Veamos. Si uno entra un día cualquiera en un hogar londinense
de clase media alta y abre la tapa del cubo de basura —por supuesto antes de que existieran
esos supermercados del detritus llamados contenedores donde se depositan los
residuos por colores— y rebusca un poco en su interior podría encontrar a alguno de los
personajes de Nada de nada (The Nothing, 2017, Anagrama, 2018), de Hanif Kureishi. La última novela del autor de El buda de los
suburbios tiene como
protagonista a Waldo, un director de cine ya viejo, postrado en un silla de
ruedas, que vive fuera de la realidad, acompañado únicamente de su mujer, Zee —una india separada
de un pakistaní y con dos hijas— y el amante de ésta, Eddie Warburten,
periodista y admirador de Waldo. Waldo, que se define como un sensualista con
debilidad por el marqués de Sade —aunque el sexo ha quedado atrás para él, en
todos los sentidos—, está seguro de que Zee y Eddie hacen el amor en el
dormitorio contiguo al suyo, pero lejos de provocarle celos le produce una
especie de catártica terapia que le permite después dormir a pierna suelta:
“Empiezo a imaginarme qué están haciendo, las posturas que adoptan. ¿Ella se ha
arrodillado? ¿Se están besando mientras retoman su pasión? Un cuerpo, una
bestia. Me gusta pensar que lo veo. Siempre he sido una cámara. [...] Los
realizadores somos voyeurs que trabajan con exhibicionistas. Y ahora, al final
de mi vida, sigo siendo un observador”. Una novela que parte de esta premisa
debe pertenecer, por buena lógica, a los dominios de la comedia negra, la
fantasía tortuosa o el puro esperpento aderezado por un apabullante discurso
sobre las desdichas de la vejez y la decrepitud, así como sobre el hedonismo de
nuestro tiempo: “El narcisismo es nuestra religión. El palo de selfie, nuestra
cruz, y debemos acarrearlo a todas partes”. Nada de nada es la sublimación de esa capacidad
subversiva de Kureishi, de esa habilidad, inigualable, de incomodar al lector
con una montaña rusa emocional, presente desde las primeras obras de este
escritor y cineasta británico de origen pakistaní, para quien las relaciones entre sexos consisten
en un duelo de libidos y voluntades, cuya violencia o sufrimiento, tanto físico
como psicológico, “pierde su carga de horror si la víctima encuentra un modo de
disfrutar de él”. Es decir que si de algo no se le puede acusar es de tibieza o
apocamiento. Nada de nada puede verse como un gesto airado, un gesto de supervivencia y una metáfora de su propia realidad actual en la que no le quedan sueños por cumplir, según reconoció él mismo en el último Hay Festival de Segovia, celebrado el pasado mes de septiembre. Así las cosas, Nada de nada no podía tener otro título que el elegido por Kureishi. Y así sea.
“Para adorar el sexo, debes asumir la
repulsión”.
Hanif Kureishi, Nada de nada