La primera vez que vi El resplandor, de Stanley Kubrick, no me gustó.
No podía quitarme de la cabeza la novela de Stephen King —dedicada a su hijo,
el escritor Joe Hill, entonces un niño de cinco años “que esplende” como el hijo de Jack Torrance, Danny— en la que está basada la
película. Nada de lo que había visto se podía comparar con el libro. Todo lo
discutía, todo lo juzgaba hasta desquiciar a los que me escuchaban. Después
he visto El resplandor en seis o siete ocasiones —en dvd y bluray—, cayendo rendido a
las virtudes de su mito. Cada vez que volvía a verla era como si volviera a la infancia. Algo parecido le sucedió a Simon Roy, autor de Mi vida en rojo Kubrick (Kubrick Red:
A Memoir, 2016;
Alpha Decay,
2017): “He debido de ver El resplandor por lo menos cuarenta veces; primero
parcialmente, cuando tenía más o menos diez años (‘¿Te apetece un helado,
Doc?’); después varias veces por pura curiosidad y posteriormente con
regularidad, ya como profesor. Me gustaría creer –yo también tengo un poco de
Doc– que he visto la película cuarenta y dos veces, pero sé que son muchas
más”. En Mi vida en rojo Kubrick, Roy no sólo examina hasta el mínimo detalle lo que sea que
se oculta en los fotogramas de El resplandor —hay mucha literatura que hace un culto casi fanático del número 42, que se repite continuamente en la película—, sino que también indaga en su propio
pasado, un pasado bastante negro con los días marcados en “rojo Kubrick”, en alusión a la
sangre que sale a raudales de los ascensores del hotel Overlook. El
abuelo de Roy, Jacques Forest, asesinó a su abuela a
martillazos y luego se suicidó. En el momento del crimen, Forest tenía dos
hijas de cinco años, las gemelas Danielle y Christiane, que, al igual que las
gemelas Grady que vemos tomadas de la mano al final del pasillo en la película, quedaron bañadas en sangre. Christiane
desapareció sin dejar rastro a los 14 años. Danielle, la madre de Roy, sufrió
depresiones toda su vida, intentó suicidarse varias veces y finalmente lo
logró, en 2013, poco antes de que el autor se decidiera a contar la genealogía
macabra de su familia, inaugurada por su abuelo en 1942: “Todo se repite en la
espiral de una reanudación perpetua. La reincidencia es casi ineluctable,
necesaria. [...] Poco importa la época, siempre habrá alguien que reproduzca
las mismas atrocidades. Jacques Forest, al matar a mi abuela a martillazos,
afianzó los crímenes que acontecen desde la noche de los tiempos, prolongación
inconsciente de una ancestral tara hereditaria”. Desde su estreno en 1980, El
resplandor ha tenido un impacto
extraordinario en el imaginario colectivo, aunque en nadie como en Roy abrió
“una brecha en el cemento de mi plácida infancia”. Mi vida en rojo Kubrick es un libro completamente absorbente a la manera de las
mejores novelas de King, hasta el punto de que nos descubrimos desesperados por
llegar al lugar oscuro donde nos lleva.*
“Las perores cárceles no están hechas de
piedra, sino de nuestros propios actos, y también de los que somos víctima y
nos ahogan muy despacio. [...] Me gustaría que mis palabras le llegaran [a su
abuelo, Jacques Forest] y produjeran en él el efecto de la gasolina con la que
se rocía a un rehén amordazado, maniatado en un trastero viejo y aislado”.
Simon Roy, Mi vida en rojo Kubrick
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(*) Esta reseña fue publicada, con otro título y otra
redacción, en el periódico La Provincia el 17 de febrero de 2017.