lado: “Tan sólo es una pintada en el lavabo de un hospital, sin más credibilidad que la pintada que pudiera haber en los aseos de una discoteca”. Entre las novedades extranjeras que espero con ansias está Amar a Lawrence (Anagrama), un acercamiento a la obra del autor de El amante de Lady Chatterley y Mujeres enamoradas, que busca desentrañar las conexiones inesperadas entre la literatura y el placer y el deseo femenino. El libro lleva la firma de una autora que dice pertenecer “a la comunidad de los que follan mucho”, y en todas partes, Catherine Millet. Sed de placeres terrenales que comparte con otro título que no veo la hora de irme con él a la cama, Sed (Literatura Random House), de Marie-Claire Blais, escritora canadiense que hasta ahora sólo tenía publicado en España una novela, La hermosa bestia —en un año tan lejano como 1961—, por lo que prácticamente es una pieza de museo. Publicada originalmente en 1995 con el título Soifs, en francés (en inglés se tituló These Festive Nights), Sed está ambientada en una isla caribeña a finales de 1999. Allí se dan cita un grupo de personajes variopintos (artistas, escritores, activistas, drag queens) para celebrar la llegada del nuevo siglo, y con él el avance inexorable de la violencia, el sexismo y el racismo en el mundo. Buscar el lugar idílico tampoco es fácil para las protagonistas de Perversas criaturas (Gatopardo) de Lawrence Osborne. Naomi y Samantha pasan sus vacaciones plácidamente en una isla del mar Egeo hasta que el encuentro accidental con un hombre desconocido, Faoud, hace que la realidad caiga sobre ellas con todas sus consecuencias. De realidades que pueden hacer que veamos el mundo con otros ojos sabe mucho la protagonista de la nueva novela de Kaouther Adimi, Piedras en el bolsillo (Libros del Asteroide), aunque en realidad es anterior a Nuestras riquezas, publicada por Libros del Asteroide en 2018. París y Argel son los dos mundos entre los que se encuentra atrapada la narradora sin posibilidad de escapatoria, como aquel inolvidable “mito de Sísifo” que Albert Camus propuso como síntoma de nuestra época. Otra autora que vuelve por sus fueros es la irlandesa Maggie O’Farrell con su última novela, Hamnet (Libros del Asteroide), de enorme éxito en Reino Unido, y no es para menos, ya que se atreve con uno de los episodios más oscuros —de un autor ya de por sí envuelto en el misterio— de la vida de Shakespeare: la muerte de su hijo Hamnet a los once años. De un misterio a otro misterio aún mayor —el suicidio de Alan Turing— es el que propone Will Evans en Murmullo (Alba), a través del personaje ficticio de Alec Pryor, como Turing, matemático, criptógrafo, filósofo y homosexual. Y también, en todas partes, fuera de lugar. Este 2021 que ya lo tenemos aquí, Toni Morrison, fallecida en 2019, vuelve con la reedición de su novela más celebrada, Beloved (Lumen), una obra que se resiste a ser definida así que pasen treinta años —o, para ser exactos, treinta y cuatro—; Mary McCarthy con El grupo (Impedimenta), que alguien definió hace unos años como “Sexo en Nueva York antes de Sexo en Nueva York”; y Joanna Russ con El hombre hembra (Nova). Tres grandes clásicos del feminismo que suponen un auténtico regalo para los lectores. Pero también hay novedades menos conocidas que hablan de diversidad sexual, de género y de inclusión, que vale la pena tener en cuenta: Hans Blaer: Elle (Hoja de Lata) de Eiríkur Örn Norðdahl, Cómo luchamos por nuestras vidas (Dos bigotes) de Saeed Jones y Box Hill (Temas de hoy) de Adam Mars-Jones.





“Las definiciones pertenecen a los definidores...Y no a los definidos”.


