miércoles, 30 de mayo de 2018

La biografía de una mala idea

Si leen el subtítulo —Historia global de los campos de concentración— ya sabrán de que va el libro de la periodista de USA Today Andrea Pitzer Una larga noche (One Long Night, 2017; La esfera de los libros, 2018), un relato estremecedor sobre el mal sin límites de que es capaz el hombre a través de la historia cronológica y geopolítica de los centros de internamiento de todo el mundo. Por el libro desfilan todos los lugares, espacios o edificaciones levantadas al efecto, cuya finalidad era —y es todavía en algunos lugares— vigilar y castigar. Los nombres que más escalofríos producen son los de Bloemfontein (Ciudad del Cabo), Shark Island (actual Nambia), Douglas (Isla de Man), Solovoki, Dachau, Auschwitz, Abu Ghraib  (Irak), The Salt Pit (Afganistán) y Guantánamo (Cuba), donde los prisioneros —todos musulmanes— que están a la espera de juicio no sólo son tratados mucho peor que los criminales convictos de los más atroces crímenes que pueblan las cárceles de los Estados Unidos, sino que “la lógica turbia de Guantánamo insiste en querer seguir adelante como si el pasado no existiera”. Al parecer, la historia de los campos de concentración comenzó con una idea que se le ocurrió al general Valeriano Weyler y Nicolau, marqués de Tenerife, para frenar el levantamiento independentista cubano de 1895. Weyler, en aquel entonces capitán general de Cuba, como antes lo había sido de Canarias entre 1878 y 1883, ideó la estrategia de “reconcentrar” a los campesinos cubanos dentro de las murallas y fortificaciones de las ciudades con guarnición militar con el objetivo de aislar a los insurrectos en las zonas rurales: “Las tropas se presentaban en las casas y, a los más afortunados, les concedía unas horas de plazo para unirse al resto de los detenidos. A punta de bayoneta, adultos, niños y ancianos comenzaban su traslado hacia los destinos asignados [...] convertidos en mundos cerrados. Los desplazados solían llevarse con ellos lo que podían,  y lo dejaban atrás quedaba en manos de los soldados, que lo quemaban o lo arrasaban. Incluso los enseres que habían conseguido llevar consigo no podían conservarlos durante mucho tiempo. La gente de las ciudades, molesta por tener que dejar espacio a los desplazados, y sospechando de sus verdaderas intenciones políticas, a veces confiscaban sus posesiones a la llegada como pago por la generosidad de acogerlos”. La estrategia defensiva de Weyler sólo sirvió para acrecentar el número de muertos en el conflicto y legitimar el horror que nunca debió haber existido. El resto es historia sabida, relato viejo de horrores —y errores— sin cuento, o como escribe Pitzer, la "biografía de una mala idea" que los nazis hicieron suya de todas las maneras imaginables.




 “La piel del planeta tiene las cicatrices de los campos de concentración y de las ruinas de los campos de concentración. Ni siquiera contando con la ventaja del espacio exterior es posible verlos todos. Siempre hay un lugar que se oculta, en el extremo más alejado del globo, donde los inocentes y los culpables y los que no son ni una cosa ni otra permanecen atrapados y juntos durante un tiempo, por ahora, o para siempre”.

Andrea PitzerUna larga noche