Hubo un tiempo en que todas las novelas importantes de nuestro tiempo —de Hemingway, de e.e. cummings, de Cortázar, de García Márquez—, se escribían bajo los tejados de París, sobre todo en una buhardilla con techos inclinados. No sé si este es el caso de El milagro (Le miracle, 2012) del escritor francés Ariel Kenig, finalista al Prix Françoise Sagan y al Prix Orange de novela, publicada
por la editorial Dos Bigotes. Lo que sí es seguro es que se trata de una novela
difícil de clasificar en un solo género, ya que recorre desde el
periodismo de investigación a la autoficción, pasando por la crítica social y política, como no podía ser
menos en un momento como el actual. En El milagro, escrita con una prosa directa, funcional y
efectiva, Kenig levanta un sombrío cuadro de nuestra época (digital) ávida de
milagros y proclive a la cópula virtual. Como esos niños que cavan agujeros con sus
minúsculas palas en la arena de la playa con la ilusión de meter dentro todo el
océano, en El milagro
Kenig trata de perforar las distintas capas de nuestra sociedad global hasta
alcanzar zonas cada vez más profundas, más impenetrables, donde se hace
evidente el grado de servidumbre voluntaria que hay a las nuevas tecnologías y a las
redes sociales cada vez más amplias y diversificadas: Facebook, Twitter, MySpace, Instagram. Narrada con la inmediatez de una crónica de urgencia, El
milagro es, antes que una diatriba sobre la necesidad apremiante de estar conectada a la red de la gente guapa, joven y con éxito que aparece, un testimonio sobre lo que no
aparece: el milagro del título.
"El anunciado futuro, durante tanto tiempo sin
rostro, por fin estaba aquí: en la abstracción de colosales centros de datos
[...] donde se producían, almacenaban y distribuían secuencias de programación.
Más allá de nuestras sencillas interacciones con Facebook, vivíamos una
realidad aumentada. [...] La
expresión 'brecha digital', que en un primer momento había señalado la
desigualdad de acceso a la red, adquiría un sentido nuevo: internet abría una
brecha entre nosotros y nuestra representación previa del mundo. Ya no
estábamos totalmente seguros de qué era real".
Ariel Kenig, El milagro