"Siempre le reproché a
mi padre haber sido ese hombre, esa suerte de encarnación de cierto mundo
obrero que quienes nunca pertenecieron a ese ambiente ni vivieron ese pasado
sólo pueden encontrar en las películas o las novelas: ‘Era como Émile Zola’, me
dijo mi madre, que nunca leyó una sola de sus novelas. [...] Le costaba
despegarse de cierta forma de sociabilidad obrera (masculina, al menos) que
sólo había descubierto en la adultez: las salidas y las borracheras con amigos,
el bar después de la jornada laboral. Y como podía suceder que no volviera durante varios días, es probable que no se privara de terminar la noche en la cama de otra mujer. [...] Yo no tardaría en sentir y cultivar
el intenso sentimiento de distancia que los estudios y la homosexualidad
contribuían a instalar en mi vida: no sería ni obrero, ni carnicero, sino algo
diferente de aquello a lo que estaba socialmente predestinado". Es el
sociólogo, filósofo y ensayista francés Didier Eribon, conocido por su biografía de Michel Foucault, quien así se expresa en
su ensayo autobiográfico Regreso a Reims (Retour
a Reims, 2009; Libros del Zorzal, 2015 [2017]),
que viene a contribuir a aumentar un género de literatura que sólo los
franceses saben hacer. Y lo saben hacer bastante bien. Es esa
literatura de recuperación de la memoria personal y venganza contra sí mismo
(Gérard de Nerval, Jean Genet) o esa literatura de pesadumbre dominada por un sentimiento de
expiación (Marguerite Duras, Annie Ernaux). Algo de todo esto encuentra el lector en las páginas
de Regreso a Reims. Autoexiliado en París,
Eribon vuelve la mirada hacia atrás, hacia una ciudad de provincia que, en este
caso, es Reims, pero que podría ser cualquier otra detenida en el tiempo, donde "todo conspira para instalar un sentimiento de no pertenencia y de exterioridad
en la conciencia de quienes tienen dificultades para plegarse a este mandato
social". La narración franca, con una carga de frustración generacional y
rencor histórico, avanza describiendo una tradición social y educativa
desestabilizadoras. Regreso a Reims es
un valiente examen de conciencia y un canto a la verdad y a la ruptura de las
fronteras sociales, sexuales y filosóficas. La verdad es una virtud relacionada
íntimamente con la sinceridad. Y de eso hay de sobra en este libro. Sinceridad
que, como escribió Christa Wolf en su novela autobiográfica Muestra de infancia, no es "un acto de fuerza, sino una meta, un proceso con
posibilidades de aproximación en pequeños pasos que llevan a un terreno desconocido,
que permiten hablar de un modo más fácil y más libre, de un modo aún
inimaginable, abierta y sobriamente, sobre la realidad; por tanto, también
sobre el pasado". Porque el pasado no ha muerto; es más, sigue actuando en
nosotros de forma más irracional cuanto menos queremos saber de él.
"Reims aparece no sólo como el lugar de un anclaje familiar y social
que debía abandonar para poder existir de manera diferente, sino también —y fue
igualmente determinante en lo que guió mis elecciones— como la ciudad del
insulto. ¿Cuántas veces me trataron de ‘puto’ [marica] u otras palabras
equivalentes? No sabría decirlo. Desde el día en que lo conocí, el insulto
nunca dejó de acompañarme. [...] En el fondo, estaba marcado por dos veredictos
sociales: un veredicto de clase y un veredicto social. Nunca se puede escapar a
las sentencias así dictadas. Llevo en mí la marca de uno y otro. Pero como en
un momento de mi vida entraron en conflicto uno con otro, debí moldearme a mí
mismo utilizando uno contra otro".
Didier Eribon, Regreso a Reims