sábado, 15 de julio de 2017

El fantasma solitario de la sala de conciertos

Mientras escribo esto escucho de fondo las Variaciones Goldberg de Bach, grabadas por Glenn Gould en 1955, cuando tenía veintidós años; actualmente se han convertido en históricas, como el álbum de estudio Kind of Blue, quintaesencia del jazz, grabado por Miles Davis en 1959. Al contrario que la inmensa mayoría de sus coetáneos, el pianista canadiense echó por tierra las convenciones del intérprete clásico, aun corriendo el riesgo de ser tachado de excéntrico. En 1963, en un artículo titulado Escribiendo ficción americana, Philip Roth puso de manifiesto uno de los tantos temores que penden sobre la cabeza de cualquier autor: ¿Puede todo el talento de un escritor con la realidad que le rodea? En la materialización de esa suerte de complejo de inferioridad respecto a la realidad, Roth no hacía más que definir un tipo de tensión con la cual el artista siempre tenía que trabajar. Para Gould esto no era más que una simple mistificación, como recuerda el escritor y melómano Bruno Monsaingeon en el libro Glenn Gould. No, no soy en absoluto un excéntrico (Glenn Gould. Non, je ne suis pas du tout un excentrique,1986), donde recoge las siguientes palabras del pianista: “La tradición literaria occidental nos ha terminado convenciendo de que para que un personaje sea interesante, con independencia de la importancia de su obra, era indispensable elaborar una estructura dramática que describiera posiciones antagónicas, opiniones encontradas, conflicto de intereses, etcétera. Sin embargo, a mí esa tradición me parece moralmente odiosa y por suerte el cuarto de siglo que he pasado trabajando para la CBS ha estado prácticamente desprovisto de conflictos, antagonismos, tensiones [...] todos los cuales son recursos que al escritor le brindan soluciones para los problemas de estructura y a los lectores les permiten mantener la atención”. Gould, famoso por su estilo particular de interpretación —sufría una dolencia en la espalda que le obligaba a encorvarse sobre el piano sentado en su inseparable silla baja para que el teclado estuviera a la altura de los ojos— y su personalidad críptica y reservada, fue un hombre asediado tanto por sus fans como por sus detractores. Unos y otros coincidieron en señalar a Gould como “un fantasma solitario de la sala de conciertos”. El pianista les devolvió el elogio diciendo que la sala de conciertos era como una “extensión cómodamente tapizada del Coliseo romano”.


  
“Me encanta grabar, porque si sucede algo excepcionalmente bello se sabe que perdurará y, si no es el caso, habrá otra oportunidad. [...] Me habitué a que el micrófono fuera un amigo y un testigo de lo que hacía. El público jamás me ha aportado el menor estímulo. Los aplausos de un público dado pueden ser más ricos en decibelios que los de otro, pero como vengo de una ciudad muy conservadora, Toronto, he aprendido que el ruido no equivale precisamente a la aprobación”.  

Glenn Gould, No, no soy en absoluto un excéntrico