viernes, 26 de noviembre de 2021

París calling

A través de un crisol de voces (Zahira, Aziz, Allal, Mojtaba, Zineb), el último libro publicado en nuestro país de Abdelá Taia, Un país para morir (Un pays pour morir, 2015; Cabaret Voltaire, 2021) perfila el arte poético de uno de los novelistas marroquíes con más talento de su generación. Si bien su novela narra la dura situación de los inmigrantes en Francia —argelinos, turcos, egipcios, tunecinos, hindúes; “marroquíes también, pero menos”, señala el autor—, no quita para que no podamos hablar de arte poético, en especial el último capítulo en el que se cuenta la historia de la prostituta Zineb y el soldado Gabriel, destinado en un remoto rincón de Indochina durante la guerra contra Francia (1946-1954). Ese nombre, Zineb, pertenece a la tía desaparecida de Zahira, quien en el verano de 2010 ejerce la prostitución en París, una ciudad en la encrucijada de todos los caminos que no llevan a ninguna parte. París calling, sí, pero no a todos por igual. Zahira tiene mucha rabia reprimida en su interior desde el suicidio de su padre en Salé y necesita sacarla fuera, soltarla, permitir que se vaya, como el último hombre del día. También Aziz necesita sacar al exterior la mujer que lleva dentro, Zannuba, aunque para ello tenga que prostituirse para pagarse la operación de cambio de sexo. Pero no todo cambia. Hay cosas que se conservan: “Me he convertido en una mujer. Por fuera. La polla y los huevos se han ido, yo misma los enterré. En el fondo, en lo más hondo, sigue habiendo, y sin duda lo habrá hasta el final, una corriente de masculinidad que siempre me fue totalmente ajena. Durante años, en cuanto pude ganar algo de dinero en París, hice todo lo posible por esconder esa virilidad invasiva. Cremas. Maquillaje. Ropa. Depilación. Pelucas. Zapatos de tacón de aguja demasiado alto. Hormonas. Inyecciones. Eso ocultó algo las cosas. Nunca del todo”.  Taia, que ya había abordado la pobreza, la violencia, el racismo, la homosexualidad o la migración en sus novelas anteriores (El Ejército de SalvaciónMi Marruecos, Infieles), y en las inmediatamente posteriores a Un país para morir (El que es digno de ser amando, La vida lenta), insiste en el tema, y lo hace con una habilidad poco común para narrar la transformación, el miedo, el recorrido incierto y lleno de peligros que supone el tránsito no sólo de un país a otro, sino también de la niñez al mundo adulto. Pero es el lenguaje el que convierte a estas vidas minúsculas en algo tan único, tan especial, tan imprevisible que capta inmediatamente la atención del lector. Un país para morir es un paso adelante en la odisea del autor descendiendo a los abismos de su propia experiencia y la de otros. Más real que la realidad.



“Estoy harta de contarme cada noche las mismas historias fantasiosas. Estoy harta de tener la entrepierna dormida al final del día. Porque hay que soportarlas, todas esas pollas bien duras, demasiado fuertes y tan impacientes. Estoy harta de no llegar a nada concreto. Doy. Doy. Nada real. Nada para más tarde. Un marido. Una boda”.

Abdelá Taia, Un país para morir



lunes, 15 de noviembre de 2021

Un hombre que dice sí

En unos tiempos difíciles como los que vivimos, caracterizados por una huida hacia delante, buscando lo más cómodo y fácil y práctico, tiempos en los que los editores llamados “literarios” también han comenzado a pensar en apuestas exentas de dificultad, es un milagro que la casi totalidad de la obra de Albert Camus, premio Nobel de Literatura en 1957, siga todavía presente en nuestras librerías. En realidad, Camus no ha dejado de pasearse por España, desde las tempranas ediciones sudamericanas de La peste, disponibles desde finales de los años 40, hasta los cinco volúmenes de sus Obras completas, publicados por Alianza Editorial a finales de los años 90, y reeditadas ahora por separado por el grupo editorial Penguin Random House: las novelas El extranjero,  La caída y La muerte feliz; los ensayos El mito de Sísifo y El hombre rebelde; y todos los carnets (1935-1959) reunidos en un solo volumen con el título Vivir la lucidez. Si bien nuestro tiempo se parece cada vez más al futuro distópico que imaginó George Orwell en 1984, hay que decir que Camus vivió también en una época de revoluciones fracasadas e ideologías extremas, que le llevaron a vivir con más empeño, pues “si hay un pecado contra la vida, acaso no sea tanto desesperar de ella como esperar otra distinta. [...] La esperanza, contra lo que se cree, equivale a la resignación. Y vivir no es resignarse”, escribió Camus en Bodas. Para el escritor argelino la felicidad no era sino “la simple armonía entre un hombre y la vida que lleva”. Camus no tuvo una infancia fácil: su padre murió en combate durante la Primera Guerra Mundial, cuando él aún no había cumplido un año, y su madre se trasladó a un barrio miserable de Argelia. Pero esto, lejos de ser un problema, representó para Camus una gran oportunidad. “Ante todo, jamás la pobreza ha constituido una desdicha para mí, porque la luz derramó sus riquezas sobre ella. Esa luz iluminó hasta mis rebeliones, que fueron casi siempre, creo poder decirlo con honestidad, rebeliones por todos y para que la vida de todos se formara en la luz. [...] La miseria me impidió creer que todo está bien bajo el sol, y en la historia; el sol me enseñó que la historia no es todo. [...] En cualquier caso, el espléndido calor que reinó sobre mi infancia me ha privado de todo resentimiento”*. Camus fue un hombre sin resentimiento. Cuando en 1951 apareció su libro El hombre rebelde (“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento [...] de rebelión. La rebelión va acompañada de la idea de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón”), Jean-Paul Sartre se ensañó contra el libro en su revista Les Temps Modernes, ensañamiento que Camus no sólo se tomó con estoicismo sino del que apenas hizo mención en sus célebres carnets —el diario intermitente que escribió desde 1935 hasta pocos días antes de su prematura muerte en 1960—, salvo por una concisa frase: “Sartre, el hombre y el espíritu, desleal”. Camus se niega a llegar a extremos como Emerson, autor de quien cita en sus carnets esta frase reveladora: “Todo muro es una puerta”.

