En una conversación mantenida por Gabriel García Márquez con
Carlos Fuentes y William Styron, en la casa de este último en Martha’s
Vineyard, Massachusetts, en 1994, García Márquez dijo que uno escribe lo que le
gustaría leer y lee lo que le hubiera gustado escribir, y que en su caso ese
libro era El conde de Montecristo, de Alejandro Dumas. Fuentes se decantó por ¡Absalón,
Absalón!, de
William Faulkner, y Styron por Las aventuras de Huckleberry Finn, de Mark Twain. Fue lo único que
trascendió de aquella velada en la que también estuvo Bill Clinton, entonces
presidente de Estados Unidos, que renunció a contestar a la pregunta que él
mismo había formulado: "¿Qué libro le hubiera gustado escribir?". Si me
hubieran hecho a mí la pregunta, habría respondido: La decisión de Sophie (Sophie's Choice, 1979), de William Styron,
reeditada por Navona en la colección Los ineludibles. Por algún motivo que ahora no puedo recordar, el
libro cayó en mis manos en 1983 o 1984, en la edición publicada por Grijalbo
—hoy descatalogada— y lo leí de una sentada: cerca de ochocientas páginas de
letra menuda. No hice otra cosa que leer y leer aquel largo fin de semana. La
decisión de Sophie cambió el
curso de mi vida: me inculcó el deseo de escribir. Seguramente llevado por la
voz del narrador, un joven sureño aspirante a escritor que se instala en Nueva York, donde pronto traba amistad con una excéntrica pareja formada por un
biólogo molecular judío y una mujer polaca: "Llamadme Stingo, que es el apodo
con que se me conocía por aquellos tiempos, menos cuando no me llamaban de
ningún modo. [...] A mis veintidós años, luchando por convertirme en escritor,
de la clase que fuera, me encontraba con que el ardor creativo que dos años
antes me había casi consumido con esplendorosa e implacable llama, había ido
vacilando, debilitándose poco a poco hasta quedar reducido a una tenue lucecita
que apenas brillaba en mi pecho, o en cualquier otro lugar donde hubieran
residido mis más ávidas aspiraciones". Stingo encuentra en Sophie Zawistowski
el ardor creativo apagado: reconstruirá su pasado, desde su confortable vida
familiar en Cracovia hasta su internamiento en Auschwitz, donde, en una muestra
de crueldad extrema, las autoridades del campo de concentración la obligan a
tomar una drástica decisión. Adorno habló de la imposibilidad de escribir
poesía después de Auschwitz, pero no dijo nada de la novela. La decisión de
Sophie demuestra que se
puede escribir ficción
sin alejarse de la realidad, incluso hacerla propia, como hizo Styron en esta
novela sobre “la negra noche del alma humana”.
"Algún día comprenderé Auschwitz. Era una afirmación
muy valiente pero inocentemente absurda. Nadie comprenderá nunca Auschwitz. Lo
que habría podido escribir al respecto con más cuidado y exactitud hubiera
sido: ‘Algún día escribiré sobre la vida y la muerte de Sophie, y con ello
quizás ayude a demostrar que el mal absoluto no se extinguió jamás en el
mundo’. Auschwitz mismo sigue siendo inexplicable. La síntesis más profunda que
se ha hecho hasta ahora sobre Auschwitz no fue en absoluto una afirmación, sino
una respuesta.
PREGUNTA: Dígame, en Auschwitz, ¿dónde estaba Dios?.
RESPUESTA: ¿Y el hombre, dónde estaba?".
William Styron, La decisión de Sophie