sábado, 16 de octubre de 2021

¿Pero en qué planeta vives?

Durante mis estudios de secundaria en la Universidad de Cheste, en Valencia, coincidí en clase con un chico norteamericano que repetía todo el tiempo: On what planet are you living on? ¿Pero en qué planeta vives? Se apoyaba en esta frase cuando algo no le gustaba o no entendía o no podía aceptar. Todavía, y han pasado más de cuarenta años, creo que le oigo decir: On what planet are you living on? Cuando ayer conocí la noticia de que el Premio Planeta 2021 había recaído en La bestia de Carmen Mola, seudónimo tras el que se escondían tres escritores de poca augustea, por decirlo finamente —otra manera de decirlo sería: de poca monta—, no pude evitar exclamar como aquel chico: ¿Pero en qué planeta vives? Habrá a quien el último premio Planeta le haya cogido por sorpresa (o despistado, porque era un secreto a voces), pero no oculta la verdadera realidad de un premio que ha ido disminuyendo su prestigio cada año desde la muerte en 2003 de su creador, José Manuel Lara Hernández, fundador de la editorial Planeta. Siempre ha sido un premio polémico; a Camilo José Cela se lo dieron 5 años después del Premio Nobel por La cruz de San Andrés, una novela que Cela escribió con “inspiración asistida”—o lo que es lo mismo, con la ayuda de negros literarios pagados por la editorial—, según señala el periodista Tomás García Yebra en su ensayo Desmontando a Cela. En una entrevista al New York Times, el alpinista inglés George Leigh Mallory dijo que su razón para escalar el Everest era: “Porque está allí”. Algo parecido debió pensar Cela cuando José Manuel Lara puso a su alcance los 50 millones de pesetas del premio Planeta de 1994. Lo mismo pensaron Mario Vargas Llosa (Lituma en los Andes, 1993), Antonio Muñoz Molina (El jinete polaco, 1991), Soledad Puértolas (Queda la noche, 1989), Manuel Vázquez Montalbán (Los mares del Sur, 1979), Juan Marsé (La muchacha de las bragas de oro, 1978), Jorge Semprún (Autobiografía de Federico Sánchez, 1977) y Ramón J. Sender (En la vida de Ignacio Morel, 1969), entre otros autores reconocidos. Pero si comparamos sus nombres y sus obras con las obras y los nombres de los ganadores de los últimos años, Dolores Redondo (Todo esto te daré, 2016), Javier Sierra (El fuego invisible, 2017), Santiago Posteguillo (Yo, Julia, 2018), Javier Cercas (Terra Alta, 2019), Eva García Sáenz de Urturi (Aquitania, 2020), hasta llegar a Carmen Mola —una y trina, trina y una, no por decisión propia sino por mandamiento comercial—, comprobamos como la mediocridad se ha instalado a sus anchas en un premio que se ha salido de su órbita hace mucho, flotando en el cosmos como basura espacial, pero sobre todo ha dejado de ser el centro de gravedad de la literatura española. Parafraseando a Paul Morand, no hay libro más pesado que una obra vacía.


 


 

“Desde el principio no relacioné ese premio* con mi actividad de escritor sino con mi actividad de aprendiz de comercio”.

 

Thomas Bernhard, Mis premios

 

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(*) Bernhard se refiere a su novela autobiográfica El sótano galardonada con el Premio de Literatura de la Cámara Federal de Comercio. 



viernes, 8 de octubre de 2021

Cry macho

¿Quién nos iba a decir que después de la excelente novela corta de E. Annie Proulx Brokeback Mountain (1997) íbamos a encontrar otra novela del vaqueros —igualmente magnífica, pero escrita treinta años antes— sobre la masculinidad herida por el rayo del amor que no se atreve a decir su nombre? El poder del perro* (The Power of the Dog, 1967; Alianza, 2021) de Thomas Savage es todo eso y mucho más, y sin necesidad de llorar o sonarse la nariz cuando llegas a la última página del libro. Es imposible decidir qué es lo mejor de esta ficción escrita por Savage a partir de personajes que conoció en su infancia en un rancho de Montana: si el cariño que le coges a todos sus personajes: George, Rose, Peter, Johnny e incluso al gallito Phil, que se gana el odio unánime de todos; esa crítica mordaz a los grandes ganaderos sumidos en una crisis que hunde sus raíces en los cambios sociales producidos con la llegada del siglo XX; o las tramas que se desarrollan entre los protagonistas, siempre bien medidas para que no resulten unas superiores a las otras. O el inicio de la novela: “Phil siempre se encargaba de la castración. En primer lugar, cortaba la bolsa del escroto y la arrojaba a un lado; a continuación, tiraba primero de un testículo y luego del otro, hacía un tajo en la membrana color arcoíris que los rodeaba, la arrancaba y la arrojaba al fuego donde los hierros de marcar resplandecían al rojo vivo. La cantidad de sangre que despedían era sorprendentemente escasa. En pocos instantes, los testículos explotaban como inmensas palomitas de maíz”. O la forma de narrar de Savage de acuerdo a lo que señala la teoría del iceberg. El corazón de la historia se mantiene sumergido, sólo algunas puntas asoman. El hermético Phil Burbank parece vivir en un estado de enfado permanente. Habla sólo lo mínimo necesario y guarda todo lo demás para sí, incluida su latente homosexualidad. Cuando su hermano George se casa con la viuda Rose Wilson y se traslada al rancho a vivir con ellos, Phil hará todo lo posible para destruir la estabilidad de Rose y la de su hijo “mariquita”, Peter. Con ecos del clásico Al Este del Edén de John Steinbeck, El poder del perro es un novela implacable, demoledora y angustiante gracias a una tensión narrativa a la que hay que sumar un naturalismo que corta el aliento. Testículos explotando como inmensas palomitas de maíz. La frase del inicio de la novela da la medida del carácter radicalmente antinostálgico que Savage otorga a esta tragedia (otra más) americana. Cry macho.

 

 


 

Ya  no consideraban que ‘ser vaquero’ fuera un trabajo, el trabajo de un hombre, como en los tiempos de Bronco Henry. Era puro teatro, como lo que veían en las películas, y eso explicaba las cabezadas y espuelas con engarces de plata que los hacía estar siempre arruinados, como también los discos de canciones de vaqueros que compraban en Monkey Ward y escuchaban en sus fonógrafos”.

 

Thomas Savage, El poder del perro

 

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(*) No confundir con la novela de Don Winslow del mismo título publicada en 2005.