domingo, 30 de abril de 2017

Una novelita lumpen

"La historia de Roma comienza con una violación". Estas palabras son la sentencia con la que el historiador británico Tom Holland comienza su último libro publicado en España, Dinastía (Dynasty: The Rise and Fall of the House of Caesar, 2015), sobre la sordidez y la crueldad de los primeros césares: Augusto, Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón. La violación no es solamente física —la mayoría de las fuentes coinciden en que una princesa virgen fue asaltada por un falo divino (para los historiadores Marco Octavio y Licinio Macer, el violador fue el tío de la chica) que emergió de las cenizas del hogar, con el consiguiente embarazo del que nacieron dos gemelos bautizados como Rómulo y Remo—, sino también moral-territorial: una violación de límites morales y territoriales que han ido construyendo nuestro mundo hasta hoy mismo, y sin intervención de ningún falo divino. La historia de Roma, para decirlo con las palabras de Roberto Bolaño, es una novelita lumpen.




"No hay ningún otro período de la historia antigua que se pueda
comparar a él por la pura fascinación de sus protagonistas. [...] Matriarcas asesinas, incestuosos matrimonios de personajes ambiciosos, machos beta despreciados que, sin embargo, al final detentan poder de vida y muerte sobre todos: todos estos elementos, tan habituales en la actualidad literaria, se basan en los acontecimientos de este período".

Tom Holland, Dinastía


sábado, 29 de abril de 2017

La puerta de Alicia

Decía Mario Benedetti que "de dos peligros debe cuidarse el hombre nuevo: de la derecha cuando es diestra, de la izquierda cuando es siniestra". Lo que está ocurriendo en Francia —con Marine Le Pen instalada en la izquierda siniestra y Emmanuel Macron tendiendo la diestra a la locomotora alemana—, no es nuevo. Es algo que viene produciéndose en los países del euro desde que los que manejan la economía mundial en beneficio propio no distinguen la moneda única del individuo único. Podemos protestar o enfadarnos, indignarnos o exaltarnos, pero el tren sigue avanzando, por vías subterráneas, ajeno a la carga de dolor que lleva. Lo que hay que hacer es buscar la puerta pequeña y secreta, la puerta de Alicia, que abre otros caminos. Lo más probable es que entonces nazca una posibilidad inesperada por pequeña que sea.


Ilustración de John Tenniel


"¿Podrías decirme, por favor, qué camino debo seguir para salir de aquí?
–Esto depende en gran parte del sitio al que quieras llegar –dijo el Gato.
–No me importa mucho el sitio… –dijo Alicia.
–Entonces tampoco importa mucho el camino que tomes –dijo el Gato. 
–… siempre que llegue a alguna parte –añadió Alicia como explicación.
–¡Oh, siempre llegarás a alguna parte –aseguró el Gato– si caminas lo suficiente!".

Lewis Carroll, Alicia en el País de las Maravillas

viernes, 28 de abril de 2017

¿Por qué Proust?

Durante mucho tiempo me acosté con Proust hasta la una o las dos de la madrugada, a veces hasta la mañana siguiente. Si un blog puede permitirse una dedicatoria, éste está dedicado al autor de En busca del tiempo perdido —que tiene uno de los comienzos más famosos de la historia de la literatura: "Durante mucho tiempo me acosté temprano"—,  y al resto de novelistas, cuentistas, poetas y ensayistas que han tenido una importancia, un peso en lo personal en mi vida. Toda mi educación, gracias a los libros,  ha consistido en cuestionarlo todo, en no dar nada por hecho, y mucho menos "la verdad". El escritor argentino Alberto Manguel lo dice en alguna parte: "No me gusta la palabra ‘verdad’. Esa palabra implicaría que nuestro saber sobre algo es la respuesta definitiva". Yo, como Manguel, no tengo respuestas definitivas. Seguramente los libros tampoco. Pero basta con escoger un libro y levantarle las tapas para descubrirle las cosquillas y admirar también sus articulaciones y huesos, mientras descansa en nuestro regazo como un niño. No hay más verdad que la que se siente.



“[…] para dar a conocer la verdad no es necesario decirla, y quizá podamos captarla con mayor certidumbre, sin necesidad de esperar a las palabras y sin siquiera tenerlas mínimamente en cuenta, en mil señales externas e incluso en determinados fenómenos invisibles que son, en el mundo de los caracteres, lo mismo que los cambios atmosféricos en la naturaleza física. Quizá podría haberlo sospechado, pues yo mismo, a la sazón, solía decir a menudo cosas totalmente ajenas a la verdad, mientras la daba a conocer mediante tantísimas confidencias involuntarias 
de mi cuerpo y de mis actos”.

Marcel Proust, La parte de Guermantes