martes, 13 de junio de 2017

El escritor que evitaba los trenes

Decía la poetisa polaca Wisława Szymborska que los pueblos del Cáucaso se enorgullecían de no haber llegado a su tierra de ningún otro lugar, de haber estado allí siempre; eso se debe seguramente a que todavía no se habían inventado los trenes. No, no es una ocurrencia; es un hecho lamentable, como recordó el más reciente Premio Princesa de Asturias de las Letras, el poeta y ensayista polaco Adam Zagajewski, en el texto Una nación pequeña le escribe una carta a Dios, recogido en su libro de ensayos Dos ciudades (Dwa Miasta, 1995; hay edición española en Acantilado, 2006): "Todo empezó con los trenes. Ay, ¡qué lastima que se hayan inventado la máquina de vapor, la locomotora y los ferrocarriles! ¿A santo de qué? ¿Eran necesarios? ¿Acaso no eran suficientes las diligencias? ¿No bastaba con ir a pata, pernoctar en los almiares y beber el agua de los manantiales? ¿Acaso el caballo no es una criatura perfecta, fuerte y paciente? Las primeras vías férreas podían parecer idílicas: pequeñas estaciones iluminadas por farolas de gas, el jefe de estación con uniforme limpio y recién planchado, cajeros bigotudos y retratos de emperadores soñolientos. [...] Todavía era imposible prever lo más importante. Aún nadie adivinaba para qué servirían los trenes, cuál era su función principal, que de momento aún se mantenía en secreto. Los trenes sirven para deportar naciones pequeñas. Es difícil transportar naciones en diligencia. Una nación entera no cabría en el carro que condujo a María Antonieta a la guillotina. ¡Pero los trenes son otra cosa! Los vagones de mercancía o los que sirven para transportar ganado van de perlas para deportar grandes masas humanas".




En 1945, Zagajewski tenía cuatro meses de edad cuando su familia fue obligada a dejar su casa de Lvov (la actual Leópolis ucraniana) para trasladarse a vivir a Gliwice, una fea ciudad industrial alemana que había sido anexionada por Polonia después del final de la Segunda Guerra Mundial.  Allí transcurrió su infancia, escindida en dos partes, en dos ciudades. De igual forma debieron sentirse los nuevos habitantes de Gliwice: "La mayoría eran deportados del este, inmigrantes de fecha reciente, inmigrantes que, no obstante, nunca habían abandonado su país. Su país se había desplazo hacia el oeste, y ellos con él. Además, casi todos podían anteponer al nombre de su profesión, vocación u oficio la palabreja ‘ex’. Eran ex jueces, ex oficiales, ex profesores (por no decir nada de ex niños) despojados de su existencia anterior por el nuevo régimen que examinaba con lupa el pasado de cada ciudadano, siempre que el ciudadano tuviera algún pasado. Pero hasta los más pobres entre los pobres tenían alguno". Ni qué decir tiene que estas palabras de Zagajewski no pueden suplir la vivencia de los miles de desplazados que deambulan ahora por Europa, pero expresan mejor que ninguna otra la situación de los refugiados en el mundo actual. Aunque esto no es nada nuevo. Como dicen los protagonistas de Mystery Train de Jim Jarmusch: "Parece que llevamos una eternidad en este tren".