miércoles, 25 de octubre de 2017

Amado monstruo

En medio de esta imparable fiebre de revisionismo gótico, iniciada por Anne Rice en 1976 con Entrevista con el vampiro y continuada por Stephenie Meyer con la saga vampírica Crepúsculo —la televisión tampoco se ha quedado atrás con series como Buffy, cazavampiros, True Blood The Lair, de temática homosexual—, eran muchas las editoriales que podían haber optado por publicar Algo en la sangre, la biografía secreta de Bram Stoker (Something in the Blood, 2016) escrita por David J. Skal, pero finalmente ha sido el sello Es Pop Ediciones el que se ha llevado el premio a casa. El hombre que escribió Drácula no podía estar en mejores manos. Para los que ya conozcan el esmero con el que Óscar Palmer Yánez, editor y traductor*, cuida todos sus libros, decir que la edición es un lujo, para los que no y duden aún, recomendarles que lo saquen ya de la lista de pendientes y se pongan las botas de goma (para no resbalar) y las gafas de buceo (para que la sangre no entre en los ojos) antes de comenzar la lectura. En Algo en la sangre, Skal persigue y atrapa la sombra huidiza de Stoker —sus primeros siete años de vida los pasó postrado en la cama, extenuado por diversas enfermedades infantiles—, y lo hace sin privarnos de todos los excesos propios de un relato de terror: "El vampirismo implica una sangría, una antigua práctica médica todavía ampliamente utilizada a mediados del siglo XIX. […] El más somero repaso a la literatura médica de la época confirma lo universal de su uso, incluso para dolencias como el asma infantil y el acné adolescente. […] Un niño lánguido como Bram Stoker, que mostraba indicios de debilidad motora crónica, habría sido un candidato idóneo para la flebotomía. Los médicos que practicaban las sangrías habían dejado de invocar el principio del equilibrio humoral, un concepto que se remontaba a la antigüedad; pero otra idea no menos primitiva, la de la plétora o exceso de sangre como origen de la enfermedad, seguía bastante en boga [...] Ya que el propio Drácula es descrito por Stoker como 'una asquerosa sanguijuela', uno no puede evitar preguntarse sobre sus experiencias personales con los hirudíneos chupasangres o la manera en la que un muchacho indefenso podría procesar o asumir la amenaza ritual de ver su carne penetrada y sangrada".




En Algo en la sangre, Skal traza un estudiado entramado narrativo destinado a ensalzar la hipnótica figura del escritor irlandés, "un individuo serio, por momentos agarrotado y de expresión a menudo sobresaltada, [al cual] no le agrada verse observado", que no difiere de la imagen poderosa que tenemos del aristócrata crápula y decadente —a medio camino entre el Dorian Gray de Oscar Wilde y Ambrosio, el lujurioso capuchino de El monje de Matthew G. Lewis— creado por Stoker en 1897. No obstante, el auténtico atractivo del conde Drácula, esa criatura nocturna e inmortal que ha fascinado a millones de lectores y, sobre todo, espectadores —en las versiones cinematográficas realizadas por F.W. Murnau (1922), Tod Browning (1931), Terence Fisher (1958), John Badham (1979) y Francis Ford Coppola (1992)— a lo largo de 120 años, reside en su aterradora maldad o, mejor aún, en la suprema amoralidad que le envuelve, disimulada cínicamente con dosis de buena educación y encanto. Algo en la sangre es un libro valioso y necesario, que subsana el incomprensible vacío al que Stoker ha estado sometido en el mercado editorial español más allá de las incesantes reediciones de su obra capital, The Un-Dead, título cambiado en el último momento por Drácula. Como hiciera Murnau con el personaje del conde Orlok en Nosfetatu, Skal exhuma el drama del mundo interior de Stoker para airearlo por el camino furtivo y ambiguo que funde lo corpóreo y lo sobrenatural. Con Algo en la sangre, el autor de Hollywood gótico (Hollywood Gothic: The Tangled Web of Dracula from Novel to Stage to Screen, 1990; Es Pop Ediciones, 2015) logra aferrarnos el cuello con las manos, hacernos sentir el filo cortante de los colmillos y lacerarnos con la belleza dolorosa de un monstruo sin ataduras éticas o físicas, pero prisionero de sus deseos y necesidades, nacido de la imaginación de un niño enfermizo obligado a guardar cama a menudo. Para los que quieran ahondar en el tema les recomiendo el libro del historiador Alejandro Lillo Miedo y deseo: Historia cultural de Drácula (1897), publicado por Siglo XXI Editores, o el diario de viaje de Emmanuel Carrère por la Rumanía post-Ceaucescu —quien se hacía llamar "el genio de los Cárpatos"—, un texto recogido en el libro Conviene tener un sitio adonde ir (Il est avantageux d'avoir où aller, 2016; Anagrama, 2017), donde el escritor francés relata su búsqueda de los vestigios del conde transilvano. Por si no se habían dado cuenta, soy un chiflado de Drácula, como la Enriqueta de Liniers, ávida lectora acompañada siempre de su inseparable gato Fellini.



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(*) Palmer Yánez es también el autor de una de las mejores versiones al castellano del clásico de Stoker, Drácula (Valdemar, 2005), una traducción de referencia para todo buen bibliófilo.