domingo, 21 de febrero de 2021

Paisaje en la niebla

La red de redes más grande del mundo será todo lo perjudicial que ustedes quieran, pero sin el poder de descubrimiento de Internet probablemente no hubiéramos podido seguir a María Belmonte en su grand tour por el Mediterráneo en Peregrinos de la belleza (Acantilado, 2015) o en su viaje a pie por Los senderos del mar (Acantilado, 2017), con solo abrir la aplicación Google Maps en nuestro móvil. Exactamente de la misma manera, podemos hacer otro tanto con sus vagabundeos por el norte de Grecia mientras leemos su último libro, En tierra de Dionisio (Acantilado, 2021), íntimamente conectado con su vida como no podía ser de otra forma. Belmonte, doctora en Antropología Social, pertenece a esa estirpe de personas capacitadas para aprovechar la vida intensamente. Como traductora*, escritora o viajera incansable, bien que lo ha hecho emulando los pasos de sus autores favoritos. Sin embargo, el protagonista de En tierra de Dionisio no son ni los aristócratas viajeros del siglo XVIII ni los escritores en busca de inspiración artística como en sus libros anteriores, sino el paisaje del norte de Grecia, un paisaje gris y desapasible, casi postapocalíptico, que podría ser otra Grecia diferente de la que conocemos, aunque basta escarbar un poco en su superficie para descubrir que no nos es tan ajena: “Hay otra Grecia. Una Grecia que no sale en las guías turísticas, que no aparece en las postales. Una Grecia que no está bañada ni iluminada por el sol, sino envuelta en la niebla. Una Grecia fronteriza, balcánica..., es la Grecia de Theo Angelópoulos”. Mientras toma el camino contrario al de los miles de turistas que visitan el país heleno cada año, Belmonte conduce al lector a las tierras altas, donde tuvo su hogar un hijo de Zeus llamado Macedón, que significa “gente alta”, el cual dio nombre a Macedonia, la región en la que nació Alejandro Magno. Según Belmonte, cuando Alejandro era todavía un muchacho fue Aristóteles quien le contagió su pasión por el mundo que le rodeaba: “Mientras estaban en Mieza le regaló un ejemplar de la Ilíada con sus propias anotaciones. [...] Quizá fue entonces cuando Alejandro decidió convertirse en el hombre más glorioso de su época, tarea en la que puso empeño hasta que exhaló el último suspiro. Lo que no está claro es que profesor y alumno compartieran el mismo concepto de excelencia”. Macedonia es la primera parada que hace la autora en su recorrido por el norte de Grecia. Pero lejos de hallar la rotunda luz del sol de las novelas de Lawrence Durrell, se topó con lluvia y nubarrones negros que ensombrecían el paisaje: “Macedonia me recibía con un tiempo que a Theo Angelópoulos le habría parecido perfecto para un día de rodaje”. Con humor y erudición, Belmonte vuelca sus vastos conocimientos del mundo antiguo en un libro que invita a darnos un chapuzón en la fuente de la eterna juventud de los clásicos —esos libros que, a decir de Italo Calvino**, cuanto más cree uno conocerlos de oídas, tanto más nuevos, inesperados, inéditos resultan al leerlos de verdad—, y aunque no salgamos rejuvenecidos, sí lo haremos un poco más sabios en medio de tanta niebla. 




“Puede que en nuestro amor por una tierra distinta de la que hemos nacido se oculte una búsqueda inconsciente del paraíso del que fuimos desterrados. Ese lugar es para mí Grecia. La Grecia de las estatuas y los filósofos, la Grecia del Diálogo”. 


María Belmonte, En tierra de Dionisio



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(*) Belmonte ha traducido al castellano la obra de Christopher Isherwood para la editorial Acantilado: Adiós a Berlín (Goodbye to Berlin, 1939; 2014), Un hombre soltero (A Single Man, 1964; 2019) y La violeta del Prater (Prater Violet, 1945; 2021).

