El calendario marcaba el año 1999 cuando un escritor nacido en Dickinson,
Alabama —no muy lejos del lugar donde nació setenta y tres años antes la
autora de Matar a un ruiseñor— irrumpió
en los últimos estertores del cambio de siglo con una colección de relatos deslumbrante, Furtivos (Poachers,1999; Dirty Works,
2017), que miraba hacia el Sur profundo y oscuro como el color de la sangre derramada. El impacto del libro de relatos de Tom
Franklin fue tan visible y de largo alcance que captó la atención de escritores
como Richard Ford y Philip Roth que se deshicieron en elogios que a día de hoy
no hacen más que crecer. Dibujados sobre una extraña atmósfera grisácea, los diez
relatos de Furtivos mantienen muy vivos
los lazos con la tradición inaugurada por William Faulkner e incluso con las formas
primitivas del arte narrativo. Al igual que el autor de El ruido y la furia, en sus relatos Franklin se empeña en una concienzuda labor de
conservación y recreación narrativa de toda la riqueza y variedad de la vida en su Alabama natal, “frondosa, verde y llena de muerte”. La
muerte y la violencia están presentes en todos los relatos, especialmente en el
que da título al libro, galardonado con el Edgar Allan Poe Award al mejor relato corto. En Furtivos,
los hermanos Gates —Kent, Neil y Dan— viven de la
caza furtiva en los ríos Alabama y Tombigbee y de lo que roban en la única tienda del pueblo: "El nombre de
esta comunidad, si podía considerarse tal cosa, era Lower Peach Tree,
Melocotonero de Abajo, aunque de haber existido alguna vez un Melocotonero de
Arriba, nadie lo había visto". Con una excusa mínima (la muerte del nuevo
guarda de caza y pesca), Franklin urde una historia estremecedora
de crímenes sin remordimiento en una tierra alejada de la mano de Dios, o como
dice una señal pintada a mano y clavada a un árbol: JESÚS NO VIENE. Los
autores de gran calibre se mueven entre estéticas y corrientes, pero hace falta
un talento absolutamente único y soberbio como el de Franklin, crecido al
margen de los estándares, para trascender las palabras hasta convertirlas en
esquirlas de bala que se clavan en los ojos del lector. Si no me creen, lean esa
miniatura maravillosa titulada Caballos azules, incluida en Furtivos. A la manera
de las grades obras maestras, Caballos azules resume toda la complejidad social y moral del Sur profundo en diez páginas de montaña rusa emocional. Furtivos es el más acabado ejemplo de lo que se ha llamado "gótico sureño", al
nivel de lo más alto que Faulkner, Flannery O’Connor o Cormac McCarthy hayan dado
a la imprenta nunca.
"Su trabajo [de guarda de caza y pesca] era proteger las cosas salvajes que la ley consideraba
merecedoras de dicha protección. Ciervos y pavos. Cocodrilos. ¿Pero cómo habían
caído los chicos Gates en la misma categoría de bestias desechables a la que
pertenecen los linces, las zarigüeyas y los armadillos, las tortugas mordedoras
y las serpientes? Cosas que podías matar siempre que se te antojase, que podías
atropellar con tu camioneta. Cosas a las que ni siquiera mirarías por el espejo
retrovisor para verlas morir".
Tom Franklin, Furtivos