Henry James
es noticia por partida doble. Por un lado, la editorial Páginas de Espuma ha
publicado el primer volumen de sus Cuentos completos [1864-1878], un libro al cuidado del escritor Eduardo Berti que recoge las primeras tentativas literarias (Una
tragedia del error, Un caso de lo más
extraordinario, La historia de una obra maestra, Compañeros de viaje, El último
de los Valerio, La coherencia de Crawford, etc.)
de quien poco después se convertiría en uno de los grandes novelistas del siglo
XIX. Por otro lado, Gatopardo ha publicado la novela La mecanógrafa de Henry James (The Typewriter’s Tale, 2005) de Michiel Heyns, que debe leerse como un homenaje al maestro
y a su bonita forma de "no decir nada con frases interminables", según Thomas
Mann. Para disfrutar del gran estilista que fue James sin duda hay que acudir a
sus cuentos. Yo lo he hecho a lo largo de toda mi vida —a los veinte años, a los treinta años, a los cuarenta años— y debo confesar que no
siempre he podido seguirle hasta el final. No soy el único que cree que James
es insostenible después de cumplidos los dieciocho años. En 1968, John Cheever
le escribió a su traductora al ruso Tanya Litvinov: "Leí
casi todo James cuando tenía dieciocho años y me embriagaron las indirectas,
los circunloquios, las zonas de luz y los elevados discursos pronunciados en el
crepúsculo. Hace cinco años me compré sus obras completas y me dispuse a
releerlas. Fue horrible. Recuerdo haberte oído decir que odiabas el ‘relleno’ y
James parecía sólo eso. No entendía por qué había dedicado tanto tiempo a
disponer el escenario, colocar las flores y preparar el té. Me parecía oír su
aliento fatigado detrás de las paredes de esas habitaciones tan preciosas. Me
sentí como si estuviese dedicándome a alguna ocupación que no dominara como el
bordado. (Los novelistas que me gustan pisan con fuerza en el escenario,
eructan, se hurgan los dientes con una cerilla y echan un trago de la botella
que tienen oculta en la chimenea.) Pero su obra me pareció tener tan poca
urgencia moral, tan poco ardor que lo dejé al llegar al volumen cinco. Aquí eso
sigue siendo una herejía y si lo dijese en el club me expulsarían". Puede que
Cheever no esté siendo justo con James. Puede que yo no esté siendo justo con
James. Pero lo cierto es que hay que reconocer que, con independencia de lo que
el autor de Los papeles de Aspern, Lo que Maisie sabía y Otra vuelta de tuerca significó en su tiempo,
a nosotros hoy nos suena hueco. Pero también es posible
lo contrario. Que los hombres huecos —como en el poema de T.S. Eliot— seamos
nosotros.
“Crawford era un hombre alto, no especialmente agraciado. Tenía, de
todos modos, eso que suele llamarse estampa de caballero y un muy bello
perfil..., el perfil de un hombre dado a los libros, de un estudiante o tal vez
de un filósofo. [...] Era como si
su rostro hubiera salido de un molde tosco e irregular y la imagen resultante
hubiese sido retocada aquí y allá por una mano más delicada, más femenina. Tenía
una expresión singular, un aspecto que no puedo describir más que diciendo que
expresaba una inteligencia inocente, el aspecto de un ángel distraído. Era
obvio que conocía la corrupción de este bajo mundo, pero nunca pensaba en ella.
Soy incapaz de decir en qué pensaba: en grandes cosas, supongo, para las cuales
no me necesitaba”.
Henry
James, Cuentos completos [De La coherencia de Crawford]