Toni Morrison, Beloved



domingo, 13 de diciembre de 2020

El mayordomo nunca fue el asesino

Probablemente nunca pueda estar suficientemente agradecido a la persona que me descubrió a Agatha Christie, aunque ahora sea una novelista a la que ya no leo, y eso que sus novelas policíacas son más fáciles de encontrar en las librerías que las de Raymond Chandler y Dashiell Hammett, autores a los que aventajó ampliamente en número de obras escritas —ochenta novelas, numerosos relatos cortos, seis novelas románticas, tres libros de poemas e historias para niños y veintitrés piezas de teatro—, y sobre todo en ventas.  Pero eso no es todo: también se siguen escribiendo artículos o ensayos sobre ella (véase Agatha Christie. La biografía definitiva de la reina del crimende Eduardo Caamaño y La desaparición de Agatha Christie de José Luis Hernández Garvi, ambas publicadas por Almuzara en 2020) y sobre sus particulares métodos para planear el crimen perfecto. El éxito de Christie, a diferencia de los de Chandler y Hammett, no se debió a su estilo literario, pues el lenguaje nunca interesó a la autora de Asesinato en el Orient Express, Muerte en el Nilo y Diez negritos. Según el novelista inglés Anthony Burgess, Christie “fue la representante del grado cero de la escritura que tanto preocupó a Roland Barthes. [...] Agatha Christie escribe como si no tuviera antepasados literarios. Construye su trama como si fuera un problema de álgebra y la reviste con el mínimo de palabras. Sus novelas se traducen muy bien al italiano y al mongol o el celta primitivo. Pasan por la garganta como ostras. Nos atragantamos con la perla, que es la cuestión de ¿quién lo hizo?, pero no con el estilo”. ¿Por qué entonces sus novelas se siguen vendiendo por millones, y con ediciones traducidas a más de cien idiomas? Según John Curran, investigador inglés que tuvo acceso a los cuadernos personales de Christie, su éxito se debe a que la autora traspasó cuantas reglas de la ficción de detectives se le pusieron por delante, incluida la principal, enunciada por el escritor americano S.S. Van Dine en Twenty Rules for Writing Detective Stories [Veinte reglas para escribir historias de detectives]publicadas en The American Magazine en 1928: “El lector y el detective han de tener las mismas oportunidades para resolver el misterio”. A lo que el teólogo y escritor inglés Ronald Knox, en su célebre Decálogo del relato de detectives, añadió: “El detective no debe cometer el crimen”. Lejos de plegarse a las convenciones del género, en los tiempos en que tanto se hablaba del virtuosismo de las novelas Arthur Conan Doyle protagonizadas por Sherlock Holmes,​ Christie despuntó saltándose todas las reglas de la novela policíaca en El asesinato de Roger Ackroyd (1926)Algo que volvió a hacer en su última novela, Telón, publicada en 1975, aunque fue escrita cuatro décadas antes de su publicación, durante la Segunda Guerra Mundial. Christie lo tenía todo planeado, no sólo la muerte de su célebre detective belga, Hércules Poirot**, sino la suya propia, ocurrida tan solo unos meses después de la publicación de Telón como si el título lo avisara—, el 12 de enero de 1976.




 

“La novelista inglesa casi nunca defraudó, y pese a todos los clichés que pueden surgir en sus novelas detectivescas, en ningún caso, el mayordomo fue el asesino”.


Eduardo Caamaño, Agatha Christie. La biografía definitiva de la reina del crimen


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(*) Aquí lo “definitivo” es más un argumento de venta que una realidad basada en evidencias.

(**) En 2020, Poirot cumplió cien años de su nacimiento en la novela El misterioso caso de Styles, publicada en octubre de 1920.





lunes, 7 de diciembre de 2020

Un milagro en el tiempo

Si existe cierta unanimidad en señalar a The Paris Review como una de las mejores revistas literarias del pasado siglo, también debería haberla para saludar la publicación en formato libro de las entrevistas realizadas por la revista a lo largo de sesenta y siete años a un centenar de autores y autoras de América y Europa como el acontecimiento literario de este siglo. The Paris Review. Entrevistas (1953-2012), publicado recientemente por la editorial Acantilado en dos volúmenes de 2.832 páginas, podría haberse titulado El canon occidental de la entrevista, ya que el resultado es lo más parecido a una gran master class de literatura, impartida por nombres que con sólo pronunciarlos aceleran el ritmo cardiaco y provocan sudoración, temblor y vértigo: E. M. Forster, Ernest Hemingway, William Faulkner, T.S. Eliot, Robert Lowell, Isaak Dinesen, Truman Capote, Aldous Huxley, Boris Pasternak, Vladimir Nabokov, Louis-Ferdinand Céline, Jorge Luis Borges, Jack Kerouac, Raymond Carver, Julio Cortázar, Milan Kundera, Marguerite Yourcenar, Iris Murdoch, Kurt Vonnegut, Joan Didion, Nadine Gordimer, Don DeLillo, Susan Sontag, Ian McEwan, Paul Auster, Haruki Murakami, Salman Rushdie, Umberto Eco, Gabriel García Márquez y Camilo José Cela, entre otros. La revista The Paris Review nació en París en 1953, y se mudó a Nueva York, a la Calle 72, en 1973, conservando su legendario nombre y facturando una devoción por la letra impresa sin fecha de caducidad. Es imposible destacar de entre el centenar de entrevistas que conforman la edición española de The Paris Review —libro que según la editora Sandra Ollo ha llevado casi cinco años de trabajo*, como si no perteneciera a un tiempo concreto—, una entrevista por encima de otra. Todas las entrevistas tienen algo que contar, pero sobre todo están abiertas a tantas lecturas como páginas tiene el libro. Los autores no sólo hablan sobre su obra sino también sobre la obra de los demás. Así, para Huxley, entrevistado por Raymond Fraser y George Wickes (1960), el Ulises de Joyce “es un libro extraordinario, pero gran parte del libro consiste en muestras bastantes extensas de cómo no hay que escribir una novela”. De la obra de Virginia Woolf, opina por el contrario que la autora de La señora Dalloway “tiene una mirada de una clarividencia increíble, pero es como si lo observara todo a través de un cristal. Nunca toca nada”. Por su parte, Nabokov confiesa a su entrevistador, Herbert Gold (1967), haber leído de E.M. Forster, novelista que abre el primer volumen de The Paris Review, un único libro “que, por cierto, no me gustó**”. Pero más allá de los dimes y diretes entre entrevistador y entrevistado, el lector encontrará algo que aprender en cada una de sus páginas sobre la mejor literatura occidental moderna. Si París no se acaba nunca —en la feliz expresión de Enrique Vila-Matas***—,The Paris Review tampoco. Es un libro para leer y releer y volver a él cuantas veces haga falta. Hay muy pocos libros de los que se puedan decir que son un milagro sostenido en el tiempo.




