sábado, 6 de octubre de 2018

El Nobel que no fue jueves

El premio Nobel de Literatura se entrega el primer jueves de octubre desde 1901. El pasado jueves día 4 pasará a los anales de la historia de los galardones de la Academia Sueca como el Nobel que no fue jueves. Este año no se ha concedido el galardón de Literatura tras el juicio por abusos sexuales contra Jean-Claude Arnault, violador convicto y marido de la escritora Katarina Frostenson, jurado número 18 de la Academia Sueca desde 1992. Aunque lo que la verdad esconde es otra cosa. Durante años Arnault se había dedicado a filtrar los nombres de los premiados antes de tiempo, sacando pingües beneficios de la transacción. ¿Y ahora qué? Pues que habrá que esperar a 2019 para conocer el nombre del próximo premio Nobel de Literatura. Otra opción, para los que prefieran festejar el Nobel después de todo, es que cada uno escoja al escritor que más le guste o que más rabia le de. Mi Nobel de Literatura de este año es sin duda Cynthia Ozick (Nueva York, 1928), una de las escritoras americanas vivas más importantes —y más desconocidas—, de quien Lumen ha publicado en España El chal, Cuentos reunidos, Cuerpos extraños y Los últimos testigos. En Argentina, la editorial independiente Mardulce ha publicado a su vez La galaxia caníbal, Metáfora y memoria y Los papeles de Puttermesser. Pocos autores como Ozick pueden decir que sus cuentos son tan interesantes comos sus novelas y ensayos. Habría que remontarse hasta Henry James para encontrar a un escritor que reúna estilo, oficio y, sobre todo, misterio. La propia Ozick así lo aseguró en uno de los ensayos reunidos en Metáfora y memoria: “En el Henry James maduro, y sólo en él, la sensación de misterio no se ha atenuado; es cada vez más fuerte. A medida que los años se acumulan, James se vuelve, cada vez con mayor firmeza, más contemporáneo, más urgente. [...] La verdad central acerca del Henry James tardío no es que elija decir muy poco, sino que sabe demasiado y mucho más de lo que nosotros, o él mismo, podemos asimilar”. También Ozick sabe demasiado, pero está dispuesta a compartirlo. Ahí están sus novelas y cuentos —donde aborda temas como la identidad judía, feministas y literarios—,  para comprobarlo. El primer relato que abre sus Cuentos reunidos (The Collected Stories, 2004; Lumen, 2015), titulado El rabino pagano, arranca con esta fuerza: “Cuando supe que Isaac Kornfeld, un hombre devoto y lúcido, se había ahorcado en el parque municipal, metí una ficha en el torniquete del metro y fui a ver el árbol”. Pero sin duda el comienzo de El chal (The Shawl, 1980; Lumen, 2016), novela breve donde Ozick trató por primera vez el horror de los campos de la muerte nazis, es el que más se recuerda: “Stella, fría, fría, la frialdad del infierno”. El chal de Rosa Lublin, que da título a la historia, no sólo sirve como alimento de la pequeña Magda —“Empezó a amamantarse con la punta del chal; chupaba, chupaba, empapando las hebras”—  y abrigo de Stella, sino como símbolo de un lugar de un frío indecible, del que sólo dos de ellas conseguirán sobrevivir, aunque ninguna se sienta viva del todo.




 “Antes era 'refugiado', pero ahora esa criatura ya no existía, ya no había refugiados, sólo supervivientes. Un nombre que era como un número, para contarlos aparte de la manada. Dígitos azules en el brazo, ¿qué diferencia había? De todos modos no te llaman mujer. 'Superviviente'. Incluso cuando tus huesos se desintegren en la tierra, seguirán olvidando al 'ser humano'. Superviviente, superviviente, superviviente; siempre, siempre”.

Cynthia Ozick, El chal