Tengo en casa un estante con las obras de fantasía y ciencia
ficción de China Miéville —La ciudad y la ciudad, Kraken, Embassytown, Un
Lun Dun, El mar de hierro, La cicatriz, La estación de la calle Pedido, Los
últimos días de Nueva París—, que no sé si es el sitio más adecuado para colocar su último
libro, Octubre (October.
The Story of the Russian Revolution, 2017; Akal, 2017), donde traza una nueva perspectiva
histórica de la Revolución rusa, cuyo centenario se cumple el próximo 26 de
octubre (correspondiente al calendario juliano vigente en Rusia hasta 1918), en
el que fue tomado el Palacio de Invierno, la majestuosa residencia imperial en
la que se encontraban los miembros del gobierno provisional opositores de los
bolcheviques. Tras
la revolución de febrero de 1917 que destronó al zar Nicolás II, el Palacio de
Invierno fue el último de los edificios clave en caer en manos de los soviets, tras un
asalto conjunto de marineros, soldados y obreros después de una salva de disparos de
cañón del crucero Aurora: "El oleoso destello de las deflagraciones se
reflejaba sobre el Nevá. Los obuses se elevaban, ardiendo en la noche y
silbando mientras descendían hacia su objetivo. Muchos, por piedad o
incompetencia, estallaban ruidosos, espectaculares e inofensivos, sobre las
aguas. [...] Era el final de partida en el Palacio de Invierno. El viento
atravesaba los cristales rotos. Las amplias cámaras del palacio estaban frías.
Los soldados, desconsolados, privados de propósito, se paseaban, dejando atrás las
águilas de dos cabezas del salón del trono. Los invasores llegaron a la
habitación personal de emperador. Estaba vacía. Allí se demoraron, descargando
su rabia en los retratos, clavando sus bayonetas en un inexpresivo y estólido
Nicolás II de tamaño real que colgaba de la pared. Atacaron el cuadro como
bestias con garras, dejando largos arañazos, desde la cabeza del antiguo zar
hasta sus botas". En Historia alternativa del siglo XX, John Higgs señala como
principal problema de los imperios el que éstos no tienen en cuenta la
individualidad de la gente, y el imperio ruso no fue una excepción. La Revolución rusa de 1917 fue
una ola de agitación política de masas por las dos grades alas del marxismo
ruso: los mencheviques de Mártov y los bolcheviques de Lenin. Octubre de China Miéville es uno de esos
—pocos— libros de historia que encienden el alma de quien los lee. Miéville no
sólo se sale del camino trillado, sino que nos ofrece un menú de degustación
distinto y variado como las epopeyas homéricas o las gestas medievales.
"El año 1917 fue una
epopeya: una concatenación de aventuras, esperanzas, traiciones, coincidencias
improbables, guerra e intrigas; una sucesión de valentía y cobardía, de
estupidez, farsas, proezas, tragedia, ambiciones y cambios que marcan época;
luces deslumbrantes, acero, sombras, raíles y trenes. [...] La historia de 1917
—nacida de una larga prehistoria— es, por encima de todo, la historia de sus
calles".
China Miéville, Octubre