“La mejor preparación intelectual para un aspirante a escritor es ahorcarse cuando descubra que escribir es una tarea tan difícil que raya en lo imposible. Luego alguien debería descolgarlo sin misericordia alguna, y, a partir de ahí, tendrá que esforzarse por escribir lo mejor que pueda durante el resto de su vida. Así al menos tendrá la historia del intento de suicidio para empezar”.


Ernest Hemingway, entrevistado por George Plimpton en 1958

(De The Paris Review. Entrevistas 1953-2012)



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(*) La traducción de los dos volúmenes ha corrido a cargo de María Belmonte, Javier Calvo, Gonzalo Fernández Gómez y Francisco López Martín.

(**) Todo indica que se trata de Pasaje a la india escrita por Forster en 1924. En cambio, para Nadine Gordimer, entrevistada por Jannika Hurwitt (1983), “Pasaje a la India es un libro absolutamente maravilloso que no conseguirán cargarse por mucho que lo enseñen en las universidades”.

(***) Vila-Matas fue entrevistado por el novelista inglés Adam Thirlwell en la edición de otoño de 2020 de The Paris Review.



martes, 1 de diciembre de 2020

Memoria y olvido

Por el espacio que los periódicos y las revistas les dedica, parece que las listas son el principal tema de interés cuando llega diciembre. Vivimos en una cultura que otorga un gran valor a las listas. En El infinito junco, la escritora y ensayista Irene Vallejo explica que: “Nos pasamos la vida haciendo listas, leyéndolas, memorizándolas, rompiéndolas, arrojándolas a la basura, tachando los objetivos cumplidos, aborreciéndolas y amándolas. Las mejores son las que conceden importancia a lo que enumeran y tratan de darle sentido. Las que acarician los detalles y la singularidad del mundo, impidiendo que perdamos de vista aquello que es valioso. Aunque ahora, en pleno bombardeo de fin de año, nos saturan tanto que apetece ponerlas en la lista negra”. No sé cómo encaja mi lista de libros favoritos de ficción y no ficción (de pretensiones mucho más modestas que la de los grandes rotativos nacionales) de 2020 en esta teoría, pero es cierto, hasta cierto punto. Las listas están hechas de memoria y olvido, más lo segundo que lo primero. Acaso porque, como escribió la legendaria editora de Vogue Diana Vreeland en sus memorias —tituladas con sus iniciales D.V., en un alarde más de economía que de prepotencia—: “Detesto la nostalgia. [...] No creo en nada anterior a la penicilina”. Les diré en lo que yo creo. Creo en la lectura, en la tarea de abandonarme, sustraerme, ausentarme, abismarme en esa dulce hendidura de un libro abierto entre las manos, con el corazón palpitándome en el pecho como si de un momento a otro fueran a cortar la luz.




