martes, 7 de noviembre de 2017

Civilización y barbarie

¿Qué tienen en común Buffalo Bill y Adolf Hitler? La respuesta: Éric Vuillard. El escritor francés ganó ayer el premio Goncourt 2017 por L'Ordre du jour, una novela sobre la llegada de Hitler al poder en 1933 y cómo "las grandes catástrofes se anuncian a menudo en pequeños pasos". De Vuillard tan sólo conocíamos en España Tristeza de la tierra, la otra historia de Buffalo Bill (Tristesse de la terre: Une histoire de Buffalo Bill Cody, 2014; Errata naturae, 2015), una obra perfecta por su construcción y su capacidad para aglutinar la semblanza biográfica, la narración poética y la desmitificación del Salvaje Oeste en buena parte sustentado por las novelas y relatos de autores como Ernest Haycox, Vardis Fisher o James Warner Bellah, y las películas de directores como John Ford, Howard Hawks o Nicholas Ray. En Johnny Guitar de Nicholas Ray, el personaje de Vienna (Joan Crawford) —de quien en un momento de la película escuchamos decir: "Nunca he conocido a una mujer tan hombre como ella"— explicaba así su adaptación al vasto territorio salvaje: “En el Oeste, ser hombre es cómodo”. Dicho de otro modo, sin una identidad fuerte —como la de Vienna, endurecida por el rencor— las mujeres lo tenían difícil para abrirse paso, al igual que los chinos, japoneses, mexicanos o nativos americanos, mal llamados indios. Sobre todo estos últimos, ya que los indios eran uno de los tres enemigos principales del cowboy —los otros dos eran los incendios y las tormentas—, según Gregorio Doval en Breve historia de los cowboys. En Tristeza de la tierra, finalista del premio Goncourt 2014, los indios hace mucho que han dejado de ser verdaderos guerreros y se han convertido en una atracción de feria más —como los turcos, mongoles y cosacos— del famoso espectáculo Buffalo Bill's Wild West que recorrió durante treinta años Estados Unidos y Europa. El espectáculo de Buffalo Bill, más parecido a una "parada de monstruos", de fenómenos o de Freaks (Tod Browning, 1932), que a una exhibición de las maravillas del Salvaje Oeste, pudo no gustar a muchos espectadores de su época, pero al menos los descolocó: "El espectáculo es el origen del mundo. En él radica lo trágico, inmóvil en una rara obsolescencia". En Tristeza de la tierra Vuillard reconstruye la aventura humana de quien personificó la vida salvaje en disputa contra la civilización, para luego convertirse él mismo, inexplicablemente, en la representación de la barbarie civilizadora llevada al extremo, esto es, quitándole a los indios no sólo su territorio, sino también su dignidad: "Toro Sentado está solo en el ruedo. [...] Y los que ocupan las gradas han acudido sólo para eso, todo el mundo ha acudido a ver eso, nada más que eso: la soledad". Tristeza de la tierra defiende una tesis casi subversiva hoy en día: el entretenimiento no da la felicidad, y el espectáculo de denigrar al adversario, tampoco.




"El espectáculo debe zarandear todo lo que conocemos, nos propulsa más allá de nosotros mismos, nos despoja de nuestras certezas y nos quema. Sí, el espectáculo quema, mal les pese a sus detractores. El espectáculo nos desposee y nos miente y nos aturde y nos ofrece el mundo en todas sus formas. Y, a veces, el escenario parece existir más que el mundo, está más presente que nuestras vidas, es más conmovedor y verosímil que la realidad, más espeluznante que nuestras pesadillas". 

Éric Vuillard, Tristeza de la tierra