Termino de leer Congo. Una historia épica (Congo: The Epic History of a People, 2014; Taurus, 2019) de David Van Reybrouck.
Confieso que he leído las últimas doscientas páginas por encima, porque me ha
decepcionado un poco. Mea culpa. Quizá tenía las expectativas demasiado altas. El Congo,
un nombre que sugiere la quintaesencia de la aventura, pero que en realidad es
un espejismo disfrazado de oasis. Esto no lo hemos sabido hasta mucho después,
con el correr o el caer de los años, tras numerosos informes y algunos libros,
en especial El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Sin embargo, hubo un hombre que lo
supo al instante. Ruairí Mac Easmainn, un diplomático británico de origen
irlandés conocido como Roger Casement, que sirvió a Conrad como modelo para
crear a su legendario personaje de Marlow. Casement era conocido por su
probada insobornabilidad, había luchado contra los abusos del sistema colonial
en el Congo y en la Amazonia, y se disponía a luchar contra los abusos del
Gobierno británico en Irlanda —donde las dan, las toman—, cuando lo detuvieron
y sentenciaron a morir en la horca en un juicio sumarísimo celebrado cuatro
meses después del Levantamiento de Pascua. El movimiento independentista
irlandés abrió a Casement las puertas del patíbulo, pero quien cerró el nudo de
la soga alrededor de su cuello fue él mismo, tras el descubrimiento, o más bien
el robo, de sus diarios íntimos, en los que aludía a sus incursiones
homosexuales —“obscenidades pestilentes”, las llama en El sueño del celta Mario Vargas Llosa, para quien Casament era un héroe incómodo— durante sus viajes por Sudamérica y las islas Canarias.
Casement vivió con arreglo a su tiempo y por eso ocultó su homosexualidad. Para
unos ésta era motivo de vergüenza; para otros, de repulsión. Sólo así se
entiende el lenguaje circunspecto que utilizó en sus Diarios negros (The Black Diaries), publicados por primera vez en París en 1959.
En las entradas relativas a su estancia en Las Palmas, donde estuvo en 1903,
1910 y 1913, alojado en el hotel Santa Catalina y el hotel Quiney's —hoy un
inmueble abandonado en el centro histórico urbano a pocos metros de donde
vivo—, Casement anotó de manera lacónica: “20 de marzo [1903]: Juan 20”. En
otra entrada del diario: “Pelo rubio, ojos azules, ropa marrón, alrededor de 17” o “Pepe
17, le compré cigarrillos ‘mucho bueno’ [en español en el original]; X..., 16
pesetas”. En Congo. Una historia épica, Van Reybrouck le dedica sólo un párrafo a Casement,
ese héroe incómodo que a los diecinueve años acompañó al explorador Henry Morton Stanley al Congo para acabar con la
opresión, la explotación y el avasallamiento de los nativos y esa violencia
ambiental que impregna la historia de África desde la prehistoria hasta nuestros días. Pocos días antes de ser ahorcado
en la prisión de Pentonville, en Londres, el 3 de agosto de 1916, Casement
escribió a un amigo: “He cometido errores tremendos, he hecho muchas cosas mal,
pero... lo mejor de todo fue el Congo”. El tan manoseado término de “una vida
de fábula” está plenamente justificado si hablamos de Roger Casement. Su vida
debería servir para abrir claros luminosos en la creciente opacidad política y
moral que amenaza con crear nuevas formas de marginación.
“Existe
la molesta tendencia de hacer coincidir el inicio de la historia del
Congo con la llegada de Stanley en la década de 1870, como si antes de esa
fecha los habitantes de África Central vagaran tristes en un presente eterno e
inmutable y tuvieran que esperar el viaje de un blanco para liberarse del cepo
de su indolencia prehistórica. Bien es cierto que el África Central experimentó
un importante impulso entre 1870 y 1885, pero eso no significa que antes sus
habitantes se hallaran en un estado natural petrificado”.
David Van Reybrouck, Congo. Una historia
épica