Ficción


Mi gato Yugoslavia de Pajtim Statovci (Alianza)

GRM Brainfuck de Sibylle Berg (Alianza)

La vida lenta de Abdelá Taia (Cabaret Voltaire)

El club de Leonard Michaels (Malas tierras)

Otoño de Ali Smith (Nórdica)

Mi hermano de Afonso Reis Cabral (Acantilado)

En la Tierra somos fugazmente grandiosos de Ocean Vuong (Anagrama)

Quien sabe si mañana seguiremos aquí de Kim Young-Ha (Temas de hoy)

Mengele zoo de Gert Nygårdshaug (Capitán Swing)

10 El muro de John Lanchester (Anagrama)

11 El monstruo de la memoria de Yishai Sarid (Sigilo)

12 Himno de Ayn Rand (Deusto)






No Ficción


Cómo ser antirracista de Ibram X. Kendi (Rayo verde)

Hombres justos de Ivan Jablonka (Anagrama)

Blanco de Bret Easton Ellis (Literatura Random House)

D.V. de Diana Vreeland (Superflua)

Llamadme Ismael de Charles Olson (Siruela)

Hemingway en Otoño de Andrea di Robilant (Hatari Books)

Maternidad y creación de VV.AA. (Alba)

El arte de la crueldad de Maggie Nelson (Tres puntos)

9 Sontag de Benjamin Moser (Anagrama)

10 Cuando los inviernos eran inviernos de Bernd Brunner (Acantilado)

11 Los europeos de Orlando Figes (Taurus)

12 El piano soviético de Luca Ciammarughi (Scherzo & Antonio Machado Libros)





Cuentos


El hombre sin amor de Eduard Limónov (Fulgencio Pimentel)

Cuentos de Thomas Wolfe (Páginas de Espuma)

Relatos de Giuseppe Tomasi di Lampedusa (Anagrama)

El hombre ilustrado de Ray Bradbury (Minotauro)

Hija de sangre y otros relatos de Octavia Butler (Consonni)

Rotos de Don Winslow (Harper Collins)

Quiénes son y qué sienten las plantas carnívoras de Alicia Schrödinger (Siruela)

Viajeros. De Jonathan Swift a Alan Hollinghurst de AA.VV. (Alba)

Propiedad privada de Lionel Shriver (Anagrama)

10 Camino a Macondo de Gabriel García Márquez (Literatura Random House)

11 Narraciones románticas alemanas de VV.AA. (Galaxia Gutenberg)

12 Cuentos completos de Lorrie Moore (Seix Barral)



domingo, 22 de noviembre de 2020

Trabajos de amor codificados

Decía el poeta Constantino Cavafis que el deseo debe llevar siempre a la acción y en el caso de los artistas —léase las escritoras y escritores homosexuales del siglo XVIII hasta mediados del siglo XX—, esa acción ha de transformarse en una obra perdurable. Y todavía decía más: los deseos que “pasaron sin ser cumplidos” y no han sido satisfechos son como cadáveres de jóvenes vírgenes que no conocieron “el placer de un noche, o una mañana resplandeciente”. Hoy poco a poco vamos conociendo, a través del rescate literario de obras del canon homosexual que permanecían inéditas en España (Imre: una memoria íntima de Edward Prime-Stevenson, La tierra de los abetos puntiagudos de Sarah Orne Jewett, Alas de Mijaíl Kuzmín, Treinta y tres monstruos de Lidia Zinóvieva-Annibal, La fuente envenenada de Alberto Nin Frías), que esos deseos que “pasaron sin ser cumplidos” en realidad se cumplieron bajo la apariencia de una amistad íntima, calificada en muchas ocasiones de peligrosa. Es el caso de las protagonistas de las historias reunidas en la antología “Amigas”, Relatos de amor entre mujeres, del siglo XVIII al XX (Dos bigotes, 2020), edición al cuidado y traducción de Eva Gallud y Gloria Fortún, quien en el prólogo afirma haber “optado por entrecomillar la palabra ‘amigas’ en el título con el fin de invitar a lectoras y lectores a entrar en un juego de voluptuosidad, guiños y dobles sentidos, y así descubrir las estrategias de sus autoras a la hora de construir y de ocultar” su lesbianismo. No obstante, si bien esta condición sexual no estaba bien vista, tampoco estaba criminalizada como la homosexualidad masculina. Según el escritor y ensayista Alberto Mira: “En Occidente, el lesbianismo no ha sido en general penado por la ley. Uno de los casos más desternillantes, pero también más significativos, es el de la institucionalmente homófoba Gran Bretaña: en este país, la reina Victoria se negó a introducir la penalización del lesbianismo porque no creía que tales comportamientos fueran posibles”*. En la mayoría de los relatos de “Amigas”, salidos de la pluma de Mary Eleanor Wilkins Freeman (Dos amigas), Sarah Orne Jewett (Martha y su señora), Constance Fenimore Woolson (Felipa), Elizabeth Stuart Phelps (Desde mi muerte), Gertrude Stein (La señorita Piell y la señorita Cueero), Willa Cather (Tommy es poco sentimental), Kate Chopin (Lilas) y Alice Brown (Allí y aquí), entre otras, la amistad femenina es como una religión en la que creer o ante la que hincarse de rodillas, temiendo lo peor pero en cualquier caso necesitando el antídoto de la otra para superar el miedo, como Ruth Hollis, la protagonista de Allí y aquí: “Soy una cobarde y lo sabes, pero esta noche no tengo miedo. No habría creído que podrían convencerme para quedarme hasta esta hora en una casa desierta solo con tu dulce compañía para protegerme”. Ruth representa la heroína típica de tres siglos de amor entre mujeres, acostumbradas a la soledad y el silencio, abocadas a llevar una vida espiritual, o como escribió Emily Dickinson, esa “tímida vida de la evidencia” de la que huyeron las heroínas de Henry James poniendo rumbo a Europa. En cierto modo, los relatos reunidos en “Amigas” explican una historia genuinamente atemporal, que involucra tanto a mujeres como a hombres, a lesbianas como a homosexuales, a Capuletos como a Montescos, a Sharks como a Jets**: la de los trabajos de amor codificados. La clave para descodificarlos la proporciona Fortún en el prólogo: “Un texto es lésbico si quien lo lee decide leerlo como tal”.





