Escribo esta entrada en la cama, delante de una fotografía
del Gran Desierto de Victoria, en Australia, y, visto así, se me antoja la
joroba de un camello que respira profundamente. Cerca de este paraje de
pequeñas dunas de arena en medio de planicies desnudas desapareció en 1848 el naturalista
prusiano Friedrich Wilhelm Ludwig Leichhardt, cuando pretendía cruzar el
continente de este a oeste con otros cuatro
exploradores europeos y dos aborígenes australianos. Hasta hoy nadie sabe lo
que le ocurrió con certeza, pero nada despierta más la imaginación que la
realidad misma. Es por eso que el escritor británico Patrick White decidió
escribir sobre Leichhardt en Voss (Voss, 1957; Impedimenta, 2018), uno de esos clásicos —inédito
en España hasta ahora— que nunca terminan de decir lo que tienen que decir. La
novela está protagonizada por un naturalista alemán, Johann Ulrich Voss,
interesado en explorar el interior de Australia, una tierra en la que “el sol
probablemente le abrasará la piel, le arrancará la carne de los huesos, es
posible que sea torturado de las formas más horribles y primitivas”, pero en la
que “es más fácil descartar lo que no es esencial y perseguir lo infinito”. Voss
no sólo narra la historia de la fatídica expedición
de Leichhardt/Voss, a quien White describe como un hombre de mirada perdida, un
“loco inofensivo”, al que algo le impulsa a adentrarse en el interior del país,
sino que también narra la historia —ficticia— de la mujer que aguarda su
regreso, Laura Trevelyan, una de esas mujeres victorianas que nunca se han
aventurado más allá de su corpiño, y cuyo “tormento o gozo más profundo era,
siempre, el más privado”. Entre ellos se establece una amistad que pronto se
dirige a un romance no planeado y, más tarde, a visiones compartidas, con Voss
en el corazón del corazón del país, haciendo frente a todo tipo de desafíos —la
sed, el hambre y el motín—, y Laura en Sydney, haciendo acopio de fuerzas
después de casi sucumbir a una fiebre cerebral: “Laura Trevelyan no dejaba de
gritar que el pelo le estaba sajando las manos. Lo cierto es que sus cabellos
quemaban y pesaban mucho, aunque también estaban suaves”. Frases poderosamente
hipnóticas como éstas corroboran un don innato —la Academia
Sueca concedió a White el Premio Nobel de Literatura en 1973— para ahondar en los escozores y complejidades del ser humano, así como en
los territorios inexplorados de las tierras salvajes. No es por desmerecer lo
que vino antes (Julio Verne, Robert Louis Stevenson, Henry Rider Haggard),
pero, si hubo un punto culminante para la literatura de aventuras, ese mal
llamado género que nos habla de historias extraordinarias, pero que también son
relatos humanos, ese fue la aparición de Voss de Patrick White. Una novela que, más allá de una simple
reconstrucción del viaje a ninguna parte de Leichhardt, se erige en un
fascinante retrato de la voluntad humana sometida a límites que son
inimaginables hasta que el hombre los alcanza.
“Sobre aquel escenario, en el que la luz trémula
jugaba un papel más importante que la arquitectura del paisaje, palpitaban
extraordinarias mariposas. Hasta entonces, los hombres no habían visto nada que
pudiera compararse con sus colores, que se abrían y se cerraban, se abrían y se
cerraban. De hecho, gracias a aquel par de goznes, el mundo de las apariencias
se comunicaba con el mundo de los sueños”.
Patrick White, Voss