miércoles, 12 de septiembre de 2018

El profesor del deseo

Con la precisión, pero también con la frialdad de un escalpelo clínico aplicado a una disección analítica desprovista de toda consideración sociológica o moralista, la primera novela de Garth Greenwell, Lo que te pertenece (What belongs to you, 2016; Literatura Random House, 2018), descansa  sobre dos historias diferentes que se pliegan la una sobre la otra: la de un profesor americano que trabaja en un colegio en Bulgaria —al igual que el mismo Greenwell— y frecuenta los lavabos del Palacio Nacional de Cultura de Sofía; y la de un chapero de veintitrés años llamado Mitko, sin meta en la vida y con una existencia errática, que se prostituye en los urinarios y parques públicos. El resultado es una dura radiografía de los infiernos cotidianos —la marginación, la soledad, el sexo peligroso e indiscriminado— que bullen bajo el asfalto de las grandes urbes,  narrada sin estereotipos, con una radicalidad y una desnudez que dibujan un horizonte de brutales encuentros sexuales: “Me envolvió con los brazos y me atrajo hacia sí, y no solo con los brazos, me rodeó  también con las piernas, apretándome contra él con las cuatro extremidades, abrazándome de tal manera que cuando respiraba el aire me llegaba filtrado a través de él, y sabía a alcohol, naturalmente, pero también a su olor, que provocó en mí una respuesta completamente animal, que me inflamó”. Conviene apresurarse a decir que Lo que te pertenece no es una novela queer o LGTB —en la que, según John Updike, no está en juego nada más que la autogratificación, dicho por alguien que escribió, en Parejas: “To fuck is human; to be blown, divine” [Follar es humano; mamarla, divino]— al uso. Al menos, no puede ser archivada en el mismo estante en el que colocaríamos todas juntas, sin excesivos cargos de conciencia, a Llámame por tu nombre de André Aciman, El hechizo de Alan Hollinghurst, Listo para sostenerle si se cae de Neil Bartlett, La hermosa habitación está vacía de Edmund White, Un hombre soltero de Christopher Isherwood o La ciudad de la noche de John Rechy. Habrá quien se refiera a Lo que te pertenece como una elaborada paráfrasis de Muerte en Venecia de Thomas Mann. La analogía no es desacertada, pero en un guiño inverso, concretamente desde una perspectiva contraria a cualquier forma de romanticismo. Greenwell teje una milimétrica descripción de los laberintos del amor que se atreve a decir, alto y claro, su nombre. Aquí la inocencia virginal juvenil ha quedado atrás y las enseñanzas de la vida —muerte del padre incluida— adquieren una fuerza especial frente a los difíciles pactos que se imponen entre lo social y lo sexual. Lo que te pertenece es una novela brillante por su negativa a recorrer los senderos del lenguaje explorado, haciendo florecer una nueva expresión con la que describir la belleza que exuda de la abyección.




 “Al pasear por aquel sendero me sentía como alejado de mí mismo, eufórico, agradablemente aturdido por un momento ante la fastuosa belleza del mundo. El aire bullía de movimiento, mariposas y polillas diurnas y también, flotando iridiscentes en el sol, minúsculas efémeras que refulgían embalsamadas, ondeando a su pesar en la suave brisa. Las hierbas y los árboles exhalaban una gran cantidad de cápsulas de semillas, cada diminuto grano cobijado e impulsado por un penacho velludo a modo de paracaídas o sombrilla. Pensé, mientras contemplaba aquella siembra de la tierra, en Whitman [...] y por un momento entendí el deseo del poeta de estar desnudo ante el mundo, su locura, como él dice, por sentir su contacto. Incluso llegué a sentir algo de aquel deseo, aunque no hubiese nada de locura en mi caso, casi siempre había vivido por debajo del tono de la poesía, una vida de inhibiciones y oportunidades perdidas, quizá, pero también, una vida soportable”.

Garth Greenwell, Lo que te pertenece