jueves, 22 de junio de 2017

¿De qué hablamos cuando hablamos de orgullo?

El otro día entré en un bar, en busca de un baño, y en la pared encima del retrete había un graffiti con los colores de la bandera LGTB que parafraseaba a Leibniz: "¿Por qué no orgullo en vez de nada?". Mientras seguimos esperando el fin de los prejuicios —aunque creo que va a ser difícil en este siglo XXI, aunque ya hay novelas de ciencia ficción como Luna nueva de Ian McDonald que imagina una sociedad futura en la que todo es aceptado: la bisexualidad, la homosexualidad e incluso el "yosexual" ("me-sex" en la novela original): "En el sexo con otras personas siempre hay que transigir. Un tira y afloja continuo, siempre intentando conseguir que todo encaje, quién va primero y a quién le gusta qué. […] El único sexo sincero es el yosexual"—, como decía mientras esperamos, hablemos un poco de orgullo. ¿De qué hablamos cuando hablamos de orgullo? Es tan sencillo como esto: actuar de acuerdo a tu forma de ser, sin complejos ni estereotipos. Así actúan (cuando les dejan, claro) los personajes de la antología de relatos El armario de acero, subtitulada Amores clandestinos en la Rusia actual, publicada por Dos Bigotes, editorial especializada en literatura gay y lésbica, en la que lo importante no es el adjetivo (gay, lésbica), sino el sustantivo (literatura). El armario de acero probablemente no llegue a tener el número de lectores que Cincuenta sombras de Grey. Pero a diferencia de ésta, donde el sexo no es más real que un unicornio, el placer y el disfrute —y también, por qué no decirlo, el dolor— son verdaderos. El relato que abre la antología, La polla, de Aleksander Anasevich, es toda una declaración de intenciones: "Comedme la polla, la polla, la polla". Su rebeldía es más legítima que la de Jean Genet, y su osadía raya en la temeridad de American Psycho. Sólo por eso ya se le perdona que se empeñe en que le comamos la polla. Trauma, ninguno. En todo caso, conviene detenerse en la dimensión trágica, avasalladora, del deseo que ilumina no pocos relatos de esta antología.




"A los asesinos es fácil reconocerlos por el brillo de sus ojos, por las venas marcadas de sus manos, por sus cabezas de un rojo encendido. Asesino es aquel que espera bajo la ventana con una máscara de cerdo y el brillo en sus ojos. Yo también soy un asesino, quiero acostarme con todos los que no lo saben".

Aleksander Anasevich, La polla (De El armario de acero)