“Gran parte de la vida es un terreno baldío que brilla tras la verdadera cosecha. Trocitos de impresiones, relámpagos de sentimiento, que quedan flotando en la memoria, y feliz es quien puede ajustarlos para que formen una especie de cuadro hecho con retales, cuando los días vuelven a estar vacíos”.


Alice Brown, Allí y aquí 

(De “Amigas”, Relatos de amor entre mujeres, del siglo XVIII al XX)



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(*) Para entendernos. Diccionario de cultura homosexual, gay y lésbica (Libros de la Tempestad, 1999).

(**) Los puertorriqueños Sharks y los americanos Jets son dos bandas rivales del West Side neoyorquino en la película West Side Story, dirigida por Robert Wise y Jerome Robbins. El conflicto surge cuando María, hermana del jefe de los Sharks, y Tony, ex miembro de los Jets, se enamoran.



domingo, 15 de noviembre de 2020

Yo he venido aquí a gritar

Es difícil acercarse a la novela  El monstruo de la memoria (מפלצת הזיכרון, su título en hebreo, 2017; Sigilo, 2020), donde el escritor Yishai Sarid (Tel Aviv, 1965) se muestra bastante crítico con la cultura de la memoria israelí sobre el Holocausto, sin proyectarle encima la sombra de todos los libros que se han escrito sobre el genocidio nazi* hasta la fecha. Dicho esto, hay que señalar que el principal desafío que tenía Sarid ante sí era encontrar su propia voz. Y vaya si la encontró. Una voz de rabiosa actualidad que denuncia la actitud contemporizadora hacia el drama experimentado por el pueblo de Israel durante la Segunda Guerra Mundial. En El monstruo de la memoria, Sarid reelabora el drama judío mediante una carta dirigida al presidente de Yad Vashem, la institución oficial israelí que mantiene viva en Jerusalén la memoria de las víctimas del Holocausto nazi. En esa misma carta, el narrador, un joven historiador recién casado que se gana la vida como guía turístico explicando y enseñando los campos de exterminio alemanes en Polonia a estudiantes israelíes, confiesa no sentir empatía por sus oyentes, actitud que le reprochan algunos de sus superiores: “Soy historiador, pensé, no trabajador social [...] Tenía que conmocionarlos. No podía seguir con nuestras comedidas explicaciones, tan deplorables, carentes de clamor”. No obstante, los lugares donde se llevó a cabo el exterminio de sus congéneres, los cuales recorre cada día, dejan una profunda huella en su compleja personalidad y marcan toda su existencia: “La historia de los que quedaron con vida es una nota marginal. La verdadera historia es la de los muertos inmediatos que no fueron constatados, que no fueron registrados ni tatuados. Venga, directamente a las cámaras. Estoy allí frente a los chicos, sobre la sala subterránea en la que se desnudaban las víctimas y que tiene el techo pelado, como la postilla de una herida que hubiera sido arrancada, y debajo ruge la podredumbre, y perpendicular a esa sala está la cámara de gas, un rectángulo inmenso. Todo sigue clamando, allí. Esos ladrillos nos gritan. ¿Cómo no lo veis? Ahí está mamá, ahí el abuelo, el nieto, por aquí se baja la escalera, ahí están los percheros, los bancos y los letreros que indican por dónde se va a las duchas. [...] Y yo no podía gritar todo eso, sino que tenía que limitarme a exponer los hechos, a presentarlos ante ellos con comedimiento, en medio de un duelo contenido”. En El monstruo de la memoria, el narrador parece hacer suyas las palabras de Diceópolis que, en Los acarnienses de Aristófanes, dice: “Yo he venido aquí a gritar, interrumpir y hacer chacota cada vez que un orador hable de algo que no sea la paz” o, como en su caso, la verdad en toda su dimensión real.




