Después de mucho
pensarlo, he llegado a la siguiente conclusión: mi gran problema con las
novelas policíacas, detectivescas o, con más amplitud, criminales, es que siempre acaban produciéndome la sensación de
que el autor está intentando demostrarme algo. Siendo honestos, el estilo, o la ausencia de él, tampoco invitan al optimismo. La ciudad blanca
(Den vita staden, 2015; Anagrama, 2017) de la escritora
sueca Karolina Ramqvist se presenta ante el lector español como una novela
adscrita al género negro. Sin embargo, conociendo el nombre de su editor, Jorge
Herralde, el bibliófilo perspicaz sabe de antemano que la novela de Ramqvist
promete, como mínimo, un disfrute muy distinto al habitual en estos casos. Desde este punto de vista, La ciudad blanca cumple dichas expectativas, erigiéndose en una de las más singulares rarezas
que haya dado la novela negra reciente: uno de esos accidentes que, como La granja (The Farm, 2014; Salamandra, 2016) de Tom Rob Smith, demuestran que la
maquinaria criminal perfectamente engrasada y autosuficiente no es como la pintan y que, de
vez en cuando, tiene fisuras de las cuales brota alguna que otra maravilla. La
ciudad blanca, que primero confunde, luego inquieta y finalmente acaba noqueando, demuestra con creces que no tiene nada que ver
con el thriller de intriga al uso gracias,
sobre todo, a una puesta en escena que parece hecha con la sana intensión de
demoler las convenciones del género. Si tuviera que buscar un símil
cinematográfico para definir La ciudad blanca
sería sin duda Carretera perdida (Lost Highway, 1997) de David Lynch, cuya historia adquiría, mediante un detalle del decorado o un aparentemente caprichoso
ángulo de cámara, una tonalidad y un sentido diferentes al previsible.
Hay en la novela de Ramqvist una constante tensión narrativa que busca situarla
en un nivel irreal, más psíquico que físico, a tono con el conflicto psicológico de
la protagonista, Karin, una mujer joven que tiene que hacer frente a la
inesperada muerte de su amante, John. Sin embargo, ésta no va a ser la única de
sus preocupaciones, acorralada por las deudas, el sustento de una hija de pocos
meses y el crudo invierno que tiene por delante. Detrás de cada rostro de mujer golpeado hay una historia, y esto es lo que explora Ramqvist en La ciudad blanca,
una de esas obras atípicas e inesperadas, a contracorriente de las modas
imperantes y que, precisamente por ello, tiene muchas posibilidades de pasar
desapercibida entre el agobiante aluvión de novedades. Apunten este nombre
porque va a sonar mucho en los próximos años: Karolina Ramqvist.
"Si uno piensa que las cosas van a arreglarse, ¿se arreglan de verdad? ¿O hay que pensar que las cosas van a ir fatal, como si fuera un conjuro? [...] El miedo no es un
conjuro que funcione, sino un malestar nacido del cálculo del riesgo. No es
verdad que aquello que más nos preocupa no vaya a suceder. Al contrario: es muy
probable que suceda".
Karolina
Ramqvist, La ciudad blanca