Mientras escribo esto escucho de fondo las Variaciones Goldberg de Bach, grabadas por Glenn Gould en 1955, cuando
tenía veintidós años; actualmente se han convertido en históricas, como el álbum de estudio Kind of Blue, quintaesencia del jazz, grabado por Miles Davis en 1959. Al contrario que la inmensa mayoría de
sus coetáneos, el pianista canadiense echó por tierra las convenciones del
intérprete clásico, aun corriendo el riesgo de ser tachado de excéntrico. En
1963, en un artículo titulado Escribiendo ficción americana, Philip Roth puso de manifiesto uno de los
tantos temores que penden sobre la cabeza de cualquier autor: ¿Puede todo el
talento de un escritor con la realidad que le rodea? En la materialización de
esa suerte de complejo de inferioridad respecto a la realidad, Roth no hacía
más que definir un tipo de tensión con la cual el artista siempre tenía que trabajar. Para Gould esto no era más que una simple mistificación, como recuerda el escritor y
melómano Bruno Monsaingeon en el libro Glenn Gould. No, no soy en absoluto un excéntrico (Glenn Gould.
Non, je ne suis pas du tout un excentrique,1986), donde recoge las siguientes palabras del pianista: “La
tradición literaria occidental nos ha terminado convenciendo de que para que un
personaje sea interesante, con independencia de la importancia de su obra, era
indispensable elaborar una estructura dramática que describiera posiciones
antagónicas, opiniones encontradas, conflicto de intereses, etcétera. Sin
embargo, a mí esa tradición me parece moralmente odiosa y por suerte el cuarto
de siglo que he pasado trabajando para la CBS ha estado prácticamente
desprovisto de conflictos, antagonismos, tensiones [...] todos los cuales son
recursos que al escritor le brindan soluciones para los problemas de estructura
y a los lectores les permiten mantener la atención”. Gould, famoso por su
estilo particular de interpretación —sufría una dolencia en la espalda que le
obligaba a encorvarse sobre el piano sentado en su inseparable silla baja para
que el teclado estuviera a la altura de los ojos— y su personalidad críptica y
reservada, fue un hombre asediado tanto por sus fans como por sus detractores.
Unos y otros coincidieron en señalar a Gould como “un fantasma solitario de la
sala de conciertos”. El pianista les devolvió el elogio diciendo que la sala
de conciertos era como una “extensión cómodamente
tapizada del Coliseo romano”.
“Me encanta
grabar, porque si sucede algo excepcionalmente bello se sabe que perdurará y,
si no es el caso, habrá otra oportunidad. [...] Me habitué a que el micrófono
fuera un amigo y un testigo de lo que hacía. El público jamás me ha aportado el
menor estímulo. Los aplausos de un público dado pueden ser más ricos en
decibelios que los de otro, pero como vengo de una ciudad muy conservadora,
Toronto, he aprendido que el ruido no equivale precisamente a la aprobación”.
Glenn Gould, No, no soy en absoluto un excéntrico