martes, 22 de agosto de 2017

Douglas Adams que estás en los cielos

El escritor argentino Macedonio Fernández, ese que muchos creyeron erróneamente que era una invención de Borges como el supuesto autor simbolista Pierre Menard, dijo en una ocasión que "la obra perfecta es la obra en realización, no la obra concluida, de modo que la novela será para el lector más como un lento venir viniendo que una llegada". Así fue como el escritor inglés Douglas Adams concibió su tronchante "trilogía en cinco partes" formada por Guía del autoestopista galáctico, El restaurante del fin del mundo, La vida, el universo y todo lo demás, Hasta luego, y gracias por el pescado e Informe sobre la Tierra: fundamentalmente inofensiva, de la que la editorial Anagrama publicará en septiembre en un volumen los tres primeros libros bajo el título Los autoestopistas galácticos, al que esperamos se sume muy pronto un segundo volumen con los restantes libros, incluido el sexto título de la trilogía, Y una cosa más..., escrito por Eoin Colfer en 2009. Guía del autoestopista galáctico (The Hitchhiker's Guide to the Galaxy, 1979) fue originariamente una novela radiofónica, cuyo éxito sorprendió al propio Adams y ya no le abandonó hasta su muerte repentina en 2001, a los 49 años, truncando su sueño de convertir la primera novela de la saga galáctica en una película —Garth Jennings la llevó al cine en 2005— y ascender a los cielos de Hollywood. No obstante, Adams consiguió llegar más alto que cualquier estrella de cine. Me explico: la Unión Astronómica Internacional le puso su nombre a un pequeño asteroide que orbita a 358 millones de kilómetros del sol: 2001 DA42 (el año de su muerte, sus iniciales y la respuesta a la gran pregunta de la vida, el universo y todo los demás: 42). Guía del autoestopista galáctico, que cuenta entre sus usuarios desde el astrofísico Stephen Hawking hasta el ex Beatle Paul McCartney, narra las aventuras de Arthur Dent, un tipo corriente, de esos que no llaman excesivamente la atención, hasta que un jueves, "casi dos mil años después de que clavaran a un hombre a un madero por decir que, para variar, sería estupendo ser bueno con los demás", ve cómo su casa es derribada por el ayuntamiento para construir una vía de circunvalación. Por si fuera poco, la Tierra también está apunto de ser demolida por una raza alienígena que tiene la intención de realizar en su lugar una autoestopista interestelar. Ningún libro necesita de una advertencia previa, pero si Guía del autoestopista galáctico necesitase alguna, sería ésta: no olviden la toalla.




"La Guía del autoestopista galáctico tiene varias cosas que decir respecto a las toallas. Dice que una toalla es el objeto de mayor utilidad que puede poseer un autoestopista interestelar. En parte, tiene un gran valor práctico: uno puede envolverse en ella para calentarse mientras viaja por las lunas frías de Jaglan Beta; se puede tumbar uno en ella en las refulgentes playas de arena marmórea de Santraginus V, mientras aspira los vapores del mar embriagador; se puede uno tapar con ella mientras duerme bajo las estrellas que arrojan un brillo tan purpúreo sobre el desierto de Kakrafun; se puede usar como vela en una balsa diminuta para navegar por el profundo y lento río Moth; mojada, se puede emplear en la lucha cuerpo a cuerpo; envuelta alrededor de la cabeza, sirve para protegerse de las emanaciones nocivas o para evitar la mirada de la Voraz Bestia Bugblatter de Traal (animal sorprendentemente estúpido, supone que si uno no puede verlo, él tampoco lo ve a uno; es tonto como un cepillo, pero voraz, muy voraz); se puede agitar la toalla en situaciones de peligro como señal de emergencia, y, por supuesto, se puede secar uno con ella si es que aún está lo suficientemente limpia".

Douglas Adams, Guía del autoestopista galáctico