sábado, 20 de enero de 2018

Los hombres huecos

Henry James es noticia por partida doble. Por un lado, la editorial Páginas de Espuma ha publicado el primer volumen de sus Cuentos completos [1864-1878], un libro al cuidado del escritor Eduardo Berti que recoge las primeras tentativas literarias (Una tragedia del error, Un caso de lo más extraordinario, La historia de una obra maestra, Compañeros de viaje, El último de los Valerio, La coherencia de Crawford, etc.) de quien poco después se convertiría en uno de los grandes novelistas del siglo XIX. Por otro lado, Gatopardo ha publicado la novela La mecanógrafa de Henry James (The Typewriter’s Tale, 2005) de Michiel Heyns, que debe leerse como un homenaje al maestro y a su bonita forma de "no decir nada con frases interminables", según Thomas Mann. Para disfrutar del gran estilista que fue James sin duda hay que acudir a sus cuentos. Yo lo he hecho a lo largo de toda mi vida —a los veinte años, a los treinta años, a los cuarenta años— y debo confesar que no siempre he podido seguirle hasta el final. No soy el único que cree que James es insostenible después de cumplidos los dieciocho años. En 1968, John Cheever le escribió a su traductora al ruso Tanya Litvinov: "Leí casi todo James cuando tenía dieciocho años y me embriagaron las indirectas, los circunloquios, las zonas de luz y los elevados discursos pronunciados en el crepúsculo. Hace cinco años me compré sus obras completas y me dispuse a releerlas. Fue horrible. Recuerdo haberte oído decir que odiabas el ‘relleno’ y James parecía sólo eso. No entendía por qué había dedicado tanto tiempo a disponer el escenario, colocar las flores y preparar el té. Me parecía oír su aliento fatigado detrás de las paredes de esas habitaciones tan preciosas. Me sentí como si estuviese dedicándome a alguna ocupación que no dominara como el bordado. (Los novelistas que me gustan pisan con fuerza en el escenario, eructan, se hurgan los dientes con una cerilla y echan un trago de la botella que tienen oculta en la chimenea.) Pero su obra me pareció tener tan poca urgencia moral, tan poco ardor que lo dejé al llegar al volumen cinco. Aquí eso sigue siendo una herejía y si lo dijese en el club me expulsarían". Puede que Cheever no esté siendo justo con James. Puede que yo no esté siendo justo con James. Pero lo cierto es que hay que reconocer que, con independencia de lo que el autor de Los papeles de Aspern, Lo que Maisie sabía y Otra vuelta de tuerca significó en su tiempo, a nosotros hoy nos suena hueco. Pero también es posible lo contrario. Que los hombres huecos —como en el poema de T.S. Eliot— seamos nosotros.




“Crawford era un hombre alto, no especialmente agraciado. Tenía, de todos modos, eso que suele llamarse estampa de caballero y un muy bello perfil..., el perfil de un hombre dado a los libros, de un estudiante o tal vez de un filósofo. [...]  Era como si su rostro hubiera salido de un molde tosco e irregular y la imagen resultante hubiese sido retocada aquí y allá por una mano más delicada, más femenina. Tenía una expresión singular, un aspecto que no puedo describir más que diciendo que expresaba una inteligencia inocente, el aspecto de un ángel distraído. Era obvio que conocía la corrupción de este bajo mundo, pero nunca pensaba en ella. Soy incapaz de decir en qué pensaba: en grandes cosas, supongo, para las cuales no me necesitaba”.

Henry James, Cuentos completos [De La coherencia de Crawford]