(**) Por qué leer los clásicos (Perché leggere i classici, 1991; Tusquets, 1992), Italo Calvino. Hay una edición más reciente, de 2015, publicada por Siruela.



domingo, 14 de febrero de 2021

Descargando quimeras

Sorprende constatar cómo tres clásicos de la literatura proletaria, Germinal (1885) de Émile Zola, La jungla (1906) de Upton Sinclair y Kanikosen [Cangrejeros] de Takiji Kobayashi, publicada en 1929 para luego ser prohibida durante décadas en Japón, se mantienen vigentes en la actualidad. La explotación de los trabajadores, ya sean mineros, operarios de una planta cárnica o pescadores, sigue siendo una de las industrias más lucrativas en cualquier economía. Pero no hay que remontarse a finales del siglo XIX y principios del XX para encontrar muestras de la esclavitud asalariada. En pleno siglo XXI, la mano de obra barata y la temporalidad extrema son el recurso al que recurre la clase capitalista para mantener su elevado estatus económico, atentando de paso contra las históricas conquistas de la clase trabajadora. En su primera novela, Desde la línea (À la ligne: Feuillets d'usine, 2019; Siruela, 2021), Joseph Ponthus le hace una foto a la esclavitud moderna en la línea de producción de una fábrica de conservas de pescado en la ciudad portuaria de Lorient, en la bretaña francesa. EDesde la línea, basada en sus propias experiencias como trabajador temporal, unas veces despiezando pescado, otras escurriendo tofu o descargando quimeras (“Hoy he descargado trescientos cincuenta kilos de quimeras / Ignoraba hasta esta mañana que existiera un pescado con ese nombre / [...] Ha bastado para alegrarme la mañana / Decirme que había descargado quimeras”), Ponthus nos narra la crónica diaria de un combate interior contra la deshumanización producida por la explotación laboral hasta límites extremos, con ecos de Kafka, Orwell y Beckett. Sin embargo, mientras que la mayor parte de las obras de Kafka, Orwell y Beckett transcurren en torno a parábolas sobre una sociedad deshumanizada donde no tiene cabida el relato de las personas, en Desde la línea los personajes no son abstracciones, sino personas de carne y hueso que se enfrentan a condiciones de trabajo especialmente duras. Menos mal que siempre queda un resquicio para el humor: “La fábrica es / Más que ninguna otra cosa / Una relación con el tiempo / El tiempo que pasa / Que no pasa [...] / Querido Marcel he encontrado el que buscabas* / Vente a la fábrica que te enseño yo en un pispás / El tiempo perdido / Ya no tendrás que soltar tanto rollo”. Sin desmerecer la magnífica disección del trabajo en una fábrica de producción y transformación de pescado, el verdadero triunfo de Ponthus estriba en su prosa desinhibida, libre (de puntos y comas, de párrafos largos, eternos e interminables) y directa. Como las canciones de Charles Trenet que ayudaron al autor a sobrellevar el agotamiento y el absurdo diario, Desde la línea es un canto a recuperar los valores de una sociedad deshumanizada. Una quimera más.





“La fábrica me ha ganado  

Ya solo me refiero a ella como 

 Mi fábrica 

 Como si yo insignificante empleado temporal entre tantos otros tuviese propiedad alguna de las máquinas o la producción de pescados o de gambas [...] 

 Muy  pocos lugares conozco que me causen tal impresión 

Absoluta existencial radical 

 Los santuarios griegos 

 La prisión 

 Las islas 

 Y la fábrica 

Cuando sales de ellos 

No sabes si te incorporas al mundo real o si lo abandonas”.


