La mención a la guerra de Vietnam lleva consigo la alusión al absurdo.
Todas las guerras lo son, pero la de Vietnam lo es mucho más. En Persiguiendo a Cacciato (Going After
Cacciato,1978) de Tim
O’Brien, publicada en España por la editorial Contra con casi cuarenta años de retraso, el soldado
Cacciato —Cacciato en italiano significa “cazado”/ “acosado”— vive un infierno
mental no muy lejano del de Joe Bonham, el héroe de Johnny cogió su fusil de Dalton Trumbo. Si Johnny está totalmente
confuso postrado en la cama de un hospital sin brazos ni piernas, Cacciato es
“tonto como una bala”. A las pocas páginas, decide abandonar la guerra de
Vietnam y marcharse por las buenas a París, atravesando a pie los trece mil
kilómetros de distancia. Tras sus pasos va un pelotón encabezado por el
especialista de cuarta clase Paul Berlin, quien “llevaba siete días en la
guerra”. En Persiguiendo a Cacciato, O’Brien da otra vuelta de tuerca a un conflicto que
siempre ha tenido quien le escriba: Despachos de guerra de Michael Herr, Un rumor de guerra de Philip Caputo, Dog Soldiers de Robert Stone, Un chaleco de acero de Gustav Hasford, Árbol de humo de Denis Johnson, Las cosas que llevaban los hombres que lucharon del
propio O’Brien —donde se supera en su propio terreno con su tratamiento de los
detalles cotidianos— o, más recientemente, El simpatizante del escritor vietnamita Viet Thanh Nguyen,
que ganó el premio Pulitzer en 2016. A diferencia de Nguyen, nacido en 1971,
O’Brien, llamado a filas y enviado a Vietnam en 1969, es una voz autorizada
para dar buena cuenta de una guerra que fue algo más que una mala racha en la carrera belicista de Estados Unidos: “Era una mala racha. Billy Boy Watkins estaba muerto,
y también Frenchie Tucker. Billy Boy se había muerto de miedo en pleno campo de
batalla, y a Frenchie Tucker le habían atravesado la nariz de un balazo. [...]
Pederson estaba muerto y Rudy Chassler estaba muerto. Buff estaba muerto.
Portland estaba muerto. Todos ellos estaban entre los muertos”. Persiguiendo
a Cacciato es una de las más
incisivas, más ácidas y más ingeniosas denuncias contra la guerra de Vietnam que jamás se han escrito.
Es como si O’Brien le hubiera hecho caso a Flaubert: “El único modo de soportar
la existencia es revolcándose en la literatura como en una orgía perpetua”. Aquí
la orgía se llama Vietnam.
Tanto Cacciato como Berlin intentan comprender el caos que
les rodea pero no pillan ni una. La realidad es demasiado cruda y “los soldados
son soñadores”, como dice la cita Siegfried Sassoon, poeta y teniente de
fusileros en la Primera Guerra Mundial, que abre la novela. Acaso eso
constituye en parte la forma como uno aprende a convivir con el horror. Persiguiendo
a Cacciato es
una de las más incisivas a la vez que divertidas acusaciones que se han escrito
contra la guerra de Vietnam. Es como si O’Brien le hubiera hecho caso a
Flaubert: “El único modo de soportar la existencia es revolcándose en la
literatura como en una orgía perpetua”. La orgía aquí se llama Vietnam. Tanto
Cacciato como Berlin intentan comprender el caos que les rodea pero no pillan
ni una. La realidad es demasiado cruda y “los soldados son soñadores”, como
dice la cita Siegfried Sassoon, poeta y teniente de fusileros en la Primera
Guerra Mundial, que abre la novela. Acaso eso constituye en parte la forma como
uno aprende a convivir con el horror. Persiguiendo a Cacciato es una de las más incisivas a
la vez que divertidas acusaciones que se han escrito contra la guerra de
Vietnam. Es como si O’Brien le hubiera hecho caso a Flaubert: “El único modo de
soportar la existencia es revolcándose en la literatura como en una orgía
perpetua”. La orgía aquí se llama Vietnam.
"Lo importante era el coraje. Cómo
comportarse. Si huir o luchar o buscar un punto intermedio. Lo importante no
era no tener miedo. Lo importante era cómo actuar con cabeza a pesar del miedo.
Escupir esa bilis insondable: eso era el verdadero coraje. Eso era lo que él
creía. Como creía en la obviedad del corolario: cuanto mayor es el miedo de un
hombre, mayor su potencial coraje".
Tim O’Brien, Persiguiendo a Cacciato
Cada nuevo libro sobre la guerra de Vietnam hace más densa
la trama de una ofensiva que nunca tenía que haber sucedido. Ninguna guerra es
justa, pero todavía menos la de Vietnam. En Persiguiendo a Cacciato (Going After Cacciato, 1978), publicada en España con casi
cuarenta años de retraso por la editorial Contra, Tim O’Brien da otra vuelta de
tuerca a un conflicto que siempre ha tenido quien le escriba: Un rumor de
guerra de
Philip Caputo, Despachos de guerra de Michael Herr, The Best and the Brightest de David Halberstam, Árbol
de humo de
Denis Johnson, Las cosas que llevaban los hombres que lucharon del propio O’Brien —donde se
supera en su propio terreno con su tratamiento de los detalles cotidianos— o,
más recientemente, El simpatizante del escritor vietnamita Viet Thanh Nguyen, que ganó el
premio Pulitzer en 2016. A diferencia de Viet Thanh Nguyen, nacido en 1971,
O’Brien, llamado a filas y enviado
a Vietnam en 1969, es una voz autorizada para dar buena cuenta de la íntima y
cotidiana existencia del soldado Cacciato —Cacciato significa
"acosado" / "atrapado" en italiano—, que decide abandonar
la guerra de Vietnam y marcharse por las buenas a París, atravesando Asia a
pie. Tras sus pasos va un pelotón encabezado por el especialista de cuarta
clase Paul Berlin, quien lleva sólo “cuatro días en la guerra”. Tanto Cacciato
como Berlin intentan comprender el caos que les rodea pero no pillan ni una. La
realidad es demasiado cruda y “los soldados son soñadores”, como dice la cita
Siegfried Sassoon, poeta y teniente de fusileros en la Primera Guerra Mundial,
que abre la novela. Acaso eso constituye en parte la forma como uno aprende a
convivir con el horror. Persiguiendo a Cacciato es una de las más incisivas a la vez
que divertidas acusaciones que se han escrito contra la guerra de Vietnam. Es
como si O’Brien le hubiera hecho caso a Flaubert: “El único modo de soportar la
existencia es revolcándose en la literatura como en una orgía perpetua”. La
orgía aquí se llama Vietnam.