Cuesta creer que, después de las continuas reediciones de El sueño eterno,
Adiós, muñeca, La ventana siniestra, La dama del lago,
La hermana pequeña, El largo adiós y
el ensayo El simple arte de matar, Raymond Chandler siga guardando tesoros ocultos, pero así es: aquí
está la biografía de Frank MacShane La vida de Raymond Chandler (The Life of Raymond Chandler, 1976), mucho tiempo descatalogada en España
—la publicó la desaparecida Bruguera en 1977— y que ahora publica la editorial
Alrevés. Es difícil imaginar un tema más fascinante que la vida de quien
escribió El sueño eterno, con sus frases rotundas que se quedan largo tiempo rondando por la cabeza del lector: "Los Sternwood, después de mudarse colina arriba, no tenían ya que oler el aroma de los sumideros ni el del petróleo, pero aún podían mirar desde las ventanas de la fachada de su casa y ver lo que los había enriquecido. Si es que querían. Supongo que no querían".
La vida del creador del célebre detective de ficción Philip Marlowe ha sido tan
sobreexplotada en los casi 60 años transcurridos desde su muerte que
pensar en descubrir algo nuevo sobre él suena excesivo. Sin embargo, el caudal
informativo al que nos expone MacShane en esta magnífica biografía —la primera— es proporcional a su enorme capacidad de penetración a la altura del estilo único de Chandler. MacShane rebusca en cajones,
bolsillos y altillos, como no lo ha hecho ninguna otra biografía posterior, y
alumbra un retrato realista y psicológico del escritor que, con Dashiell
Hammett, ayudó a dar forma a eso que hoy llamamos con tanta soltura “novela
negra”, pese a que siempre tendió “a menospreciar su propia importancia como
escritor”. Nada escapa al ojo avizor de MacShane, ni siquiera su aversión a los homosexuales: “Es posible que mi reacción a su presencia no sea
caritativa, pero es que me ponen enfermo”. Al parecer le recordaban “nuestros
propios vicios normales”. El retrato que MacShane hace de Chandler abunda en el
hombre triste, solitario y retraído que fue durante toda su vida —nada acorde
con el mundo que le rodeaba: el Hollywood de los años 30 y 40—, deseoso de
encontrar un paz interior que no obtendría nunca.
“Chandler tenía la visión de un novelista completo,
pero por razones económicas se dedicó a un género que le limitaba. Al mismo
tiempo, la novela policíaca despertó en él facultades creadoras que nunca
habrían salido a la superficie si hubiera intentado la llamada novela seria.
[...] A diferencia de James, Joyce o Conrad, que eran exiliados de mundos que
aborrecían, Chandler estaba desterrado de un mundo al que creía amar”.
Frank
MacShane, La vida de Raymond
Chandler