Joseph Ponthus, Desde la línea



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(*) Ponthus hace alusión a la obra de Marcel Proust En busca del tiempo perdido, escrita entre 1908 y 1922, y que consta de siete partes.



sábado, 6 de febrero de 2021

Todas las fiestas, la fiesta

Si hay un libro cuya lectura se asemeja a una fiesta, una gran fiesta —o una fiesta móvil*, dependiendo si lo lees en la cama o en un medio de transporte de camino a casa—, ese es sin duda El gran Gatsby (The Great Gatsby, 1925) de Francis Scott Fitzgerald. La célebre novela que inauguró la era del jazz en la novelística americana es noticia estos días por la avalancha de ediciones y reediciones que han llegado en pocas semanas a las librerías españolas desde diferentes editoriales: Anagrama (trad. de Justo Navarro), Austral (trad. de Miguel Temprano García), Cátedra (trad. de Mª Luisa Venegas Láguens), Alianza (trad. de Ramón Buenaventura), Alfaguara (trad. de José Luis López Muñoz), Nórdica (trad. de José Manuel Álvarez Flórez), Reino de Cordelia (trad. Susana Carral) y más recientemente Siruela (trad. de Jesús Ferrero y Hugo Castignani), que reproduce la portada de la primera edición de la novela, obra del pintor catalán Francis Cugat, hermano del famoso compositor y director de orquesta Xavier Cugat. El motivo no es otro que el vencimiento de los derechos de autor o copyright. El 1 de enero de 2021 El gran Gatsby pasó a ser de dominio público y cualquiera puede hacer uso del texto —traducirlo al idioma dodo, convertirlo en un videojuego, escribir una secuela, una precuela—, sin necesidad del consentimiento de los herederos del autor. Mientras escribo esta entrada en el blog suena en mi iPhone la voz de Ella Fitzgerald cantando It Don't Mean a Thing:  “Everything you've got / Don't mean a thing if it ain't got that swing” [Todo lo que tienes / no significa nada si no tiene ese swing]. El gran Gatsby tiene swing, invita a bailar, a moverse, a derribar los muros que nos mantienen encerrados, pero también invita a reflexionar sobre las múltiples caras que todos exhibimos en nuestra vida, como su protagonista, Jay Gatsby, “situado entre dos categorías, la social y la trágica”, como escribió el novelista Carlos Fuentes en la presentación del libro en la Colección Maestros Modernos Anglosajones**. Cada línea, cada palabra, transmite la verosimilitud que sólo conoce el que se ha empapado de esos ambientes de luces fulgurantes y de sombras alargadas que prefiguran la llegada de los tiempos modernos. Tiempos modernos en los que una personalidad carismática como la de Gatsby, un hombre hecho a sí mismo, poliédrico, fascinante y al tiempo contradictorio, difícilmente pudiera aceptar vivir. Nick Carraway, el narrador de la novela, intenta acercarse a Gatsby pero cada paso que da lo aleja más de él, como si lo viera desde un sueño o tras muchas noches de insomnio. Gatsby es inescrutable, inexplicable, insondable, como esas “caras nuevas que iban de aquí para allá como pétalos de rosa que el sonido de la orquesta arrastrara por la pista de baile”. Al igual que Gatsby, la novela está llena de significados a explorar, es decir, conserva su atmósfera de alegría o más bien de fiesta, pero esconde a la vista de todos los sueños y las ilusiones perdidas de una generación con una tendencia implícita a la destrucción. “El mundo de Francis Scott Fitzgerald sucede en medio de una gran fiesta, es el primero en decir que América es una fiesta y que la fiesta nunca acabará***”. Sin embargo, la fiesta acabó antes de tiempo. Para los que se dispongan a leer El gran Gatsby por vez primera, les hago saber que la fiesta continúa dentro. Todo está dentro. “Todo se ve con la luz de dentro, todo es dentro”, como escribió el poeta Juan Ramón Jiménez. El gran Gatsby es uno de esos libros en los que quedarse a vivir. Para siempre.




“A mí me gustan las fiestas grandes. Son tan íntimas. En las reuniones privadas no hay ninguna intimidad”.


Francis Scott Fitzgerald, El gran Gatsby



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(*) Tomo la expresión del título original de la obra autobiográfica de Ernest Hemingway A Moveable Feast, titulada en España París era una fiesta.

(**) El gran Gatsby de Francis Scott Fitzgerald (Colección Maestros Modernos Anglosajones, Círculo de Lectores, 2000, trad. José Luis López Muñoz). 

