Cuatro décadas después de su muerte,
Clarice Lispector (1920-1977) continúa siendo un filón de precioso mineral.
Convertida en una referencia ineludible de la literatura brasileña —y, si me
apuran, hispanoamericana y europea, si no estuviéramos como estamos avasallados
por la hipertrofia del gusto anglosajón—, Lispector no agota la capacidad de
sorprender y sorprendernos en cada nuevo libro que se publica sobre ella, como Por qué este mundo: Una biografía de Clarice Lispector (Why
This World: A Biography of Clarice Lispector, 2009; Siruela,
2017) de Benjamin Moser, un libro que alimenta y regenera, alumbra y aviva la
obra de la autora de La pasión según G.H., La ciudad sitiada y
Un aprendizaje o el libro de los placeres. Por una vez, hablar de una escritora
única, singular, original, no es un artificio retórico, sino la mejor manera de
describir el latido de una obra narrativa y periodística —recopilada en Revelación de un mundo y Descubrimientos— de una sola pieza,
una unidad sin fisuras, salvo las del alma femenina. Y es en esas fisuras donde
Lispector edificó sus barricadas narrativas para levantar un espacio de
libertad que permitiera a sus heroínas (entre los 15 y los 89 años) tener
un lugar propio. Las tensiones entre lo femenino y lo masculino no sólo se
daban en sus novelas y relatos —"había atravesado el amor y su infierno", dice de una de sus protagonistas femeninas, Ana, en el relato Amor—, sino también en su propio ser, que sólo se
entendía si se la veía en su conjunto: "Mujer y hombre, nativa y extranjera,
judía y cristiana, niña y adulta, animal y persona, lesbiana y ama de casa,
bruja y santa". Hay
algo que no se le puede negar a Lispector, y es que escribía con el corazón en
la mano, un corazón vigilante, alerta, siempre ojo avizor, porque, como escribió
en su primera novela Cerca del corazón salvaje: "Las palabras son
mentirosas". Como para Proust, para Lispector la realidad verdadera era
interior, aun a sabiendas de que “toda
comprensión intensa es finalmente la revelación de una profunda incomprensión".
Hay infinitas razones para quitarse el sombrero ante Por qué este mundo,
la principal es que Moser escribe sabiendo dónde pisa y obviando el camino más
reconocible. Por el contrario, se zambulle hasta en los ángulos muertos del
inabarcable mundo de Lispector, una escritora de padres judíos ucranianos exiliados que
parecía perdida —siempre con "aspecto de extranjera, de estar pasada de moda"—,
y que está más viva, más actual, que nunca. Simplemente, imprescindible.
"Clarice Lispector ha sido menos comparada con otros
escritores que con místicos y santos. Como el lector de santa Teresa de
Jesús o el de san Juan de la Cruz, el lector de Clarice Lispector llega a las
tinieblas del alma. Emergió del mundo de los judíos de la Europa del Este, un
mundo de santones y de milagros que ya había experimentado las primeras señales
de la fatalidad. Trasladó esa ardiente vocación religiosa en declive a un nuevo
mundo, un mundo en el que Dios había muerto".
Benjamin Moser, Por qué este mundo