Sorprende constatar cómo tres clásicos de la literatura proletaria, Germinal (1885) de Émile Zola, La jungla (1906) de Upton Sinclair y Kanikosen [Cangrejeros] de Takiji Kobayashi, publicada en 1929 para luego ser prohibida durante décadas en Japón, se mantienen vigentes en la actualidad. La explotación de los trabajadores, ya sean mineros, operarios de una planta cárnica o pescadores, sigue siendo una de las industrias más lucrativas en cualquier economía. Pero no hay que remontarse a finales del siglo XIX y principios del XX para encontrar muestras de la esclavitud asalariada. En pleno siglo XXI, la mano de obra barata y la temporalidad extrema son el recurso al que recurre la clase capitalista para mantener su elevado estatus económico, atentando de paso contra las históricas conquistas de la clase trabajadora. En su primera novela, Desde la línea (À la ligne: Feuillets d'usine, 2019; Siruela, 2021), Joseph Ponthus le hace una foto a la esclavitud moderna en la línea de producción de una fábrica de conservas de pescado en la ciudad portuaria de Lorient, en la bretaña francesa. En Desde la línea, basada en sus propias experiencias como trabajador temporal, unas veces despiezando pescado, otras escurriendo tofu o descargando quimeras (“Hoy he descargado trescientos cincuenta kilos de quimeras / Ignoraba hasta esta mañana que existiera un pescado con ese nombre / [...] Ha bastado para alegrarme la mañana / Decirme que había descargado quimeras”), Ponthus nos narra la crónica diaria de un combate interior contra la deshumanización producida por la explotación laboral hasta límites extremos, con ecos de Kafka, Orwell y Beckett. Sin embargo, mientras que la mayor parte de las obras de Kafka, Orwell y Beckett transcurren en torno a parábolas sobre una sociedad deshumanizada donde no tiene cabida el relato de las personas, en Desde la línea los personajes no son abstracciones, sino personas de carne y hueso que se enfrentan a condiciones de trabajo especialmente duras. Menos mal que siempre queda un resquicio para el humor: “La fábrica es / Más que ninguna otra cosa / Una relación con el tiempo / El tiempo que pasa / Que no pasa [...] / Querido Marcel he encontrado el que buscabas* / Vente a la fábrica que te enseño yo en un pispás / El tiempo perdido / Ya no tendrás que soltar tanto rollo”. Sin desmerecer la magnífica disección del trabajo en una fábrica de producción y transformación de pescado, el verdadero triunfo de Ponthus estriba en su prosa desinhibida, libre (de puntos y comas, de párrafos largos, eternos e interminables) y directa. Como las canciones de Charles Trenet que ayudaron al autor a sobrellevar el agotamiento y el absurdo diario, Desde la línea es un canto a recuperar los valores de una sociedad deshumanizada. Una quimera más.
“La fábrica me ha ganado
Ya solo me refiero a ella como
Mi fábrica
Como si yo insignificante empleado temporal entre tantos otros tuviese propiedad alguna de las máquinas o la producción de pescados o de gambas [...]
Muy pocos lugares conozco que me causen tal impresión
Absoluta existencial radical
Los santuarios griegos
La prisión
Las islas
Y la fábrica
Cuando sales de ellos
No sabes si te incorporas al mundo real o si lo abandonas”.
Joseph Ponthus, Desde la línea
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(*) Ponthus hace alusión a la obra de Marcel Proust En busca del tiempo perdido, escrita entre 1908 y 1922, y que consta de siete partes.