lunes, 15 de noviembre de 2021

Un hombre que dice sí

En unos tiempos difíciles como los que vivimos, caracterizados por una huida hacia delante, buscando lo más cómodo y fácil y práctico, tiempos en los que los editores llamados “literarios” también han comenzado a pensar en apuestas exentas de dificultad, es un milagro que la casi totalidad de la obra de Albert Camus, premio Nobel de Literatura en 1957, siga todavía presente en nuestras librerías. En realidad, Camus no ha dejado de pasearse por España, desde las tempranas ediciones sudamericanas de La peste, disponibles desde finales de los años 40, hasta los cinco volúmenes de sus Obras completas, publicados por Alianza Editorial a finales de los años 90, y reeditadas ahora por separado por el grupo editorial Penguin Random House: las novelas El extranjero,  La caída y La muerte feliz; los ensayos El mito de Sísifo y El hombre rebelde; y todos los carnets (1935-1959) reunidos en un solo volumen con el título Vivir la lucidez. Si bien nuestro tiempo se parece cada vez más al futuro distópico que imaginó George Orwell en 1984, hay que decir que Camus vivió también en una época de revoluciones fracasadas e ideologías extremas, que le llevaron a vivir con más empeño, pues “si hay un pecado contra la vida, acaso no sea tanto desesperar de ella como esperar otra distinta. [...] La esperanza, contra lo que se cree, equivale a la resignación. Y vivir no es resignarse”, escribió Camus en Bodas. Para el escritor argelino la felicidad no era sino “la simple armonía entre un hombre y la vida que lleva”. Camus no tuvo una infancia fácil: su padre murió en combate durante la Primera Guerra Mundial, cuando él aún no había cumplido un año, y su madre se trasladó a un barrio miserable de Argelia. Pero esto, lejos de ser un problema, representó para Camus una gran oportunidad. “Ante todo, jamás la pobreza ha constituido una desdicha para mí, porque la luz derramó sus riquezas sobre ella. Esa luz iluminó hasta mis rebeliones, que fueron casi siempre, creo poder decirlo con honestidad, rebeliones por todos y para que la vida de todos se formara en la luz. [...] La miseria me impidió creer que todo está bien bajo el sol, y en la historia; el sol me enseñó que la historia no es todo. [...] En cualquier caso, el espléndido calor que reinó sobre mi infancia me ha privado de todo resentimiento”*. Camus fue un hombre sin resentimiento. Cuando en 1951 apareció su libro El hombre rebelde (“¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no. Pero negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento [...] de rebelión. La rebelión va acompañada de la idea de tener uno mismo, de alguna manera y en alguna parte, razón”), Jean-Paul Sartre se ensañó contra el libro en su revista Les Temps Modernes, ensañamiento que Camus no sólo se tomó con estoicismo sino del que apenas hizo mención en sus célebres carnets —el diario intermitente que escribió desde 1935 hasta pocos días antes de su prematura muerte en 1960—, salvo por una concisa frase: “Sartre, el hombre y el espíritu, desleal”. Camus se niega a llegar a extremos como Emerson, autor de quien cita en sus carnets esta frase reveladora: “Todo muro es una puerta”.

 


 

“Nunca estuve muy sometido al mundo, a la opinión. Pero lo estuve algo, por muy poco que fuera. Acabo de hacer el esfuerzo definitivo. Creo que, a este respecto, mi libertad es total. Libre, por tanto, benévolo”.


Albert Camus, Vivir la lucidez


__ 

(*) Albert Camus, prefacio a El revés y el derecho (L’Envers et l’endroit, 1937; Alianza Editorial, 2014).