Anoche soñé que volvía a Manderley, o lo que es lo mismo, a esa mansión
oscura y silenciosa que es 2666 (Anagrama, 2004; Alfaguara, 2016) de Roberto Bolaño. Al igual que Manderley, el tiempo no ha podido
desfigurar la perfecta simetría de sus muros. Me cuesta no comparar 2666 con la obra maestra de Marcel Proust En
busca del tiempo perdido. Ambas obras fueron publicadas después de la muerte de sus autores,
en 1922 y 2003. La obra de Proust está dividida en siete libros que tienen
títulos independientes: Por la parte de Swan, A la sombra de las muchachas
en flor, La parte de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La prisionera, Albertina
desaparecida y El tiempo
recobrado. La obra de Bolaño
está dividida en cinco libros que tienen títulos independientes: La parte de
los críticos, La parta de Amalfitano, La parte de Fate, La parte de los
crímenes y La parte de
Archimboldi. De cualquier
modo, en ninguno de los dos casos se trata de un ciclo novelesco, ni tampoco de
una saga familiar como la de los Rougon-Macquart de Zola, sino de una sola y única novela. Proust siempre se defendió
de las críticas que le acusaban de haber escrito una novela desordenada y
carente de planificación, y dijo en varias ocasiones que su obra poseía una
concepción unitaria, pese a haberse publicado por separado los siete libros.
Tal vez el rigor constructivo no es uno de los méritos de En busca del
tiempo perdido, como tampoco
lo es de 2666, que en un
principio iba a publicarse en cinco libros, a razón de uno por año. Si por algo
destacan tanto la obra de Proust como la de Bolaño es por su capacidad de crear
personajes perfectamente individualizados. En 2666 los personajes se cuentan por centenas, entre los que
destacan el escritor alemán Benno von Archimboldi, el periodista afroamericano Oscar Fate o el profesor chileno Óscar Amalfitano, que constituye una suerte de conciencia literaria.
Aunque la muerte impidió a Bolaño terminar su novela —si bien se "aproxima
mucho al objetivo que él trazó", en palabras del crítico Ignacio Echevarría—,
esto no impide que sea grande. Como escribió Goethe: "Que no puedas terminar es
lo que te hace grande".
"Uno de los empleados era un farmacéutico casi
adolescente, extremadamente delgado y de grandes gafas, que por las noches,
cuando la farmacia estaba de turno, siempre leía un libro. [...] Escogía La
metamorfosis en lugar de
El proceso, escogía Bartleby en lugar de Moby Dick, escogía Un corazón simple en lugar de Bouvard y Pécuchet, y Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades o de El Club Pickwick. Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya
ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas,
torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios
perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los
grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber
nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra
aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y
encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez".
Robeto Bolaño, 2666