viernes, 12 de octubre de 2018

C o el sonido del pensamiento

Acierta el título del libro de Tom McCarthy C (C, 2010; Pálido Fuego, 2018) respecto a su contenido, porque estamos ante una novela capital, catártica, caleidoscópica, cacofónica, cósmica, a la que algunos ya han comparado con el Ulises de James Joyce y, sobre todo, con las primeras novelas de Thomas Pynchon. No obstante, vaya por delante que la novela de McCarthy —dividida en cuatro partes, cuyos títulos empiezan por la letra C: Corion [Caul], Caída [Chute], Colisión [Crash] y Citación [Call]— es más accesible que la obra magna de Joyce o V. y El arco iris de gravedad. C cuenta la historia de Serge Carrefax, un niño que pronto dejará de serlo. Su vida trascurre en una finca victoriana llamada Versoie House, rodeada de crisantemos y lirios en el sur de Inglaterra en las primeras décadas del siglo XX. Su padre, un inventor obsesionado con la radio estática y otros inventos novecentistas de nombres largos y difíciles de pronunciar (fonoautógrafos, reótomos, cinetoscopios), dirige una escuela de día para sordos; su madre, que es sorda y que una vez fue la pupila del padre, se dedica a la producción y la venta de seda. Serge y su hermana mayor, Sophie, crecen rodeados de artilugios e insectos. El edén dura poco y la novela da el giro esperado —quien haya leído los anteriores libros de este escritor inglés ya sabrá que nada es lo que parece— después de que hayamos percibido todos los detalles necesarios de esta familia entre la bohemia y la bonhomía. Cuando se avecina la Primera Guerra Mundial, Sophie se suicida ingiriendo un vaso de cianuro y Serge se alista como piloto de guerra en una escuadrilla —¿a que no adivinan la letra de la escuadrilla? La C—, dando comienzo a un periplo de viajes que le llevarán de Versoie a Londres, y de Londres a Alejandría, pasando por El Cairo y la ciudad de los muertos: “Es como si moviéndose lo suficiente, el mundo terminará encajando a su alrededor”. Así hasta conformar la cartografía de una vida que no parece sometida al tiempo ni al espacio, ni siquiera  “a su control, sino sacudida y retorcida por una mano ajena”. Hay que decir que, según avanzamos en la lectura de C, vamos cayendo en la cuenta de que no estamos tan sólo ante una obra narrativa sino también ante una obra que pretende ser una metáfora. Sin duda, McCarthy es un escritor desconcertante. Si se repasa la recepción crítica hasta el momento sobre su obra  —Residuos, Hombres en el espacio, C y Satin Island— queda de manifiesto que es un escritor difícil de etiquetar o de calificar, no hay un consenso unánime sino una notable divergencia de valoraciones que van de más a menos o de menos a más. Lo cierto es que al menos McCarthy parece tener bastante claro el camino a seguir y que cada parada debe ser distinta de la anterior.




“La estática es como el sonido de pensar. No el de una sola persona pensando, ni siquiera el de un grupo pensando, colectivamente. Es algo más grande, más amplio; y más directo. Es como el sonido del pensamiento en sí, su zumbido y su temblor”.

Tom McCarthy, C