La fotogenia de los parajes con entornos nevados en montañas, en lagos, en casas aisladas en mitad de la nada, debe
ejercer un fuerte atractivo para los escritores nórdicos —Stieg Larsson, Henning
Mankell, Jo Nesbø, Camilla Läckberg, Åsa Larsson, Leif G. W.
Persson, Per Wahlöö y Maj Sjöwall— a la hora de escribir sobre sucesos misteriosos,
violaciones y asesinatos. Sin embargo, no se trata sólo de una cuestión de
fotogenia: las características del paisaje escandinavo ofrecen la posibilidad
de acentuar una de las bases sobre las que suele apoyarse este tipo de
literatura noir nacida del frío: la indefensión de los
personajes, la soledad del ser humano en paisajes de belleza gélida. La
adaptación cinematográfica de El muñeco de nieve (Snømannen, 2007; Roja y negra, 2017) de Jo Nesbø juega con
ambas cosas, aunque desde el primer momento renuncia a otra más importante, y
que hacen especiales las novelas del escritor noruego protagonizadas por el
detective Harry Hole: el interés humano de los personajes. El muñeco de
nieve, dirigida por Tomas Alfredson a partir de un
guión escrito por Hossein Amini y Peter Straughan, carece del factor humano y
entrega a cambio una trama enrevesada y compleja donde los personajes interesan
más bien poco, o al menos uno se queda con la molesta sensación de que, para
hacer más efectiva la sorpresa final, los guionistas le han privado de la
oportunidad de conocer a fondo a los personajes. No hay una sola secuencia de
El muñeco de nieve que no esté contada a medias, y es justo subrayarlo porque incide
negativamente en el conjunto. Los aciertos, pocos pero respetables, de la
película hay que rastrearlos en la manera que tiene Alfredson —otrora director
de Déjame entrar— de visualizar el relato: en su
estupenda forma de llenar el plano con encuadres atrevidos y puntos de vista
originales, que sin embargo no son suficiente para hacernos olvidar que los maravillosos
personajes creados por Nesbø —Harry, Rakel, Oleg— son sólo un añadido, una mera
guarnición que acompaña a la nívea endeblez de la historia construida. La única incógnita que El muñeco de nieve plantea al espectador
reside en saber si la carrera cinematográfica del detective noruego Harry Hole tendrá
continuación. La película de
Alfredson no es más que una bola de nieve que se deshace a los pocos minutos de
haber sido lanzada al aire. En verdad se hace difícil encontrar algún motivo
para ver, que no recomendar, esta primera adaptación al cine de la
serie Harry Hole, cuyo último título por el momento, La sed (The Thirst, 2017; Roja y negra, 2017), hace el número once.
“Oyó el zumbido del timbre en el interior, como el de
un abejorro atrapado en un tarro de mermelada. Mientras esperaba sintió crecer
su desesperación, y miró hacia las ventanas del vecino. No dejaban ver nada,
solo le devolvían el reflejo de unos manzanos desnudos y negros, el cielo gris
y un paisaje lechoso. Al fin, oyó pasos tras la puerta y respiró aliviada. Un
segundo después estaba dentro y en sus brazos. [...] Ella se dio cuenta de que
la irritación empezaba a empañarle la voz al mismo tiempo que la mano, esa mano
fuerte pero suave, bajaba por la piel de la espalda y se adentraba por la
cinturilla de la falda y los leotardos. Eran como una pareja de baile bien
entrenada que conocía el menor movimiento del otro, los pasos, la respiración,
el ritmo. Primero la pasión blanca. La buena. Luego la negra. El dolor”.
Jo Nesbø, El muñeco de nieve