A
doscientos años de la publicación de Frankenstein o El moderno Prometeo (Frankenstein; or, The Modern Prometheus), que podemos
considerar de alguna manera como la "carta de presentación" del
horror científico en la literatura —en la
hoja publicitaria de dos páginas que acompañaba a la novela cuando se publicó
el 11 de marzo de 1818 en 3 vols., la editorial inglesa Lackington, Hughes, Harding,
Mavor & Jones recomendaba otros
libros sobre temas de magia, alquimia y ocultismo—, no parece fácil ofrecer una
visión novedosa, o como mínimo, interesante de la obra de Mary Shelley, de la
que se ha analizado hasta el más mínimo detalle. Sin ir más lejos la editorial
Ariel publicó en noviembre de 2017 una edición anotada para científicos,
creadores y curiosos en general, acompañada de varios ensayos: La
responsabilidad traumática de
Josephine Johnston, ¡He creado un monstruo! (y tú también puedes) de Cory Doctorow, Concepciones cambiantes de la naturaleza humana de Jane Maienschein y Kate MacCord, Sin enturbiar por la realidad de Alfred Nordmann, Frankenstein reformulado de Elizabeth Bear, Frankenstein, género y madre naturaleza de Anne K. Mellor y El amargo regusto de la dulzura técnica de Heather E. Douglas. Nacida casi por casualidad —cuando Lord Byron,
durante una estancia estival en Ginebra con Percy y Mary Shelley, su
hermanastra Claire Clarmont y John William Polidori, sugirió que cada uno de
ellos escribiese un cuento de horror—, Frankenstein no ha dejado de sumar adeptos; en concreto 67.400.000 son las
menciones en Google de la palabra Frankenstein, lo que da una idea del alcance y la repercusión que la novela de
Shelley ha tenido desde el siglo XIX hasta la fecha. Mucho se ha hablado de la
fealdad de la criatura creada por Víctor Frankenstein sirviéndose de partes
anatómicas de diversos cadáveres, pero poco se ha hablado de su
verdadera monstruosidad. La palabra "monstruo" procede del latín "monstrum",
que, a su vez, deriva del verbo "monere", que significa "advertir", por lo que
la monstruosidad de la criatura es una advertencia —antiguamente cuando un niño
nacía con algún tipo de malformación en su cuerpo se creía que era un aviso de que algo
terrible iba a ocurrir— acerca de las consecuencias letales de las creaciones
científicas o las tentativas de "mejorar" la especie humana. En esto Mary Shelley se adelantó un siglo y medio a Robert Oppenheimer, Leó Szilárd, Edward
Teller y Eugene Wigner, los científicos detrás de la bomba atómica, y a Joseph Megele, el médico de los experimentos de Hitler.
"¡Maldito creador! ¿Por qué disteis forma a un monstruo tan espantoso
que incluso vos mismo me disteis la espalda asqueado? Dios, en su piedad, hizo
al hombre hermoso y atractivo, a su imagen y semejanza; pero mi figura no es
más que un remedo inmundo de la vuestra, y más espantosa cuando se comparan.
Satán tenía compañeros, otros demonios que lo admiraban y lo animaban; pero yo
estoy solo y todo el mundo me detesta".
Mary Shelley, Frankenstein