domingo, 21 de mayo de 2017

Lo bello y lo bueno

"El objetivo de la arquitectura es hacer visible lo que podríamos ser". Estas palabras de Alain de Botton, extraídas de La arquitectura de la felicidad (The Architecture of Happiness, 2006), recogen la utopía de la arquitectura moderna: una sociedad instalada cómodamente en el living-room de su hogar, reflejo de lo que piensan y de lo que son. Pero también expresan la gran trampa de esta misma arquitectura: los edificios no pueden hacer bueno aquello que no lo es. Lo bello y lo bueno no siempre van de la mano. El ejemplo más claro es el de la megalomanía de Adolf Hitler, que encargó a su arquitecto de cabecera Albert Speer construir un Berlín similar al de la antigua Roma. El Berlín planeado y nunca construido contemplaba avenidas imperiales y plazas de armas, así como una colosal estructura abovedada basada en el Panteón de Agripa mandado a construir por el emperador Adriano. Hitler, que no hay que olvidar fue un frustrado estudiante de arquitectura, había hecho bocetos del edificio en 1925, pero cuando en 1938 visitó el Panteón —"El más bello recuerdo de la antigüedad romana", según Stendhal—, decidió hacerlo más grande y más visible. La tentación de lo bello no nos debería engañar acerca de su capacidad para transformar nuestras vidas.




"La arquitectura puede contener mensajes morales, pero carece de poder para imponerlos. Ofrece sugerencias en vez de dictar leyes. En lugar de ordenárnoslo, nos invita a emular su espíritu, y no puede evitar que se abuse de ella. Deberíamos ser lo suficientemente comprensivos para no culpar a los edificios de nuestro fracaso a la hora de seguir los consejos que ellos sólo pueden insinuarnos sutilmente".

Alain de Botton, La arquitectura de la felicidad