Sería una
lástima que una novela como Un debut en la vida (A Start in Life, 1981;
Libros del Asteroide, 2018) de Anita Brookner pudiese pasar desapercibida por
culpa de la escasa fortuna que ha acompañado a la publicación en España de sus
obras anteriores, Hotel du Lac, Familia y amigos y Una relación inconveniente,
aunque cronológicamente son posteriores a esta novela. Resultaría más
lamentable que la historia —no muy diferente de la experiencia vital de la
autora, hija de padre polaco y madre estadounidense, cuyo padre también había emigrado a Gran Bretaña—, despierte el
desinterés del lector a fuerza de creer a pie juntillas lo que el escritor
Julian Barnes dice con sorna en el prólogo: "Sus novelas tratan de mujeres
solteras y solitarias que al parecer no hacen nada más que devolver libros a la
biblioteca, ir a salones de té y reflexionar sobre la vida que no han vivido".
Lo primero corroboraría una vez más, el mercantilismo que se ha adueñado de la
industria editorial, por el cual un libro vale tanto como se hable de él,
aunque en ocasiones haya que hacer un esfuerzo extra de imaginación si uno
desea adentrarse en la posibilidad de un mensaje. Lo segundo sería una postura
acomodaticia que Un debut en la vida se
encarga de desterrar, puesto que la fascinación, el encanto y la empatía
que desprende su protagonista femenina demuestran perfectamente que todavía hay
personajes por conocer, así que pasen cuarenta años. En Un debut en la vida, Brookner parece estar menos interesada por la descripción de una
atmósfera familiar monótona y desconectada de la realidad que por el retrato de
una profesora solitaria con la nariz siempre metida entre libros (Eugénie Grandet, Anna
Karenina, La pequeña Dorrit), cuyos
sueños nunca llegan a materializarse. Tampoco las desgracias. Como escribió
Montaigne: "Mi vida ha estado llena de terribles desgracias, la mayoría de las
cuales nunca sucedieron". Ruth Weiss es una gran creación de Brookner, pero no
la única. Los personajes secundarios —sus padres,
George y Helen, la señora Cutler—, son igualmente memorables. Ésa es una de las
razones por las que su lectura proporciona un inmenso placer; las otras son su
fino sentido del humor y su perversa habilidad para señalar lo ridículo de
ciertos actos, de ciertos caracteres. Aunque con bastante retraso, Un debut en la
vida es, valga la redundancia, el asombroso
debut de una escritora desenvuelta, inteligente y dueña de una prosa adictiva
llena de ironía e imaginación, de tradición y originalidad. La novela de
Bookner puede leerse como una versión reducida de La comedia humana de Balzac, o una versión expandida de un poema de Emily Dickinson que dice que: "Para
fugarnos de la tierra / un libro es el mejor bajel". La traducción es de Catalina la Grande, es decir, Catalina Martínez Muñoz, eximia traductora de autores como Wilkie Collins, Joseph Conrad, Thomas Hardy, Rudyard Kipling, Henry James, R.L. Stevenson, Edith Wharton, Virginia Woolf o Doris Lessing.
"No había tiempos mejores; no había tiempos peores. Con el sostén de
aquellos padres juveniles y aquella abuela envejecida, la niña se asombraba de
la estabilidad de su mundo. En los libros, por citar sólo las obras de Dickens,
la gente pasaba pruebas durísimas. En su casa de Oakwood Court nunca había
ningún cambio. Siempre los mismos platos contundentes en la misma mesa
contundente; la presencia imponente de la abuela, vestida de negro, garantizaba
que la niña cavilosa pudiera entregarse a sus procesos mentales sin ninguna
interrupción".
Anita
Brookner, Un debut en la vida