Primero que nada, tengo que reconocer que aunque ya sabía de la existencia de La casa de las miniaturas (The Miniaturist, 2014; Salamandra, 2015) de Jessie Burton antes de la emisión el
pasado 26 de diciembre de la adaptación televisiva producida por la cadena británica BBC, no me decidí a leer la novela hasta después de ver la miniserie de dos episodios dirigida por Guillem Morales. Al
igual que la pieza de teatro Casa de muñecas del
dramaturgo noruego Henrik Ibsen, La casa de las miniaturas es fundamentalmente una honda exploración de la condición femenina en
el siglo XVII, de cómo han sido educados hombres y mujeres, y especialmente
cómo esa educación generalizada ha sido decididamente beneficiosa para el hombre y
perjudicial para la mujer. Cualquier lector avezado seguramente recordará estas palabras de la heroína de Ibsen,
Nora Helmer: "He sido una muñeca grande en tu casa, como fui muñeca en casa de
papá. Y nuestros hijos, a su vez, han sido mis muñecas. A mí me hacía gracia
verte jugar conmigo, como a los niños les divertía verme jugar con ellos. Esto
es lo que ha sido nuestra unión". Hay rasgos de Nora Helmer en Nella Oortman, la
protagonista de La casa de las miniaturas. Nella
es una muchacha de pueblo que acaba de contraer matrimonio con Johannes Brandt,
un rico comerciante de Ámsterdam cuyo trabajo lo mantiene fuera de casa. Por lo
que cuando Nella abandona su territorio familiar y llama a la puerta de la casa
del hombre con el que acaba de casarse es recibida únicamente por su cuñada
Marin, vestida de negro riguroso, y los dos criados al servicio de la familia
Brandt. Pasan los días y la relación que mantiene Nella con Johannes es mínima, tan sólo
recibe de él como regalo de bodas una casa de muñecas que es una réplica exacta
de su nuevo hogar. Desde el primer momento, Nella se dibuja como una heroína que
busca su papel en la sociedad y debe asumirlo a través de un complejo ritual de
extrañamiento, muerte y adversidad: "Nella ha soltado el ancla, pero no ha
encontrado un lugar donde agarrarse al fondo y la cadena la arrastra, enorme,
imparable y peligrosa, y la hunde en el mar". Por si fuera poco, en La casa de las miniaturas Burton desliza entre líneas una original mirada sobre algunos de los conflictos
que definieron el barullo del siglo XVII europeo, como fueron el racismo y, sobre todo, la homosexualidad,
que tuvo su escalada más extrema en Holanda en 1730 con la persecución a gran escala de homosexuales en Utrecht, Ámsterdam, La Haya, Rótterdam, Haarlem y Leiden, terminando a menudo en un sentencia de muerte.
"No se ha casado con un hombre, sino con un mundo. Los plateros, una
cuñada, extraños conocidos, una casa en la que se siente perdida y otra en
miniatura que la asusta. En apariencia tiene muchas cosas al alcance de la
mano, pero la asalta la impresión de que le arrebatan algo".
Jessie Burton, La casa de las miniaturas