domingo, 13 de diciembre de 2020

El mayordomo nunca fue el asesino

Probablemente nunca pueda estar suficientemente agradecido a la persona que me descubrió a Agatha Christie, aunque ahora sea una novelista a la que ya no leo, y eso que sus novelas policíacas son más fáciles de encontrar en las librerías que las de Raymond Chandler y Dashiell Hammett, autores a los que aventajó ampliamente en número de obras escritas —ochenta novelas, numerosos relatos cortos, seis novelas románticas, tres libros de poemas e historias para niños y veintitrés piezas de teatro—, y sobre todo en ventas.  Pero eso no es todo: también se siguen escribiendo artículos o ensayos sobre ella (véase Agatha Christie. La biografía definitiva de la reina del crimende Eduardo Caamaño y La desaparición de Agatha Christie de José Luis Hernández Garvi, ambas publicadas por Almuzara en 2020) y sobre sus particulares métodos para planear el crimen perfecto. El éxito de Christie, a diferencia de los de Chandler y Hammett, no se debió a su estilo literario, pues el lenguaje nunca interesó a la autora de Asesinato en el Orient Express, Muerte en el Nilo y Diez negritos. Según el novelista inglés Anthony Burgess, Christie “fue la representante del grado cero de la escritura que tanto preocupó a Roland Barthes. [...] Agatha Christie escribe como si no tuviera antepasados literarios. Construye su trama como si fuera un problema de álgebra y la reviste con el mínimo de palabras. Sus novelas se traducen muy bien al italiano y al mongol o el celta primitivo. Pasan por la garganta como ostras. Nos atragantamos con la perla, que es la cuestión de ¿quién lo hizo?, pero no con el estilo”. ¿Por qué entonces sus novelas se siguen vendiendo por millones, y con ediciones traducidas a más de cien idiomas? Según John Curran, investigador inglés que tuvo acceso a los cuadernos personales de Christie, su éxito se debe a que la autora traspasó cuantas reglas de la ficción de detectives se le pusieron por delante, incluida la principal, enunciada por el escritor americano S.S. Van Dine en Twenty Rules for Writing Detective Stories [Veinte reglas para escribir historias de detectives]publicadas en The American Magazine en 1928: “El lector y el detective han de tener las mismas oportunidades para resolver el misterio”. A lo que el teólogo y escritor inglés Ronald Knox, en su célebre Decálogo del relato de detectives, añadió: “El detective no debe cometer el crimen”. Lejos de plegarse a las convenciones del género, en los tiempos en que tanto se hablaba del virtuosismo de las novelas Arthur Conan Doyle protagonizadas por Sherlock Holmes,​ Christie despuntó saltándose todas las reglas de la novela policíaca en El asesinato de Roger Ackroyd (1926)Algo que volvió a hacer en su última novela, Telón, publicada en 1975, aunque fue escrita cuatro décadas antes de su publicación, durante la Segunda Guerra Mundial. Christie lo tenía todo planeado, no sólo la muerte de su célebre detective belga, Hércules Poirot**, sino la suya propia, ocurrida tan solo unos meses después de la publicación de Telón como si el título lo avisara—, el 12 de enero de 1976.




 

“La novelista inglesa casi nunca defraudó, y pese a todos los clichés que pueden surgir en sus novelas detectivescas, en ningún caso, el mayordomo fue el asesino”.


Eduardo Caamaño, Agatha Christie. La biografía definitiva de la reina del crimen


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(*) Aquí lo “definitivo” es más un argumento de venta que una realidad basada en evidencias.

(**) En 2020, Poirot cumplió cien años de su nacimiento en la novela El misterioso caso de Styles, publicada en octubre de 1920.