“¿Cuál es tu trabajo, papá?, me preguntó. Hubo un monstruo que mataba a la gente, dije. ¿Y tú estás luchando contra él?, se entusiasmó el niño. Ya está muerto, intenté explicarle, es el monstruo de la memoria”.


Yishai Sarid, El monstruo de la memoria



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(*) Un estudio reciente sobre el Holocausto eleva a entre 15 y 20 millones la cifra de judíos exterminados en los 980 campos de concentración nazis.



domingo, 8 de noviembre de 2020

La vida (o casi) después del Brexit

He leído muchas veces Historia de dos ciudades de Charles Dickens. Y su comienzo*, uno de los más célebres de su extensa obra, muchísimas veces más que la novela entera. Les cuento esto porque la escritora suiza de origen alemán Sibylle Berg en su última novela —la primera que se publica en España— GRM Brainfuck (GRM Brainfuck, 2019; Alianza, 2020), parece rendir homenaje a Dickens acorde con nuestro tiempo:  “El milenio empezó flojo. Ni efecto 2000. Ni una catástrofe. Los habitantes del mundo occidental se habrían alegrado de que tras los interminables y anodinos años noventa por fin pasara algo. Algo que no tuviera nada que ver con una crisis financiera que solo serviría como chute de emociones para los banqueros de inversión en esos últimos metros antes de que sus cuerpos fibrados chocasen contra el asfalto al tirarse por la ventana. [...] Era la época en la que Facebook se había hecho grande. [...] Era la época del bombardeo de fake news, de la manipulación masiva. [...] Era la época en la que a la crueldad real de la gente se le añadía también la virtual”. Aunque la novela está situada en Rochdale, una de las zonas más deprimidas de Manchester, la ambientación en Inglaterra no se debe a que fuera la patria de Dickens, sino a uno de los mayores escándalos sociales de los últimos años en Reino Unido: los abusos sexuales cometidos entre 2008 y 2012 por un grupo de adultos mayormente paquistaníes que violaron y torturaron a adolescentes blancas de clase baja en la ciudad de Rochdale. GRM: Brainfuck narra el clima de miedo de principios del siglo XXI, el auge de las redes sociales, la música grime (o GRM) —un subgénero parecido al hip hop— y la crisis de valores en todos los ámbitos de la vida, todo sucediendo a la vez en un futuro cercano en el que el Brexit** ya ha tenido lugar y el desprecio del capitalismo hacia los pobres se ha institucionalizado de una manera como no lo ha sido nunca antes: “Vagabundos, parados, incapacitados, enfermos, débiles, todos sin excepción tenían que cumplimentar detalladísimos, incompresibles y farragosísimos formularios sin sentido para recibir un subsidio de emergencia que les daba para cubrir las necesidades básicas. Esa parte inútil de la sociedad podía perder todas las ayudas por pequeños errores en los formularios, y ahí se quedaba. En sus rancios cuchitriles sin luz, sin calefacción, sin comida”. En GRM Brainfuck, Berg recurre a la distopía y la sátira mordaz para reflejar en paralelo la brutal realidad de Don (nombre de pila Donatella), Hannah, Karen y Peter, cuatro pubescentes, entre los 8 y los 12 años, que viven en la más absoluta pobreza —con padres y madres ausentes o muertos, o ambas cosas—, deseando que “alguien los abrazara, aunque sabían que no soportarían el abrazo”. Niños y niñas para los que “morirse tenía que ser más cómodo que seguir viviendo”. Cuesta imaginar que hay mundos y vidas cuya realidad no tiene nada que ver con los que nosotros conocemos, pero “te lo tienes que imaginar como si te hubieras metido drogas”, como le dice al final de la novela Karen a Don. GRM Brainfuck no es una novela contra los padres, contra el futuro, contra las ilusiones, contra el neoliberalismo, en realidad es como si Oliver Twist hubiera sido reescrita por George Orwell siguiendo los consejos de Franz Kafka: “Si el libro que estamos leyendo no nos despierta de un golpe en la cabeza, ¿para qué lo estamos leyendo? ¿Para que nos haga felices, como dice tu carta? Dios mío, seríamos felices precisamente si no tuviéramos libros, y el tipo de libros que nos hacen felices son el tipo que escribiríamos nosotros si tuviéramos que hacerlo. Pero necesitamos libros que nos afecten como un desastre, que nos duelan profundamente como la muerte de alguien que quisimos más que a nosotros mismos, como estar desterrados en los bosques más remotos, como un suicidio***”.



