jueves, 28 de septiembre de 2017

Del amor y otras proteínas

Un grupo de científicos italianos ha dado con una explicación muy loca de por qué la pasión amorosa no dura mucho, como máximo poco más de un año, pese a que hay quien sostiene, como el escritor francés Frédéric Beigbeder, que el amor dura tres años. Al parecer cuando una persona se enamora de otra, independientemente de su orientación sexual, los niveles de la proteína llamada factor de crecimiento nervioso (FCN o NFG, en inglés) se elevan considerablemente. Sin embargo, pasado un tiempo, los niveles de esta proteína disminuyen significativamente. Esto no quita para que la pasión amorosa lleve en sí, implícito en su ADN, de un modo u otro, la idea del enajenamiento o del fatalismo romántico, objeto de la atención de poetas y escritores a lo largo de los siglos. "En nuestros momentos de mayor idealismo, nos figuramos que el amor [...] no tiene condiciones ni límite alguno", apunta Alain de Botton en El placer del amor (Essays In Love, 1993, también publicado como On Love: A Novel, 2006; Lumen, 2017), aludiendo a nuestra falta de visión más allá de nuestras narices. Por algo se dice que el amor es ciego. La historia de la literatura habla por sí sola, ejemplos los tenemos a cientos: Romeo y Julieta, Cyrano de Bergerac y Roxana, Elizabeth Bennet y Fitzwilliam Darcy, Anna Karénina y el conde Vronski, Rebeca y Maxim de Winter, Lolita y Humbert Humbert, etcétera. Cabe preguntarse si de haber sido reales Romeo y Julieta hubieran sentido el hastío o el cansancio, o por decirlo con el título de otro ensayo-novela de Botton, La fatiga del amor (The Course of Love, 2016; Lumen, 2017). Según los científicos italianos, la fatiga del amor no es más que una bajada drástica de los niveles de la susodicha proteína descubierta en 1952 por la neuróloga Rita Levi-Montalcini. Pues ahora que lo dicen, es probable que la razón principal por la que el escritor americano Nelson Algren decidió terminar su relación con Simone de Beauvoir, filósofa, feminista y autora de El segundo sexo, fuera la carencia de la proteína FCN en su sistema nervioso. No obstante, hay quienes mantienen que lo que acabó con esta relación fue la no aceptación de Algren de compartir a Beauvoir con Jean-Paul Sartre. "Desde el primer día me sentí culpable por darte tan poco a pesar que tenía tanto amor. [...] No podía dejar a Sartre, la escritura y Francia”, se sinceró Beauvoir en una carta a Algren. Sea como fuere, lo que es seguro es que el amor no tiene cura. Y si encima no contamos con la proteína adecuada, la tarea se hace más complicada. Por si fuera poco, en El placer del amor, Botton se descuelga con esta afirmación: “No amaríamos si no tuviéramos alguna carencia". ¿En qué quedamos? En fin, háganse con esta maravilla de edición antes de que las autoridades sanitarias competentes la retiren.




 "La tragedia del amor es que no logra escapar a la dimensión temporal. Cuando se está enamorado de alguien, resulta particularmente cruel recordar la propia indiferencia para con amores pasados. Hay algo espantoso en la idea de que la persona por la que uno sacrificaría cualquier cosa en un momento dado unos meses más tarde pueda hacer que uno pase a la acera —o librería— de enfrente para evitarla".

Alain de Botton, El placer del amor