¿Qué tienen en común
Buffalo Bill y Adolf Hitler? La respuesta: Éric Vuillard. El escritor francés
ganó ayer el premio Goncourt 2017 por L'Ordre du jour, una novela
sobre la llegada de Hitler al poder en 1933 y cómo "las grandes
catástrofes se anuncian a menudo en pequeños pasos". De Vuillard tan sólo
conocíamos en España Tristeza de la tierra, la otra historia de Buffalo Bill (Tristesse de la
terre: Une histoire de Buffalo Bill Cody, 2014; Errata naturae, 2015), una obra perfecta por su construcción y su capacidad para aglutinar la semblanza
biográfica, la narración poética y la desmitificación del Salvaje Oeste en buena parte sustentado por las novelas
y relatos de autores como Ernest Haycox, Vardis Fisher o James
Warner Bellah, y las películas de directores como
John Ford, Howard Hawks o Nicholas Ray. En Johnny Guitar
de Nicholas Ray, el personaje de Vienna (Joan Crawford) —de quien en un
momento de la película escuchamos decir: "Nunca he conocido a una mujer tan
hombre como ella"— explicaba así su adaptación al vasto territorio salvaje: “En el
Oeste, ser hombre es cómodo”. Dicho de otro modo, sin una identidad fuerte
—como la de Vienna, endurecida por el rencor— las mujeres lo tenían difícil
para abrirse paso, al igual que los chinos, japoneses, mexicanos o nativos
americanos, mal llamados indios. Sobre todo estos últimos, ya que los indios
eran uno de los tres enemigos principales del cowboy —los otros dos eran los
incendios y las tormentas—, según Gregorio Doval en Breve historia de los
cowboys. En Tristeza de la tierra,
finalista del premio Goncourt 2014, los indios hace mucho que han dejado de ser
verdaderos guerreros y se han convertido en una atracción de feria más —como
los turcos, mongoles y cosacos— del famoso espectáculo Buffalo Bill's Wild
West que recorrió durante treinta años Estados Unidos y Europa. El espectáculo de Buffalo Bill, más parecido a una "parada de
monstruos", de fenómenos o de Freaks
(Tod Browning, 1932), que a una exhibición de las maravillas del Salvaje Oeste, pudo no gustar a muchos espectadores de su época, pero al menos los
descolocó: "El espectáculo es el origen del mundo. En
él radica lo trágico, inmóvil en una rara obsolescencia". En Tristeza
de la tierra Vuillard reconstruye la aventura humana
de quien personificó la vida salvaje en disputa contra la civilización, para
luego convertirse él mismo, inexplicablemente, en la representación de la
barbarie civilizadora llevada al extremo, esto es, quitándole a los indios no
sólo su territorio, sino también su dignidad: "Toro Sentado está solo en el
ruedo. [...] Y los que ocupan las gradas han acudido sólo para eso, todo el
mundo ha acudido a ver eso, nada más que eso: la soledad". Tristeza de la
tierra defiende una tesis casi subversiva hoy en día: el
entretenimiento no da la felicidad, y el espectáculo de denigrar al adversario,
tampoco.
"El espectáculo debe
zarandear todo lo que conocemos, nos propulsa más allá de nosotros mismos, nos
despoja de nuestras certezas y nos quema. Sí, el espectáculo quema, mal les
pese a sus detractores. El espectáculo nos desposee y nos miente y nos aturde y
nos ofrece el mundo en todas sus formas. Y, a veces, el escenario parece
existir más que el mundo, está más presente que nuestras vidas, es más
conmovedor y verosímil que la realidad, más espeluznante que nuestras
pesadillas".
Éric Vuillard, Tristeza de la tierra