“Don ya no era un apéndice de sus padres, sino una persona autónoma. Ya no tenía miedo cuando su madre no estaba, no buscaba su cara por todas partes cuando sentía los primeros signos de malestar, ya no se preguntaba cómo hacerla feliz de una vez por todas. En pocas palabras, ya no se calentaba la cabeza pensando en qué debería esforzarse para que por fin la quisieran. Le iba mejor sin esa absoluta dependencia emocional. [...] Lo que pasaba es que nadie le preguntaba, era tan pequeña que los adultos no la consideraban una persona. Pero ya lo tenía todo: los sentimientos, los pensamientos, la soledad. Solo que aún no tenía compartimentos claros para ordenar todo lo que llevaba dentro”.


Sibylle Berg, GRM Brainfuck



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(*) “Era el mejor de los tiempos, era el peor de los tiempos, la edad de la sabiduría, y también de la locura; la época de las creencias y de la incredulidad; la era de la luz y de las tinieblas; la primavera de la esperanza y el invierno de la desesperación. Todo lo poseíamos, pero no teníamos nada; caminábamos en derechura al cielo y nos extraviábamos por el camino opuesto. En una palabra, aquella época era tan parecida a la actual, que nuestras más notables autoridades insisten en que, tanto en lo que se refiere al bien como al mal, sólo es aceptable la comparación en grado superlativo”. 

(**) Otra de las grandes novelas sobre el Brexit, Otoño (Autumn, 2016; Nórdica, 2020) de Ali Smith comienza también parafraseando a Dickens: “Era el peor de los tiempos, era el peor de los tiempos. Otra vez”.

(***) Carta de Franz Kafka a Oskar Pollak, 1904.



lunes, 2 de noviembre de 2020

Un nadador solitario en el mar secreto de la literatura

Si algo distingue la primera novela publicada en España de Afonso Reis Cabral, Mi hermano (O Meu Irmão, 2014; Acantilado, 2020), es la honestidad brutal con la que el escritor portugués narra el viaje de dos hermanos —un profesor universitario divorciado que asume la tarea de cuidar de su hermano Miguel, un hombre de 40 años con síndrome de Down— al pueblo donde dieron sus primeros pasos, aunque nada prepara realmente al lector para la historia que se cuenta en sus páginas, no aptas para los corazones impresionables. Ya de entrada, el lugar donde transcurre la acción es la personificación del infierno en la tierra, o su prólogo, o su coda. “Esto va a pasar en el Tojal”, dice el narrador del que nunca llegamos a conocer su nombre. “El Tojal está cerca de Arouca y lejos de todas partes. [...] Esta zona de Portugal está hecha de esquisto y hasta el ruido de los pasos hiere. Es duro vivir aquí agarrado a un minúsculo pedazo de tierra, a ver si da algo para comer. Y la gente se entrega, lo da todo de sí misma con la azada en el campo. De alguna manera, la piedra se vuelve fértil y de vez en cuando recompensa con algo”. El lector que quiera adentrarse en la novela de Reis Cabral, en la que el autor parece haber volcado emociones, impresiones, sacudidas íntimas*, ha de hacerlo como buenamente pueda, pues aquí no sirven de nada las herramientas de descodificación convencionales. Antes bien, haría falta liberar la mirada de automatismos y repensar la manera en que interpretamos lo que vemos a través de los ojos del narrador, el cual es incapaz de disimular los celos que le genera ese hermano discapacitado que “tiene todas las disculpas del mundo, que lo comprimió dentro de sí mismo”. El conflicto —externo e interno— del narrador con su hermano es el motor de esta novela que poco a poco nos introduce en un universo de relaciones humanas truncadas, descompuesto en partículas aceleradas que amenazan con convertirse en un huracán de categoría cinco. En Mi hermano, el lector asiste como espectador, pero también como testigo —de cargo—, a un proceso de desintegración familiar, pero además y sobre todo social, pese a la terca resistencia del pueblo del Tojal a extinguirse, a hacerse a un lado para que lo suplante algo mucho peor, más oscuro y perverso. Si no lo ha hecho ya. Mi hermano no acepta clasificaciones fáciles. Reis Cabral crea su propio género, su propio estilo, como buen heredero de su estirpe**. Todo añejado con una caligrafía que parece escrita con una pluma empapada en sangre. Decía Thomas Jefferson que “en materia de estilo, nada con la corriente”. Es muy posible que Mi hermano sea, en materia de estilo, un nadador solitario en el mar secreto de la literatura, aunque más auténtico. Cada nueva brazada lleva a amarlo más.





