sábado, 12 de agosto de 2017

La negra noche del alma humana

En una conversación mantenida por Gabriel García Márquez con Carlos Fuentes y William Styron, en la casa de este último en Martha’s Vineyard, Massachusetts, en 1994, García Márquez dijo que uno escribe lo que le gustaría leer y lee lo que le hubiera gustado escribir, y que en su caso ese libro era El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Fuentes se decantó por ¡Absalón, Absalón!, de William Faulkner, y Styron por Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain. Fue lo único que trascendió de aquella velada en la que también estuvo Bill Clinton, entonces presidente de Estados Unidos, que renunció a contestar a la pregunta que él mismo había formulado: "¿Qué libro le hubiera gustado escribir?". Si me hubieran hecho a mí la pregunta, habría respondido: La decisión de Sophie (Sophie's Choice, 1979), de William Styron, reeditada por Navona en la colección Los ineludibles. Por algún motivo que ahora no puedo recordar, el libro cayó en mis manos en 1983 o 1984, en la edición publicada por Grijalbo —hoy descatalogada— y lo leí de una sentada: cerca de ochocientas páginas de letra menuda. No hice otra cosa que leer y leer aquel largo fin de semana. La decisión de Sophie cambió el curso de mi vida: me inculcó el deseo de escribir. Seguramente llevado por la voz del narrador, un joven sureño aspirante a escritor que se instala en Nueva York, donde pronto traba amistad con una excéntrica pareja formada por un biólogo molecular judío y una mujer polaca: "Llamadme Stingo, que es el apodo con que se me conocía por aquellos tiempos, menos cuando no me llamaban de ningún modo. [...] A mis veintidós años, luchando por convertirme en escritor, de la clase que fuera, me encontraba con que el ardor creativo que dos años antes me había casi consumido con esplendorosa e implacable llama, había ido vacilando, debilitándose poco a poco hasta quedar reducido a una tenue lucecita que apenas brillaba en mi pecho, o en cualquier otro lugar donde hubieran residido mis más ávidas aspiraciones". Stingo encuentra en Sophie Zawistowski el ardor creativo apagado: reconstruirá su pasado, desde su confortable vida familiar en Cracovia hasta su internamiento en Auschwitz, donde, en una muestra de crueldad extrema, las autoridades del campo de concentración la obligan a tomar una drástica decisión. Adorno habló de la imposibilidad de escribir poesía después de Auschwitz, pero no dijo nada de la novela. La decisión de Sophie demuestra que se puede escribir ficción sin alejarse de la realidad, incluso hacerla propia, como hizo Styron en esta novela sobre “la negra noche del alma humana”.




"Algún día comprenderé Auschwitz. Era una afirmación muy valiente pero inocentemente absurda. Nadie comprenderá nunca Auschwitz. Lo que habría podido escribir al respecto con más cuidado y exactitud hubiera sido: ‘Algún día escribiré sobre la vida y la muerte de Sophie, y con ello quizás ayude a demostrar que el mal absoluto no se extinguió jamás en el mundo’. Auschwitz mismo sigue siendo inexplicable. La síntesis más profunda que se ha hecho hasta ahora sobre Auschwitz no fue en absoluto una afirmación, sino una respuesta.
PREGUNTA: Dígame, en Auschwitz, ¿dónde estaba Dios?.
RESPUESTA: ¿Y el hombre, dónde estaba?".  

William Styron, La decisión de Sophie