 


 

“Nunca estuve muy sometido al mundo, a la opinión. Pero lo estuve algo, por muy poco que fuera. Acabo de hacer el esfuerzo definitivo. Creo que, a este respecto, mi libertad es total. Libre, por tanto, benévolo”.


Albert Camus, Vivir la lucidez


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(*) Albert Camus, prefacio a El revés y el derecho (L’Envers et l’endroit, 1937; Alianza Editorial, 2014).




domingo, 7 de noviembre de 2021

La guerra interminable

Todas las guerras son una misma guerra: desde la guerra de Troya, la conquista de México, la Guerra Civil española y la Segunda Guerra Mundial, entre otras muchas barbaries que han jalonado la Historia. Eso es lo que viene a decir el escritor y profesor mexicano Enrique Díaz Álvarez en La palabra que aparece: el testimonio como acto de supervivencia, premio Anagrama de Ensayo 2021. Por encima de catástrofes, situaciones extremas y pandemias como la actual, la amenaza más terrible que ha conocido la humanidad sigue siendo la guerra. El escritor francés André Malraux dijo que, ante la amenaza de la guerra, “la tarea del siglo próximo —o sea este siglo en el que estamos reviviendo algunas de las atrocidades del pasado— será la de integrar a los dioses”. No obstante, la posibilidad de que los dioses intervengan para bien es bastante remota. No hay más que releer la Ilíada, donde por el lado de los troyanos participan dioses como Afrodita, Apolo, Ares, Artemisa y Leto; y por el lado de los griegos intervienen dioses como Atenea, Hefesto, Hera, Hermes y Poseidón. Según Stephen Fry: “Los dioses siguen a nuestro alrededor, aprobando, desaprobando, dirigiendo y perturbando, pero el regalo de Prometeo, el fuego, ha otorgado a la humanidad la capacidad de controlar sus asuntos y construir sus características ciudades-estado, reinos y dinastías. El fuego es real y caliente*”. También el infierno es real y les aseguro que no querrían estar allí después de leer los testimonios recogidos en La palabra que aparece. Para Díaz Álvarez la guerra, cualquiera que sea su origen, “es tan solo el resultado de la posición que se mantiene en una relación de fuerzas. [...] Ello explica que no haya existido época que no conozca las matanzas masivas, los exterminios, los cuerpos insepultos”. El suyo es un ensayo, una reflexión en voz alta, sobre la palabra que aparece tras el humo que señala el lugar de la barbarie. De ahí que sea un ensayo Frankenstein, hecho de pedazos humeantes, pero pedazos convenientes, oportunos, de otros libros que han “encarado” la violencia, en el sentido de darle cara, ponerle rostro a las víctimas. Por sus páginas desfilan autores como Elias Canetti (Libro de los muertos), Aldous Huxley (El fin y los medios), Virginia Woolf (Tres guineas), Kurt Vonnegut (Matadero cinco), Primo Levi (Si esto es un hombre), Svetlana  Alexiévich (La guerra no tiene rostro de mujer) y Jorge Semprún (La escritura o la vida), entre otros. En La palabra que aparece, Díaz Álvarez realiza una investigación detectivesca y minuciosa pues, como escribió Patrick Modiano en Dora Bruder, “lleva tiempo conseguir que salga a la luz lo que ha sido borrado”, borrado por ese fuego real y caliente que Prometeo entregó a los hombres.

 

 


 

 “Aldous Huxley insistía en que la guerra es un fenómeno exclusivamente humano. [...] Le sorprende que únicamente los humanos se organicen para entablar batallas a sangre fría; que solo ellos sean capaces de planear y llevar a cabo un asesinato en masa de miembros de su propia especie. Ahora bien, el hecho de que la guerra solo se presente entre los seres humanos no demuestra que sea una ley natural. Baste pensar que tiende a eliminar a los individuos más jóvenes y fuertes, lo que resulta absurdo desde el punto de vista evolutivo”. 

 

Enrique Díaz Álvarez, La palabra que aparece

 

 

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(*) Héroes (Heroes, 2018; Anagrama, 2021) de Stephen Fry.