sábado, 25 de noviembre de 2017

Muestra de infancia

"Siempre le reproché a mi padre haber sido ese hombre, esa suerte de encarnación de cierto mundo obrero que quienes nunca pertenecieron a ese ambiente ni vivieron ese pasado sólo pueden encontrar en las películas o las novelas: ‘Era como Émile Zola’, me dijo mi madre, que nunca leyó una sola de sus novelas. [...] Le costaba despegarse de cierta forma de sociabilidad obrera (masculina, al menos) que sólo había descubierto en la adultez: las salidas y las borracheras con amigos, el bar después de la jornada laboral. Y como podía suceder que no volviera durante varios días, es probable que no se privara de terminar la noche en la cama de otra mujer. [...] Yo no tardaría en sentir y cultivar el intenso sentimiento de distancia que los estudios y la homosexualidad contribuían a instalar en mi vida: no sería ni obrero, ni carnicero, sino algo diferente de aquello a lo que estaba socialmente predestinado". Es el sociólogo, filósofo y ensayista francés Didier Eribon, conocido por su biografía de Michel Foucault, quien así se expresa en su ensayo autobiográfico Regreso a Reims (Retour a Reims, 2009; Libros del Zorzal, 2015 [2017]), que viene a contribuir a aumentar un género de literatura que sólo los franceses saben hacer. Y lo saben hacer bastante bien. Es esa literatura de recuperación de la memoria personal y venganza contra sí mismo (Gérard de Nerval, Jean Genet) o esa literatura de pesadumbre dominada por un sentimiento de expiación (Marguerite Duras, Annie Ernaux). Algo de todo esto encuentra el lector en las páginas de Regreso a Reims. Autoexiliado en París, Eribon vuelve la mirada hacia atrás, hacia una ciudad de provincia que, en este caso, es Reims, pero que podría ser cualquier otra detenida en el tiempo, donde "todo conspira para instalar un sentimiento de no pertenencia y de exterioridad en la conciencia de quienes tienen dificultades para plegarse a este mandato social". La narración franca, con una carga de frustración generacional y rencor histórico, avanza describiendo una tradición social y educativa desestabilizadoras. Regreso a Reims es un valiente examen de conciencia y un canto a la verdad y a la ruptura de las fronteras sociales, sexuales y filosóficas. La verdad es una virtud relacionada íntimamente con la sinceridad. Y de eso hay de sobra en este libro. Sinceridad que, como escribió Christa Wolf en su novela autobiográfica Muestra de infancia, no es "un acto de fuerza, sino una meta, un proceso con posibilidades de aproximación en pequeños pasos que llevan a un terreno desconocido, que permiten hablar de un modo más fácil y más libre, de un modo aún inimaginable, abierta y sobriamente, sobre la realidad; por tanto, también sobre el pasado". Porque el pasado no ha muerto; es más, sigue actuando en nosotros de forma más irracional cuanto menos queremos saber de él.




"Reims aparece no sólo como el lugar de un anclaje familiar y social que debía abandonar para poder existir de manera diferente, sino también —y fue igualmente determinante en lo que guió mis elecciones— como la ciudad del insulto. ¿Cuántas veces me trataron de ‘puto’ [marica] u otras palabras equivalentes? No sabría decirlo. Desde el día en que lo conocí, el insulto nunca dejó de acompañarme. [...] En el fondo, estaba marcado por dos veredictos sociales: un veredicto de clase y un veredicto social. Nunca se puede escapar a las sentencias así dictadas. Llevo en mí la marca de uno y otro. Pero como en un momento de mi vida entraron en conflicto uno con otro, debí moldearme a mí mismo utilizando uno contra otro". 

Didier Eribon, Regreso a Reims