(***) Carlos Fuentes, op. cit.



lunes, 1 de febrero de 2021

Mujer sin casa

Piedras en el bolsillo (Des pierres dans ma poche, 2016; Libros del Asteroide, 2021) de Kaouther Adimi, se abre con una cita de La señora Dalloway*, de Virginia Woolf, una cita que cifra algunos de los elementos principales de esta novela de inspiración autobiográfica de la autora de Nuestras riquezas, publicada también por Libros del Asteroide en 2018. Adimi ha sabido ver en la obra de Woolf —quien se suicidó en 1941 tras llenarse los bolsillos de piedras y sumergirse en el río Ouse— lo que también podemos encontrar en su segunda novela**, y que es mucho más que el testimonio existencialista de una vida convulsa, llena de altibajos, y de un país convulso, Argel, que ha venido desangrándose desde 1992 tras una guerra civil encubierta, conocida también como la décennie noire (Década negra). Piedras en el bolsillo narra con honestidad brutal la historia de una joven argelina de veinticinco años que vive atrapada entre dos mundos, entre Argel y París —la ciudad blanca de su infancia y la de su vida adulta— sin pertenecer a ninguno. La protagonista ve cómo su pasado reaparece de forma inesperada cuando una mañana recibe la llamada de su madre desde Argel para anunciarle la boda de su hermana pequeña: “Debería estar prohibido que las hermanas pequeñas se casaran antes que su hermana mayor. Debería ser como los primos que se lían: algo en la frontera de la ilegalidad, algo malsano que incomoda a la gente decente”. Su independencia conquistada con orgullo se viene abajo ante el dilema de renunciar a su libertad o renunciar a una vida compartida, aunque para eso tendría que encontrar primero a un hombre: “Es horrible ser mujer en cualquier país. Ser mujer es tener pelo, una cabeza, un cuerpo, brazos y piernas. Eso hace que haya un montón de cosas de las que ocuparse, prevenir, anticipar. Subestimamos el efecto que puede tener un pie en una vida. [...] Mi cuerpo es Kabul. El Kabul de principios de los dos mil”. La narradora no parece decidida a abdicar de la libertad que le dan los sueños, como Clothilde, mujer sin casa, que “no ha pertenecido a ningún hombre”, con la que tiene largas conversaciones cada mañana en una placita de la calle Martyrs, sin llegar a agotar jamás ningún tema: el amor, la soledad, el dolor, la felicidad, el fracaso, la vejez. Piedras en el bolsillo se asemeja a una novela de formación o aprendizaje, a una novela de supervivencia, a una novela de fragmentos del interior, como las que tanto le gustaba escribir a Virginia Woolf. Puede que sea, posiblemente, todas estas cosas, pero también es una novela para leer en clave feminista y generacional y, lo más importante, para leer en familia, aunque esta última posibilidad conlleva el riesgo de acabar con los miembros más jóvenes huyendo en desbandada.





“El ascenso social va del campo a la ciudad, del aire fresco a la polución, de la bici al tranvía. La construcción del metro argelino ha sido una apuesta política, social, cultural, familiar, económica y religiosa. Representa aquello hacia lo que tendemos: a marcharnos lo más rápido y lo más lejos posible”.


Kaouther Adimi, Piedras en el bolsillo



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(*) “Extraño, increíble; nunca había sido tan feliz. Nada podía ser tan lento; nada durar demasiado. Ningún placer podía igualar, pensó, mientras enderezaba las sillas y volvía a colocar un libro en la estantería, al de haber acabado con los triunfos de la juventud, haberse perdido en el proceso de vivir, para volver a encontrar la vida, con un sobresalto de placer, al salir el sol, al morir el día”. Virginia Woolf, La señora Dalloway.

(**) Su primera novela, El reverso de los demás (L'envers des autres, 2011) fue publicada por la editorial Xordica en 2015, con traducción de Aloma Rodríguez, quien firma también la traducción de Piedras en el bolsillo de Libros del Asteroide.