martes, 20 de noviembre de 2018

El tiempo, gran destructor

A veces la rutina diaria nos imposibilita recalar en la esencia de la realidad —la propia y la de nuestro entorno— y, por tanto, nos obliga a vivir en una permanente dimensión compuesta de apariencias y máscaras sociales que, aunque se saben falsas, son, ante todo, menos dolorosas que la cruda realidad. Nick Fowler, el protagonista de MacArthur Park (MacArthur Park, 2017; Alpha Decay, 2018), primera novela del poeta y crítico de arte Andrew Durbin, despierta de su letargo el lunes 29 de octubre de 2012, cuando el huracán Sandy toca tierra en Nueva York a 140 kilómetros por hora, sometiendo a la ciudad a las peores inundaciones de su historia. Pero el peligro de Sandy llega sobre todo por la crisis medioambiental, lo que lleva a Fowler —quien, como Durbin, es un escritor homosexual obsesionado por los desastres naturales, el arte contemporáneo y el sexo en clubes y lugares públicos— a reflexionar sobre el cambio climático mientras deambula de una ciudad a otra en un trayecto por el que huye de sí mismo sin saber dónde buscarse ni hacia dónde dirigirse. Algo parecido se puede decir del libro que Fowler está escribiendo (y que no es otro que el libro que el lector tiene en sus manos): “Mi libro tenía una forma de arco, auque todavía no era capaz de describir qué sentido narrativo tenía aquel arco o cuál era su idea de fondo. Como antología de textos, oscilaba entre la poesía y la ficción, entre Los Ángeles y Nueva York. El libro problematizaba, intencionadamente, el concepto de narrativa: cómo encajar las cosas que constituían mi vida, pero también las de otras personas, en la forma de un relato. Eso era todo lo que tenía. Cuando alguien me preguntaba de qué iba el libro, no me apartaba de mi respuesta ensayada: ‘El tiempo meteorológico’. ¿Qué tiempo? Ya no entendía por tiempo el estado de la atmósfera, el viento, la visibilidad, el calor, la probabilidad de lluvia, porque se había convertido en algo mucho más amplio, un sistema más general que englobaba nuestra política, o la política que había terminado englobándonos a todos”. En MacArthur Park hay una gran falta de pudor en lo que Durbin cuenta, y con esto no me  refiero a lo que sucede de puertas para dentro en clubes nocturnos como el emporio gay Spectrum y sus avatres, donde tiene lugar una buena parte de la trama, sino a un exhibicionismo primario que parece servirle de terapia, de catarsis. Con todo, MacArthur Park, que esconde claves en su título, tomado de una canción de Donna Summer compuesta por Jimmy Webb en 1968, no termina por despegar. Y no porque el libro decepcione, sino porque cuando pasa una página tras otra, llega un momento en el que el lector teme que vaya a hacerlo.




“California es el final de un arco construido sobre los muertos que se resistieron a ella: todos lo sueños, y especialmente la terrible promesa de un sueño americano, buscan un puerto, un sitio desde el que saltar al vacío, palmeras, un océano, una parada final. ¿De verdad echas mano del proverbio pop de que aquí todo es posible? Llegar, y luego desaparecer. [...] Todas las versiones de esta ciudad son el resultado de una desaparición”. 

Andrew Durbin, MacArthur Park