Decía Susan Sontag que los Estados Unidos son un país anómalo. También lo son sus escritoras. Sin ir más lejos tengo desplegadas delante de mí tres
novelas de tintes autobiográficos que forman un único tejido orgánico
de vidas e ideas interconectadas escritas por tres escritoras anómalas: La campana de cristal
de Sylvia Plath, Diario de un ama de casa desquiciada
de Sue Kaufman y Miedo a volar de Erica Jong. De las
tres, Kaufman es la que peor suerte ha corrido en España,
hasta el punto de ser una perfecta desconocida hasta fecha muy reciente. En 2010, la editorial Libros del Asteroide la rescató del olvido con la publicación de su tercera novela Diario de un ama de casa desquiciada (Diary
of a Mad Housewife, 1967; 2013, 5ª edición). Puede que alguien
dude sobre si darle mayor importancia a la historia de Esther Greenwood, una joven estudiante
que sufre una depresión nerviosa (La campana de cristal),
o a la de Isadora Wing, una
soñadora compulsiva que escribe poemas eróticos sin haber experimentado nunca el verdadero placer
(Miedo a volar), pero lo que es indiscutible es que
Tina Balser, la sofisticada ama de casa que vive infelizmente con su marido y
sus dos hijas ("De repente comprendí los misterios de infanticidio") en Manhattan, es una de esas creaciones literarias en la que nos leemos a nosotros
mismos, independientemente de que seamos hombres o mujeres. Ácida sátira de las
mujeres perfectas, comprensivas y cariñosas —sin llegar a las cimas del horror
doméstico de Las poseídas de Stepford de Ira Levin— Diario
de un ama de casa desquiciada ahonda en los
entresijos de alcoba del american way of life.
Kaufman sitúa a Tina en el borde del abismo y deja que sea ella misma quien decida si
dar o no el último paso: "Ayer por la mañana me quedé un rato delante de la
ventana del dormitorio, tratando de tener suficiente valor para abrirla y
saltar, pero Tina la Comediante ganó la partida: tuve una visión de mi misma
flotando por encima de Central Park West como Mary Poppins, con mi falda de tweed
y mis enaguas abullonándose, y decidí quedarme dentro”. En la vida real Kaufman
no se quedó dentro, sino que saltó desde la décima planta de su apartamento en
Manhattan, tras sufrir una larga enfermedad. El salto al vacío, no sólo como metáfora, se repite en su novela Caída libre (Falling Bodies, 1974),
publicada recientemente por la editorial Círculo de Tiza. Al igual que en Diario
de un ama de casa desquiciada, en Caída libre
encontramos en la historia de Emma Sohier, casada con un prestigioso editor y madre de un adolescente de once años, el mismo clima de alienación, la
misma tensión entre la idea de felicidad y las ataduras de la vida doméstica.
Emma y Tina son como dos gotas de agua o de Chanel n°5, son seres
frágiles que se sienten oprimidos y enfermos, incapaces de cuidarse a sí mismos. No sólo Gatsby, el héroe por antonomasia de Scott Fitzgerald,
busca la luz verde redentora ("Gatsby creía en la luz verde, el futuro orgiástico
que año tras año retrocede ante nosotros. En ese entonces nos fue esquivo, pero
no importa; mañana correremos más lejos, extenderemos los brazos más lejos"),
también las heroínas de Kaufman necesitan una catarsis que las libere de la olla
a presión que es el día a día de un ama de casa cosmopolita.
"Finalmente llamé a Popkin y fui a
verlo, preparada para una especie de puesta a punto, tal vez para un refrito de
la historia de Electra. [...] ¡Dios!
Yo pensaba que sólo escuchaban, no que también hablaran. Pero he descubierto
que hay dos tipos de psicoanalistas: los que hablan y los que escuchan. Me ha
tocado uno de los que hablan. Me escucha y, luego, habla él. Y no sólo habla, ¡Dios!
¡Hay tantas cosas de mí que le parecen mal! A veces me dan ganas de levantarme
del diván y tirarme por la ventana de su consulta de la Quinta Avenida".
Sue Kaufman, Diario de un ama de casa desquiciada