sábado, 5 de mayo de 2018

El maestro de almas

“¿Verdad, Didi, que siempre hay algo que nos da la sensación de existir?”. Esta célebre frase de Esperando a Godot de Samuel Beckett me viene a la cabeza cada vez que leo a Henry James. James fue amigo de Ralph Waldo Emerson, Henry David Thoreau, Edith Wharton, Iván Turguénev, Gustave Flaubert, Guy de Maupassant, Alfred Tennyson, George Eliot y Ruyard Kipling, entre otros autores que marcaron la vida literaria de su tiempo, las últimas décadas del siglo XIX. Las obras de este maestro de almas eran motivo de admiración no sólo entre sus amigos, sino incluso para los autores nuevos o rivales. Hoy, James sigue suscitando el mismo interés, si no más, tal y como lo demuestra la continua reedición de sus novelas y relatos —el último libro en aparecer en España ha sido el primer volumen de sus Cuentos completos, publicado por Páginas de Espuma—, así como también las ficciones protagonizadas por el autor de Retrato de una dama, como ¡El autor, el autor! (Author, Author, 2004; Anagrama, 2006) de David Lodge, La mecanógrafa de Henry James (The Typewriter's Tale, 2005; Gatopardo, 2017) de Michiel Heyns o The Master (The Master, 2004; Lumen, 2018) de Colm Tóibín, de la que ya existía una edición de 2006 en Edhasa, con la misma traducción de María Isabel Butler de Foley, y que ahora reedita el sello catalán. ¿Quieren disfrutar con The Master? ¿Si? En tal caso, les aconsejo que, al igual que con las novelas de James, no se impongan un plazo de tiempo para acabar la proeza de su lectura. The Master es una novela que alza el vuelo libremente por encima de la extensa bibliografía jamesiana como una golondrina sobre la bandada. En ella Tóibín se adentra en la vida de James como nadie lo había hecho hasta ahora, recreando sus dudas, sus deseos y sus conflictos internos que le llevaron a tener una vida enteramente casta, pese a los insistentes rumores de homosexualidad. Si bien Tóibín no se aventura a afirmar que James era homosexual, sugiere que, al menos, tenía sentimientos homoeróticos. Cuando Oscar Wilde es acusado de “sodomita”, James sigue con preocupación el proceso contra el autor irlandés que ha provocado que los homosexuales londinenses crucen el Canal. Un amigo, el poeta y crítico inglés Edmund Gosse, le pregunta a James si él tiene algún motivo para marcharse también: “Me pregunto si tú, si tal vez...” James lo niega categóricamente: “No. Tú no te preguntas. No hay nada que preguntarse”. Pero la pregunta ha sido hecha. Y en los años venideros, repetidamente. En The Master, James no se diferencia de cualquiera de sus personajes, agobiados por un exceso de realidad o de conciencia. Ser consciente significaba para James prestar atención no sólo a lo que ocurría en el exterior, sino también en el interior de uno mismo. Etimológicamente el término “consciente” viene del latín “conscientis”, que significa “el que entiende algo completamente”. El James de Tóibín podría hacer suya la frase de Saul Bellow: “La vida sin explicación no vale la pena ser vivida, y la vida con explicación es insoportable”. James ayudó a mostrarle a su siglo y al nuestro la importancia del conocimiento unida a la emoción del arte.




“Para Henry, el cementerio, más que ninguno de los monumentos de la ciudad u obras de arte o edificios y calles o carreteras famosas, era el lugar donde el arte y la naturaleza se habían combinado con más sonoridad y resonancia. [...] En este cementerio, por el que caminaron una vez más, sintió, como nunca hasta entonces, que el estado de no saber y no sentir propio de los muertos era lo más cercano a la felicidad total”. 

Colm Tóibín, The Master