“Yo había nacido inteligente y perfecto, él había nacido inimputable e incompleto. Siendo hermanos, no podíamos haber nacido en lados más diferentes de la vida y, aun así, uno de nosotros había conquistado el centro de la vida y el otro no. Miguel había abdicado de todos los dones antes de nacer y por eso había conquistado el paraíso en la tierra y Dios lo llevaba de la mano, aceptando lo que él ofrecía. Creció como un ángel herido, en expresión de nuestro padre. Y yo añado: había crecido como un ángel herido y no lo sabía. Le bastaba con existir para existir bien, en paz”.


Afonso Reis Cabral, Mi hermano



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(*) Afonso Reis Cabral tiene un hermano con síndrome de Down, Martim, sólo un año menor que él. 

(**) El autor es bisnieto de José Maria de Eça de Queirós (1845-1900).



domingo, 25 de octubre de 2020

El chico imposible

Si nos olvidamos por un momento de sus tres libros anteriores publicados en España por la editorial Blackie Books (Crezco, Lolito y Hurra), la última novela de Ben Brooks, La historia imposible de Sebastian Cole (The Impossible Boy, 2019; Blackie Books, 2020), no deja de ser una entretenida obra juvenil que bebe tanto de Matilda de Roald Dahl como del humor satírico, surrealista y paródico de la inagotable serie de novelas de David Walliams encabezadas con el antetítulo La increíble historia de...*. Al igual que en sus anteriores libros, en La historia imposible de Sebastian Cole los adultos se comportan como niños, como “alguien que se viese de repente en un cuerpo demasiado grande como para saber manejarlo”. Dicho esto, no hay ninguna necesidad de seguir hablando de esta novela protagonizada por Oleg y Emma, dos amigos de sexto de primaria que, para llenar el vacío que ha dejado en sus vidas una compañera de clase que se ha mudado a las afueras, deciden inventarse un amigo ficticio llamado Sebastian Cole. Ni que decir tiene que La historia imposible de Sebastian Cole está a años luz de su novela debut, Crezco (Grow up, 2011), escrita a los 19 años, y no digamos ya de su novela de licenciatura —en precocidad sexual— Lolito (Lolito, 2014), que vino a confirmar lo que ya suponíamos, que Brooks más que británico (de Gloucester, en el suroeste de Inglaterra) había llegado de los anillos de Saturno. Sólo así se entiende el arrojo con el que el autor toma por asalto el clásico de Nabokov para —celebrarlo, sí, pero también— darle la vuelta como a un calcetín viejo. El protagonista de Lolito es un adolescente inglés de 15 años, Etgar Allison, que mantiene un breve encuentro sexual con una mujer escocesa de 46 años, Marcy Anderson, a la que ha conocido a través de Internet después de romper con su novia de toda la vida, Alice: “Estuvimos juntos mil treinta y siete días. Los acabo de contar. Son muchos días. En este tiempo te salieron las tetas, mi polla se volvió de un color como marrón y los dos crecimos y nos presentamos a los exámenes. Creo que esto significa que cuando salgamos con otra gente será diferente. [...] Por eso en las películas la gente dice ‘seamos amigos’ cuando rompen. No creo que debamos ser amigos porque te he visto el coño y sería raro. Cuando se me olvide cómo es podremos ser amigos, pero a lo mejor entonces ya seremos viejos. A lo mejor tenemos cafeteras exprés. No quiero una cafetera exprés, Alice”. En La historia imposible de Sebastian Cole, el lector echa de menos la sinceridad de Etgar, las brutales inseguridades de Jasper (Crezco), el toque de cruda realidad de Hurra, pero sobre todo echa de menos a Ben Brooks, el verdadero chico imposible. 





“—He estado fuera tres días y ni siquiera te has dado cuenta.

—¿Cómo? ¿Dónde has estado?

—Eso da igual. Lo que importa es que si te olvidas de la gente, desaparece. Los metes en una habitación donde nadie los recuerda y es como si nunca hubiesen existido”.


Ben Brooks, La historia imposible de Sebastian Cole 



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(*) En España la serie La increíble historia de... está publicada por Montena: El monstruo del Buckingham Palace (2020), La cosa más rara del mundo (2019), El gigante alucinante (2019), El papá bandido (2018), Los amigos de medianoche (2017), La gran fuga del abuelo (2016), El mago del balón (2014).