El otro día entré en un
bar, en busca de un baño, y en la pared encima del retrete había un graffiti con los colores de la bandera LGTB que parafraseaba a Leibniz: "¿Por qué no orgullo en
vez de nada?". Mientras seguimos esperando el fin de los prejuicios —aunque creo
que va a ser difícil en este siglo XXI, aunque ya hay novelas de ciencia
ficción como Luna nueva
de Ian McDonald que imagina una sociedad futura en la que todo es aceptado: la
bisexualidad, la homosexualidad e incluso el "yosexual" ("me-sex" en la novela
original): "En el sexo con otras personas siempre hay que transigir. Un tira y
afloja continuo, siempre intentando conseguir que todo encaje, quién va primero
y a quién le gusta qué. […] El único sexo sincero es el yosexual"—, como decía
mientras esperamos, hablemos un poco de orgullo. ¿De qué hablamos cuando
hablamos de orgullo? Es tan sencillo como esto: actuar de acuerdo a tu forma de
ser, sin complejos ni estereotipos. Así actúan (cuando les dejan, claro) los
personajes de la antología de relatos El armario de acero, subtitulada
Amores clandestinos en la Rusia actual, publicada por Dos
Bigotes, editorial especializada en literatura gay y lésbica, en la que lo
importante no es el adjetivo (gay, lésbica), sino el sustantivo
(literatura). El armario de acero probablemente no
llegue a tener el número de lectores que Cincuenta sombras de Grey. Pero
a diferencia de ésta, donde el sexo no es más real que un unicornio, el placer
y el disfrute —y también, por qué no decirlo, el dolor— son verdaderos. El
relato que abre la antología, La polla,
de Aleksander Anasevich, es toda una declaración de intenciones: "Comedme la
polla, la polla, la polla". Su rebeldía es más legítima que la de Jean Genet, y
su osadía raya en la temeridad de American Psycho. Sólo
por eso ya se le perdona que se empeñe en que le comamos la polla. Trauma,
ninguno. En todo caso, conviene detenerse en la dimensión trágica, avasalladora, del deseo que
ilumina no pocos relatos de esta antología.
"A los asesinos es fácil reconocerlos por el brillo
de sus ojos, por las venas marcadas de sus manos, por sus cabezas de un rojo
encendido. Asesino es aquel que espera bajo la ventana con una máscara de cerdo
y el brillo en sus ojos. Yo también soy un asesino, quiero acostarme con todos
los que no lo saben".
Aleksander
Anasevich, La polla (De El armario de acero)