domingo, 23 de julio de 2017

El hombre que se investigó a sí mismo

La noche de la pistola (The night of the Gun, 2008) del escritor y periodista de The New York Times David Carr es un libro que a Cortázar le hubiera gustado mucho, muchísimo. Porque es un libro y un laberinto. Un hombre –el propio Carr— se investiga a sí mismo cuando se da cuenta de que no puede recordar quien empuñaba la pistola la noche que su vida, tal como la conocía, cambió bruscamente para pasar a convertirse en una espiral de autodestrucción. Carr sostiene que su mejor amigo le apuntó con una pistola después de una noche de borrachera; al volver a encontrarse con él casi veinte años después, el amigo le dice que nunca tuvo un arma. “Este es un relato”, escribe Carr, “sobre quién tenía la pistola”. Pese a quien escribe es un hombre magullado por múltiples desventuras —vinculadas a su adicción a las drogas y el alcohol—, su escritura alcanza cotas de claridad radiante que en nada tiene que envidiar a sus columnas periodísticas: “He escrito sobre política y sobre Hollywood, unas culturas en las que el más abyecto vasallaje se ha refinado hasta convertirse en un arte de lo más complejo, pero nadie sabe lo que es la verdadera adulación hasta que no ha visto una habitación llena de drogadictos alrededor de una bolsa de coca. [...] El abastecimiento es lo único que le importa al drogadicto. Si hubieran reunido a un grupo de yonquis, los científicos podrían haberse ahorrado mucho tiempo investigando la fisión del átomo. Cuando la mercancía escasea, el toxicómano no solo es capaz de ver con precisión la cabeza de un alfiler sino de decir si una mitad de esa cabeza parece un poco más grande”. Seguro que habrá quien sienta la tentación de comparar La noche de la pistola con la novela, también autobiográfica, Yonqui de William S. Burroughs. Sin embargo, aunque está claro que ambas tratan del demonio de la adicción —y cómo altera el temperamento, la percepción y, en última instancia, las interacciones con los demás—, La noche de la pistola trata sobre todo de la identificación de uno con uno mismo, con ese otro al que no conocemos ni entendemos pero al que estamos unidos en algún grado de proximidad. “Yo es otro”, como escribió Rimbaud en una fórmula sintáctica extraña pero exacta.




“Repasar mi historia ha sido como arrastrarme sobre cristales rotos en la oscuridad. Yo pegaba a las mujeres, asustaba a los niños, agredía a desconocidos, y era un mentiroso y un tramposo crónico con tal de obtener la siguiente dosis. He leído sobre aquel tipo con la misma sensación de repugnancia que tiene casi cualquiera. Qué. Gilipollas. Aquí, a salvo en mi escondite de las Adirondack [un macizo montañoso de los Estados Unidos], donde estoy recomponiendo la historia de aquel tipo, pienso a menudo que tengo muy poco en común con él. Y esa distancia me empuja a seguir escribiendo hasta que se convierta en este tipo. [...] 
Yo no soy este libro, pero este libro es yo”. 

David Carr, La noche de la pistola