sábado, 2 de septiembre de 2017

Buscándole las sombras a Thomas Hardy

Lo mejor que le podía pasar a Thomas Hardy en España es encontrar a Catalina Martínez Muñoz, quien ha traducido con dedicación, esmero y auténtico amor a las palabras dos de sus novelas más célebres, Lejos del mundanal ruido (Far from the Madding Crowd, 1874; Alba editorial, 2002) y, más recientemente, prácticamente a estrenar, Tess de los d'Urberville (Tess of the d'Urbervilles, 1891; Alba editorial, 2017). También ha traducido la novela Invierno (Winter, 2014; Gatopardo, 2017) de Christopher Nicholson, sobre la particular amistad que Hardy y su segunda mujer Florence Emily Dugdale —que había sido su secretaria— mantuvieron con la joven actriz Gertrude Bugler, con motivo de la primera adaptación teatral de Tess de los d'Urberville. Pero a lo que iba. Gracias a Martínez Muñoz —y al sello catalán Alba, por supuesto—, Hardy cambió de lectores y hasta de registro, pues en la última edición en rústica publicada de Tess de los d'Urberville —en BackList (del Grupo Planeta), 2012—, la novela aparecía con el título abreviado, Tess, y el dibujo de una chica quitándose las bragas en la portada. Así, como lo oyen, o mejor dicho, lo leen. No es de extrañar que muchas lectoras de Cincuenta sombras de Grey que compraron la novela de Hardy persuadidas por la frase de la faja editorial ("Es la trágica historia de una hermosa mujer y parte de mi inspiración para Cincuenta sombras de Grey." E. L. James) se sintieran defraudadas. No creo que haga falta decir que la novela erótica-festiva de James no tiene nada que ver con el folletín (y a mucha honra) trascendental y torrencial de Hardy. Para el que no haya leído Tess de los d'Urberville, que vaya corriendo como alma que lleva el diablo a hacerlo y después hablamos. En Tess de los d'Urberville, cada giro argumental, cada desafío narrativo, violentan al lector confrontándolo con la absoluta impavidez de su heroína, que combate su trágica circunstancia vital casi desde la asepsia emocional, incluso desde cierto masoquismo autoinflingido. Hay muchos lances en la novela de Hardy que podrían haber dado lugar a un discurso más sólido sobre la belleza y la humanidad en medio de la crueldad arbitraria de la Inglaterra rural —aunque aquí hay que aclarar que no estamos ante una novela campestre—, pero eso creo que sería pedirle a Tess de los d'Urberville que fuera una novela distinta a la que es. En Tess de los d'Urberville, el amor de Alec d'Urberville por Tess Duberyfield, y el de Tess por Angel Clare, se convierte en un campo de batalla donde nadie gana, aunque unos pierden más, muchísimo más, que otros. Larga, larguísima vida a Tess de los d'Urberville en la nueva traducción de la incansable Catalina Martínez Muñoz, aunque ella a veces diga que se cansa.




"Digamos que me canso: de la prosa burocrática, de las conversaciones estériles con gente que no sabe, que no quiere escuchar, que se niega a entender, que nos niega la razón. Me canso de pensar en el peso físico de las palabras en lugar de en su peso simbólico, en su textura, en su sonoridad, en su belleza. De escribir una palabra y decir 0,4. Y decir miseria. Me canso sobre todo de este mundo en el que nadie responde de nada, en el que la responsabilidad se diluye poco a poco en los laberintos verticales del poder económico, por los que resulta peligroso adentrarse, por los que es preferible no transitar. Nadie es responsable. Y mientras unos (nosotros) siguen entrelazando signos (con destreza), bordándolos (con mimo), dibujándolos (con pulcritud), creándolos (con amor), escupiéndolos (con rabia), vomitándolos (con desesperación), para, con la parsimonia de un humilde caracol, prolongar día tras día unos cientos de metros más ese camino que consta de palabras y oraciones y párrafos y capítulos y libros que es preciso reescribir para que otros consuman y a veces (tan pocas, cada vez menos) disfruten, se ennoblezcan, ellos (¿quiénes son ellos?), los otros, construyen invisibles telas de araña desde las alturas. A gran distancia del suelo dictan, organizan, planifican, deciden, imponen, señalan, hacen y deshacen".

Catalina Martínez Muñoz, Saber dónde pisamos
 (El Trujamán: Revista Diaria de Traducción)