viernes, 22 de septiembre de 2017

En la gama de grises

Llámenme loco, pero creo que el escritor americano de origen armenio William Saroyan mereció ganar el premio Nobel de Literatura en 1980 —murió al año siguiente de cáncer a los 73 años— en lugar del polaco Czesław Miłosz, quien todavía viviría 23 años más, hasta los 93 años. En un artículo publicado por Rafael Conte, titulado La sospechosa inocencia de William Saroyan, el crítico de El País mostraba su sorpresa por el fallecimiento del escritor el 18 de mayo de 1981: "La muerte de William Saroyan nos ha sorprendido tanto como el hecho mismo de que todavía viviera. Y es que sus libros formaban parte de nuestra niñez, de nuestra adolescencia, de una juventud demasiado efímera, arrebatada casi enseguida de empezar a serlo por las necesidades urgentes de esta cultura de la prisa". Es sin duda esta cultura de la prisa la que ha hecho que los libros de Saroyan, publicados en España por Acantilado —El joven audaz sobre el trapecio volante (The Daring Young Man On The Flying Trapeze, 1934; 2004), La comedia humana (The Human Comedy, 1943; 2004), Me llamo Aram (My Name Is Aram, 1940; 2005), Las aventuras de Wesley Jackson (The Adventures of Wesley Jackson,1946; 2006), Cosa de risa (The Laughing Matter, 1953; 2008) y El tigre de Tracy (Tracy's Tiger, 1951; 2011)—, no hayan tenido el éxito, pero, sobre todo, la atención, que merecían y merecen. Pocos obras exhiben impúdicamente ese anhelo de trascendencia, de transmitir sentimientos, emociones reales, de hacer algo con la literatura que cambie vidas como la obra de Saroyan, donde conviven el recuerdo del ayer y la burla del mañana. Entre estos dos extremos se mueve precisamente el protagonista de Un día en el atardecer del mundo (One Day in the Afternoon of the World, 1964; 2017), novela autobiográfica que acaba de publicar Acantilado. Yep Muscat es un dramaturgo de éxito venido a menos y entre las razones se encuentran los cambios producidos en la sociedad americana en la década de 1950: "Lo que nos hizo ser un gran país fue que nos negábamos a ser cuidadosos, con nada. Ahora tenemos que ser cuidadosos con todo. [...] Pero ser tan precavido mata el espíritu. Hace la vida aburrida". Un día en el atardecer del mundo desmenuza relaciones familiares y negocios literarios en un contexto a la deriva —que procede de Scott Fitzgerald—, donde el protagonista ha roto amarras con la permanencia afectiva y la certidumbre de existir. Uno no sabe muy bien cómo clasificar esta novela bastante distanciada de la “confraternidad humana” que mostró en sus primeras obras.  Como novela en sí, sin establecer diálogo con su propia obra, Un día en el atardecer del mundo es una ficción sobre la madurez y la renuncia a la ferocidad de espíritu a que las circunstancias a veces nos obligan. Lo que podría ser una amarga claudicación es en realidad una historia de supervivencia contada en la gama de grises. 




"—Llámeme Larry. Dicho sea de paso, he pensado mucho en ese asunto de los nombres. Algunos nombres son nombres y otros no. El de usted lo es. Yep Muscat pega con lo que usted escribe. Le pega. Siempre he querido conocerlo y decirle cuánto admiro lo que escribe, lo he leído todo. […] Confidencialmente, Yep, dígame una cosa, ¿eh? ¿Qué le ha pasado? Quiero decir, ¿qué le ha pasado a su literatura? Espero que no le importe que se lo pregunte. Desde hace diez años o más, en fin, su estilo ha cambiado. 
—Creo que eso es lo que le ha pasado. En primer lugar empecé a escribir porque quería que todo cambiara, y quería tenerlo todo por escrito tal como había sido. Sólo un poco de todo, por supuesto.  Un poco de mi poco. Para poner por escrito algo más que un poco tendría que escribir día y noche, eternamente, y es imposible hacerlo, siempre lo he sabido".

William Saroyan, Un día en el atardecer del mundo