Tuve una profesora de lengua y literatura en el bachillerato —no recuerdo el nombre, pero sí recuerdo las circunstancias— a la que le encantaba Toni Morrison y
me decía: “Tienes que leerla si estás en mi clase, es un hacha”. Entonces yo
creía que con esa expresión se refería a que la escritora afroamericana era muy diestra en lo suyo.
Después de leer sus libros, comprendí que se refería más bien al hacha que
nombraba Franz Kafka en uno de sus escritos póstumos: “Necesitamos libros que nos
afecten como un desastre, que nos duelan profundamente como la muerte de
alguien que quisimos más que a nosotros mismos, como estar desterrados en los
bosques más remotos, como un suicidio. Un libro debe ser el hacha que rompa el
mar helado dentro de nosotros”. El nombre de Morrison va inequívocamente unido
—ahora que ha muerto, ya para siempre— a la problemática racial y la lucha
contra la discriminación y la intolerancia. Morrison es, sobre todo, esa hacha clavada muy honda
en la conciencia de la sociedad estadounidense. ¿Qué otra cosa podría ser
Beloved, si no? Juzguen
ustedes mismos: “La lección que había aprendido en sesenta años de esclavitud y
diez de libertad: en el mundo no había mala suerte sino blancos”. Los blancos
de esta auténtica historia de horror americana —mucho más espeluznante que
cualquier episodio de American Horror Story— han hecho de la vida de la negra Sethe un infierno hasta el
punto de matar a su hija Beloved para salvarla de la esclavitud. Fue con este
libro, junto con El
hombre invisible de Ralph
Ellison y Ve y dilo en la montaña de James Baldwin, y algún relato de Flannery O’Connor —si no han leído
todavía El negro artificial,
ya tardan en hacerlo—, con el que descubrí la narrativa de la negritud, una
narrativa con un alto sentido de la épica de la vida, del coraje, del riesgo, a
parte de la contraposición permanente entre blancos y negros. No busquen otros
colores que esos dos.
“Cualquier blanco podía apropiarse de toda tu persona
si se le ocurría. No sólo hacerte trabajar, matarte o mutilarte, sino
ensuciarte. Ensuciarte tanto como para que ni tú mismo pudieras volver a
gustarte. Ensuciarte tanto como para que olvidaras quién eras y nunca pudieras
recordarlo. Y aunque ella y otros lo habían soportado, no podía permitir que le
ocurriera a los suyos. Lo mejor que tenía eran sus hijos. Los blancos podían
ensuciarla a ella, pero no a lo mejor que tenía, lo más hermoso y mágico, la
parte de ella que estaba limpia”.
Toni Morrison, Beloved