No hay lugar para lo superlativo en el estilo narrativo de Marguerite
Duras —nacida Marguerite Germaine Marie Donnadieu, en Saigón, en la Indochina
francesa—, un estilo tranquilo y sencillo en su forma de exteriorizar los
estados del alma o el dolor físico, que deja entrever la alergia de la
escritora a la prosopopeya de otros autores de su tiempo. Para Duras, su estilo
no era más que los latidos de su corazón, un grito mudo en la multitud. El
premio Goncourt que obtuvo hacia el final de su carrera, a los 70 años, por El
amante (L'Amant, 1984), la llevó no sólo del
anonimato a la atención mediática, sino también a su consolidación como
escritora de referencia en la historia de la literatura femenina sin
inhibiciones y, lo que es más importante, sin prejuicios. Según su biógrafa
Laure Adler, Duras fue “una apasionada de la libertad. Libertad política, pero
también libertad sexual. Pues si fue, por descontado, la escritora del amor,
también fue una militante de la causa feminista y una abogada enfervorizada del
placer femenino. Reivindicó sin desmayo el derecho al goce”. A principios del
siglo XXI, la obra de Duras desapareció prácticamente de las librerías españolas,
a excepción de su novela más conocida, El amante, un best seller global que todavía se puede encontrar en ediciones
de bolsillo. Ni rastro de los títulos que la editorial Tusquets publicó uno
tras otro en los años 80 en su colección Andanzas: Moderato cantabile, El
vicecónsul, El arrebato de Lol V. Stein, Los ojos azules pelo negro, Emily L.,
Los caballitos de Tarquinia, El amor, Destruir, dice o El amante de la China del Norte. Ahora vuelve a las librerías gracias a
Alianza Editorial, que recupera tres novelas —al menos por el momento— de la
escritora francesa, El dolor (La douleur), La lluvia de verano (La pluie d'été) y Yann Andréa Steiner (Yann Andrea Steiner), escritas en 1985, 1990 y 1992, respectivamente. Si hay una sola duda de
que Duras rara vez ha estado sin amantes, las disipa ella misma rápidamente en El
dolor y Yann Andréa
Steiner, inspiradas en su
relación con el escritor y miembro de la resistencia francesa Robert Antelme, superviviente del campo de
concentración de Dachau —Antelme narró sus experiencias en el campo en un libro que para muchos es el auténtico manual del horror nazi, titulado La especie humana (L'Espèce humaine, 1947; Arena Libros, 2001)—, y Yann Lemée, su último amante, rebautizado por Duras como
Yann Andréa Steiner, 38 años menor que ella. Ambas novelas presentan a una
Duras vulnerable, indefensa,
desbordada por los acontecimientos, pero de gran fuerza interior, que se enfrenta en soledad al dolor,
incluso cuando se permite soñar por un momento: “El dolor está implantado en la
esperanza”.
“La cabeza estaba unida al cuerpo por el cuello como
suelen estarlo las cabezas, pero ese cuello estaba tan menguado —se abarcaba
todo el contorno con una sola mano—, tan desecado, que uno se preguntaba cómo
pasaba por él la vida. [...] Le dábamos papilla amarilla como el oro, papilla
para recién nacidos, y salía de él verde oscuro como cieno de un pantano. [...]
Durante diecisiete días el aspecto de esa mierda ha seguido siendo el mismo.
Diecisiete días sin que esa mierda se parezca a nada conocido. Cada una de las
siete veces en que hace por día, nosotros la olemos, la miramos sin
reconocerla. Diecisiete días escondiendo a sus propios ojos lo que sale de él,
igual que le escondemos sus propias piernas, sus pies, su cuerpo, lo increíble”.
Marguerite Duras, El dolor