Tras el éxito fulminante de su primera novela, Canciones de amor a quemarropa (Shotgun Lovesongs, 2014; Libros del Asteroide, 2015), sobre un grupo de
amigos de un pueblo de Wisconsin que crecen a 33 revoluciones por minuto, Nickolas
Butler lo tenía difícil, pero no imposible. En su segunda novela, El corazón de los hombres (The
Hearts of Men,
2017; Libros del Asteroide, 2017), Butler pasa revisión al pasado reciente de
la sociedad americana a través de tres generaciones de una familia de clase media. Sus
personajes son criaturas torturadas y perdidas, desesperadas por encontrar la
manera de desligarse del fracaso familiar que el destino les tiene programado a
cada uno de sus miembros. No obstante, la novela hace hincapié en la relación
que se establece entre Nelson Doughty, un chico de trece años, apodado el
Corneta, y Jonathan Quick, de quince años, en un campamento de boy scouts a principios de los años
sesenta. Página tras página la vida de estos dos chicos, convertidos luego en
adultos, se va desvelando con la lánguida cadencia, con la descarnada añoranza
y romanticismo de una balada crepuscular. El verdadero tema de El corazón de los hombres
es el
aprendizaje de la vida, la difícil lucha de dos adolescentes —a los que más tarde se
sumarán Trevor y Thomas, el hijo y el nieto de Jonathan— por emerger a la superficie de sí mismos.
En este sentido, Butler es tan hijo de Salinger como de John Irving —sin duda
su referencia más directa— o del Rick Moody de La tormenta de hielo, una novela hace tiempo descatalogada que, en mi opinión, merece una reedición urgente. Butler es a estas
alturas un escritor diestro, que sabe dónde hay que golpear para despertar conciencias y cómo tensar su escritura hasta que cada palabra suene
con la ferocidad de una motosierra: "No todos esos chicos se convertirán en hombres
buenos, Nelson, en seres humanos buenos. Hacemos cuanto podemos, no dejamos
escapar una maldita oportunidad para guiarlos e instruirlos. Pero al final...
Alguno de los chicos de este comedor será un asesino; otro, un atracador de
bancos. Algunos de los chicos de este comedor engañarán al fisco; otros, a sus
mujeres. Me gustaría que las cosas fueran distintas. Pero cuando te oigo tocar
la corneta, oigo más que a un chico soplando aire. Oigo algo que resuena en el
tiempo. Algo bueno". El corazón de los hombres es una radiografía impecable,
implacable, lúcida y tierna de una familia en descomposición, pero también de una sociedad hipócrita y machista, incapaz de
reconocerse a sí misma. La elegía que entona Butler no sólo es por América, sino también por el propio corazón humano, capaz de lo mejor y de lo peor. En el roce de
estas dos placas tectónicas —y en las ilusiones perdidas de unos jóvenes que
empiezan a vivir—, es donde su novela adquiere verdadera relevancia. Sin
rodeos: una maravilla de historia.
"Los Boy Scouts de Estados Unidos nunca habían destacado por su sutileza, ni tampoco por su sensibilidad. Un
scout es: digno de confianza, leal, servicial,
simpático, educado, amable, obediente, ahorrador, valiente, limpio y
respetuoso. Pero gay no, por ejemplo, ni chica, ni ateo, por lo visto. Jonathan
tenía una opinión sombría y pesimista respecto al mundo, pero no era dogmático.
Los Boy Scouts, como organización, le parecían una terca hermandad de jóvenes
republicanos paramilitares que se aferraban desesperados a una noción
decimonónica de lo bueno, en un mundo en el que existían los misiles balísticos
intercontinentales, Jerry Springer, Unabomber y, ahora, para rematarlo, una
oveja clonada llamada Dolly".
Nickolas Butler, El corazón de los hombres