sábado, 8 de julio de 2017

Retorno a Manderley

Anoche soñé que volvía a Manderley, o lo que es lo mismo, a esa mansión oscura y silenciosa que es 2666 (Anagrama, 2004; Alfaguara, 2016) de Roberto Bolaño. Al igual que Manderley, el tiempo no ha podido desfigurar la perfecta simetría de sus muros. Me cuesta no comparar 2666 con la obra maestra de Marcel Proust En busca del tiempo perdido. Ambas obras fueron publicadas después de la muerte de sus autores, en 1922 y 2003. La obra de Proust está dividida en siete libros que tienen títulos independientes: Por la parte de Swan, A la sombra de las muchachas en flor, La parte de Guermantes, Sodoma y Gomorra, La prisionera, Albertina desaparecida y El tiempo recobrado. La obra de Bolaño está dividida en cinco libros que tienen títulos independientes: La parte de los críticos, La parta de Amalfitano, La parte de Fate, La parte de los crímenes y La parte de Archimboldi. De cualquier modo, en ninguno de los dos casos se trata de un ciclo novelesco, ni tampoco de una saga familiar como la de los Rougon-Macquart de Zola, sino de una sola y única novela. Proust siempre se defendió de las críticas que le acusaban de haber escrito una novela desordenada y carente de planificación, y dijo en varias ocasiones que su obra poseía una concepción unitaria, pese a haberse publicado por separado los siete libros. Tal vez el rigor constructivo no es uno de los méritos de En busca del tiempo perdido, como tampoco lo es de 2666, que en un principio iba a publicarse en cinco libros, a razón de uno por año. Si por algo destacan tanto la obra de Proust como la de Bolaño es por su capacidad de crear personajes perfectamente individualizados. En 2666 los personajes se cuentan por centenas, entre los que destacan el escritor alemán Benno von Archimboldi, el periodista afroamericano Oscar Fate o el profesor chileno Óscar Amalfitano, que constituye una suerte de conciencia literaria. Aunque la muerte impidió a Bolaño terminar su novela —si bien se "aproxima mucho al objetivo que él trazó", en palabras del crítico Ignacio Echevarría—, esto no impide que sea grande. Como escribió Goethe: "Que no puedas terminar es lo que te hace grande".



Tanto Cacciato como Berlin intentan comprender el caos que les rodea pero no pillan ni una. La realidad es demasiado cruda y “los soldados son soñadores”, como dice la cita Siegfried Sassoon, poeta y teniente de fusileros en la Primera Guerra Mundial, que abre la novela. Acaso eso constituye en parte la forma como uno aprende a convivir con el horror. Persiguiendo a Cacciato es una de las más incisivas a la vez que divertidas acusaciones que se han escrito contra la guerra de Vietnam. Es como si O’Brien le hubiera hecho caso a Flaubert: “El único modo de soportar la existencia es revolcándose en la literatura como en una orgía perpetua”. La orgía aquí se llama Vietnam. Tanto Cacciato como Berlin intentan comprender el caos que les rodea pero no pillan ni una. La realidad es demasiado cruda y “los soldados son soñadores”, como dice la cita Siegfried Sassoon, poeta y teniente de fusileros en la Primera Guerra Mundial, que abre la novela. Acaso eso constituye en parte la forma como uno aprende a convivir con el horror. Persiguiendo a Cacciato es una de las más incisivas a la vez que divertidas acusaciones que se han escrito contra la guerra de Vietnam. Es como si O’Brien le hubiera hecho caso a Flaubert: “El único modo de soportar la existencia es revolcándose en la literatura como en una orgía perpetua”. La orgía aquí se llama Vietnam.

"Uno de los empleados era un farmacéutico casi adolescente, extremadamente delgado y de grandes gafas, que por las noches, cuando la farmacia estaba de turno, siempre leía un libro. [...] Escogía La metamorfosis en lugar de El proceso, escogía Bartleby en lugar de Moby Dick, escogía Un corazón simple en lugar de Bouvard y Pécuchet, y Un cuento de Navidad en lugar de Historia de dos ciudades o de El Club Pickwick. Qué triste paradoja, pensó Amalfitano. Ya ni los farmacéuticos ilustrados se atreven con las grandes obras, imperfectas, torrenciales, las que abren camino en lo desconocido. Escogen los ejercicios perfectos de los grandes maestros. O lo que es lo mismo: quieren ver a los grandes maestros en sesiones de esgrima de entrenamiento, pero no quieren saber nada de los combates de verdad, en donde los grandes maestros luchan contra aquello, ese aquello que nos atemoriza a todos, ese aquello que acoquina y encacha, y hay sangre y heridas mortales y fetidez".

Robeto Bolaño, 2666