El 24 de noviembre se estrena en España
la película En realidad, nunca estuviste aquí
de Lynne Ramsay, basada en la novela corta de Jonathan Ames del mismo título (en el original inglés You Were Never
Really Here, 2013; Principal de los Libros, 2015), una
auténtica rareza en el ámbito de la novela negra, donde, después de una
trayectoria semiclandestina este escritor, actor y cómico americano se ha hecho con un lugar propio. Siempre he supuesto que eso no significa, como parece
sugerir la expresión, tener asegurado un alojamiento definitivo en el género
que cultivaron Raymond Chandler y Donald Westlake, autores a los que Ames rinde
homenaje en En realidad, nunca estuviste aquí.
Los que leyeron la colección de relatos, maravillosos relatos, anteriormente
publicados por Ames en nuestro país, Bored to Death (The Double Life is Twice as Good:
Essays and Fiction, 2009; Principal de los Libros, 2014),
ya conocen de cerca el estilo sencillo y la excelente y siempre inaudita
descripción de caracteres de la que hace gala el autor en cada libro, desde que
hizo su debut con Fugaz como la noche (Pass Like
Night, 1989; Ultramar,1990), cuyo protagonista fue
saludado por el escritor Philip Roth como "un cruce entre Jean Genet y Holden
Caulfield en la era del sida". Su fuerza narrativa, de imágenes y resortes
desafiantes (a veces humorísticos), lo han convertido en un escritor
impredecible que ha sabido mantener el equilibrio en un género acostumbrado a
perderlo a menudo. El planteamiento de En realidad, nunca estuviste aquí
no puede ser más prometedor. Nos encontramos en un burdel de Manhattan, en
compañía de un ex marine llamado Joe que se gana la vida rescatando a mujeres
explotadas sexualmente. Tan despiadado con los demás como consigo mismo, Joe
esconde tras su fachada de tipo duro a un hombre solitario, afligido,
traumatizado por la violencia sufrida en la infancia. De todos los pensamientos
a los que tiene que hacer frente, habrá uno que será el más determinante, el pensamiento del suicidio: "Ese pensamiento era
como un metrónomo. Siempre presente, siempre sonando. A lo largo del día, cada
tantos minutos, pensaba: debo matarme. [...] Durante las últimas semanas todas
sus muertes tenían que ver con el agua. Su último plan era arrojarse al Hudson
una noche desde el puente de Verrazano durante una marea alta. Las corrientes
eran fuertes y le arrastrarían mar adentro. No quería dejar la molestia de un
cadáver". Lo que separa a En realidad, nunca estuviste aquí de
otras novelas del género es su excelente calidad literaria, las dotes de
introspección psicológica de que hace gala el autor, el estilo elíptico como
mandan los cánones, pero de sobriedad estilística y no meramente funcional.
Todo ello surte de combustible altamente inflamable a una novela que acaba como
comenzó: a golpes. Unas veces con los puños, otras con el martillo.
“El martillo era el arma favorita de Joe. Era hijo de
su padre, después de todo. Además, el martillo dejaba muy pocas marcas, era
excelente en espacios reducidos, y al parecer horrorizaba a todo el mundo.
Ocupaba un lugar de terror universal en la mente humana”.
Jonathan Ames, En realidad, nunca estuviste aquí